El Referéndum Revocatorio de las autoridades nacionales y departamentales es una prueba de fuego para el proceso revolucionario boliviano, sus movimientos sociales y su gobierno. No hay duda que se producirá un rediseño del cuadro político interno con efetos subregionales. Gane o pierda habrá efectos, pero si pierde el efecto para procesos politicos como los de Venezuela y Ecuador, será catastrófico.
También para América latina. Pondrá a prueba la estabilidad y sustentabilidad del ejercicio gubernamental, y será un indicador de la tendencia general del proceso en el terreno más trascendente: su potencial alternativa anti capitalista.
Por una simple razón: los prefectos organizados en la CONADE (Consejo Nacional de Defensa de la Democracia), apoyados por el partido derechista PODEMOS, de Tuto Quiroga, más que separarse –que no les conviene en el contexto internacional– lo que buscan en realidad es debilitar, acorralar y doblegar el poder central de La Paz y el gobierno de Evo Morales y constituir una suerte de doble poder. Un poder paralelo territorial con base en lo más dinámico de la burguesía boliviana: La Asociación de Bancos, la Cámara Agropecuaria del Oriente, la Cámara de Exportadores y la Cámara de Hidrocarburos de Bolivia. Aprovechando, por supuesto, la inmovilidad política de los campesinos, obreros y pueblos indígenas del Oriente. Si lo lograran abrirían el camino a una "brasileñización" del Estado boliviano, con el poder repartido en dos ciudades.
Pero este objetivo no nación ahora. Ya en los años 60 y 70 hubo proyectos similares para enfrentar el poder de los indomables sindicatos mineros. Henry Kissinger lo reflejó en sus memorias con la frase admonitoria "Las fronteras de Brasil atraviesan Santa Cruz y terminan en el Pacífico". El último gobierno de Sánchez de Lozada, con sus negocios mineros asentados en Santa Cruz, tuvo un plan para mudar la capital a esa ciudad "blanca". Kissinger postulaba una doble tarea a la fuerte burguesía de Brasil: ser la subpotencia dominante regional y hacer de un gobierno boliviano en la rica Santa Cruz, una entidad subsidiaria.
Haber llamado a Referéndum fue una hábil maniobra para limitar el avance de los Prefectos reaccionarios de la Media Luna, pero no haber tenido una estrategia temprana hacia las bases sociales de esos Departamentos, permitió avanzar al enemigo, al punto de sacarle fuerzas al gobierno y a los movimientos sociales.
La decisión final no se debate en los resultados del referéndum, ni en los estatutos autonómicos alcanzados. Limitar la maravillosa revolución boliviana a esa frontera constitucional, podría ser fatal. La revolución boliviana se resuelve a sí misma en el terreno de los movimientos sociales con el gobierno de Evo al frente.
Es que aunque fueran defeccionados algunos prefectos de la Media Luna, el problema seguirá en pie como una amenaza siempre inminente. El objetivo es ganar a los campesinos, obreros, clases medias y sectores indígenas de Santa Cruz, Beni, Pando, Cochabamba y Sucre.
Bolivia, ejemplo de otro modo de vida
De los aportes a la humanidad que brindaron los movimientos sociales de Bolivia con la elevación de Evo Morales al poder, el más trascendental es haber demostrado al mundo que la civilización capitalista occidental no es la única alternativa de vida y organización social.
Eso se manifiesta en el texto de la nueva Constitución, que incluye y reconoce como inalienables, todos los derechos colectivos e individuales de los pueblos indígenas que conforman el Estado-Nación boliviano. Especialmente aquellos que emergen de sus entrañas históricas, como el colectivismo territorial primario practicado por los pueblos andinos Aymara, Quichua y Guaraní, entre otros. Es una tradición democrática que pasó a los movimientos campesino y obrero desde mediados del siglo XX, cuando ambas clases protagonizaron insurrecciones y revoluciones con la FSTB y la COB, cuyas lecciones políticas aún perduran y se mezclan con el nuevo movimiento indígenista en una sola experimentación revolucionaria singular.
El antropólogo y militante boliviano Pablo Regalsky, lo señala bien en un artículo reciente: "Bolivia, grandes oportunidades, grandes peligros. La cuestión civilizatoria", publicado en la revista Herramienta 37, Buenos Aires, julio 2008.
Dice: "El texto aprobado por la Asamblea constituyente en Oruro el 9 de diciembre de 2007 es un triunfo importante para los movimientos indígenas, que excede el plano puramente discursivo… al que quedan reducidas las constituciones en América latina… Pone en cuestión el sistema liberal de control estatal sobre los pueblos oprimidos. Coloca nuevamente en el tablero, no solo nacional sino mundial, el reconocimiento de los derechos colectivos, el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos y pone en discusión el sistema opresivo y homogeneizante del Estado-Nación. Además, establece de una forma taxativa un conjunto de derechos individuales que parece colocar a Bolivia –al menos en el plano de la teoría– en el puesto más avanzado de la civilización humana actual".
No tiene nada de exagerado Regalsky. Ya lo vimos en otras partes. Una manera rupestre de probarlo, es el asco que produce esa Constitución a las clases opresoras y dominantes de Bolivia. Es la misma reacción que provocó el 25 de julio de 2008 el reconocimiento de dos lenguas indígenas en la Constitución bolivariana aprobada en Ecuador. Exactamente igual a lo conocido en Venezuela en el año 2.000, cuando la Constitución Bolivariana estableció el reconocimiento del indio como ciudadano, y derechos ambientales, democráticos y laborales y de soberanía, a las mayoritarias poblaciones urbana y campesina.
Como toda constitución es un programa político, es suficiente para que las clases dominantes lo sientan como una grave amenaza. Lo revolucionario de los tres procesos se puede medir de muchas formas, pero hay una poco entendida: el nuevo poder social y cultural, o hegemonía, que comienzan a adquirir las clases oprimidas y explotadas. El encono y odio de los desplazados del poder nace en ese punto de cambio de la relación de fuerzas a escala nacional, aunque eso no signifique una modificaciòn de la naturaleza capitalista del Estado y la economía. Sólo abre el desafío.
"¿Es un triunfo de los movimientos sociales? Afirmativo, es una derrota política de una burguesía que se declara en retirada. ¿Es una transformación del Estado? Negativo, no lo es. ¡Es un programa para la acción! Y es, a la vez, una proclama civilizacional." (P. Regalsky, 82)
El valor de la experiencia
En Bolivia, ese programa político no existe en el vacío. Eso es lo maravilloso cuando lo comparamos, por ejemplo, con el caso venezolano. En Bolivia funciona una larga tradición de comunitarismo, que bien usado por el gobierno y los movimientos sociales, podría ser base de sustentación de un proyecto socialista de sociedad y economía autodeterminadas. La democracia estaría en la base misma de la sociedad, pero de una manera opuesta a la democracia liberal europeo-occidental burguesa. Esa es la disputa.
La nueva Constitución "… es un reconocimiento pleno del pluralismo jurídico… Las dos realidades jurídicas han existido desde siempre en Bolivia, existen en la práctica dos jurisdicciones superpuestas, la estatal-liberal y la indígena-campesina, que se ejercitan a través de sistemas de autoridad paralelas. El cambio es que hoy el texto constitucional plantea el reconocimiento abierto de la autoridad indígena y ya no estarán superpuestas, porque los territorios estarán delimitados en función del principio de autodeterminación de cada pueblo. Cada pueblo tiene el derecho a autodefinirse como población indígena, originaria campesina o como población intercultural. Esto por supuesto, es una oportunidad y a la vez, implica un peligro." (P. Regalsky, 82).
Tamaña tendencia a la autodeterminación sólo la podemos encontrar en Ecuador, con la fuerza nacional de sus movimientos indígenas organizados, en Venezuela, con su poderoso movimiento comunitario urbano, obrero y campesino, desde hace poco organizado en los Consejos de Poder Popular.
A estas avanzadas podemos agregar sus manifestaciones en formas más limitadas, en Brasil, con la experiencia rural del Movimiento sin Tierra, y en México, con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus prácticas cooperativas en las Juntas de Buen Gobierno y más recientemente el movimiento urbano oaxaqueño.
Es decir, aunque no existe todavía un movimiento latinoamericano que agrupe estas experiencias de autodeterminación revolucionaria en una sola corriente y programa, no son menos importantes sus existencias nacionales, relativamente conocidas fuera de cada país.
En el terreno de la fuerza de alternativa civilizatoria que contienen los movimientos indígenas de trabajadores, es definitoria su acción para tener, desde las clase-pueblo originarios de Bolivia y Ecuador, sobre todo en Bolivia donde constituyen gobierno y movimiento social al mismo tiempo, una solución. Incluso si fuera en estado de desarrollo y llena de contradicciones, capaz de ofrecer lo que no pudo la clase obrera después de los años 70.
Bolivia y los límites destructivos del capitalismo
Para comprender mejor el valor histórico de lo que ocurre en Bolivia, debemos contrastarlo con su opuesto: la crisis estructural del capitalismo mundial en su fase actual, con dimensiones destructivas tan peligrosas que amenaza la existencia misma de la vida humana y su medio ambiente.
Es una evidencia la derrota, disgregación y envilecimiento de buena parte de la clase obrera organizada en movimientos sociales durante el siglo XX. Esa clase social fue la sostuvo con su trabajo desde hace siglo y medio, la vida económica y social del planeta. Con sus derrotas, retraimiento y desorganización por traiciones, fue perdiendo la capacidad de ofrecer una alternativa sólida al dominio capitalista.
Aunque no es un proceso cerrado, pues la clase obrera no ha muerto ni mucho menos, no hay duda que con su retirada política, desde finales de los 70, los monopolios imperialistas y sus Estados nacionales avanzaron hasta vulnerar y poner en alto riesgo las bases mismas de su civilización capitalista.
Las poblaciones desplazadas (por ejemplo en Colombia más de 3 millones), los genocidios recurrentes, las guerras mundiales, y las locales (más de cien entre 1989 y 1999), la destrucción de África, la conversión de Palestina, Haití y otros cincuenta países de Asia, África y Latinoamérica, en pueblos-paria. Esto se retrata en la nueva miseria social, por ejemplo de los piqueteros y cartoneros en Argentina, un fenómeno que encontraremos en todos los países latinoamericanos bajo otros nombres. Haití, Paraguay y Bolivia fueron considerados desde hace dos o tres décadas, "países inviables" por los indicadores de las Naciones Unidas.
Sin olvidar la secuencial destrucción de sus propias clases medias, con crisis financieras demenciales como la actual en Estados Unidos; la destrucción de los mares, el cambio climático, la ruptura de la capa de Ozono, el deshielo de los polos, la neurosis masiva en las ciudades, más otras expresiones de la misma irracionalidad, colocaron el acumulado cultural humano en riesgo de sobrevivencia, incluidas sus especies vivas.
Eso es lo que varios autores denominan "crisis civilizatoria", o sea, ya no es una de las conocidas crisis "de coyuntura". De esas seguiremos viendo. Esta vez se trataría de que el capitalismo está llevando al límite la explotación de los recursos naturales y las poblaciones humanas, deteriorando sus capacidades creativas.
Si algo demostró la revolución boliviana por el agua, el gas, las minas, el salario, la democracia, la soberanía y otras conquistas, es que la inviabilidad imperialista podía convertirse en viabilidad boliviana mediada por el gobierno de Evo Morales apoyado en los movimientos sociales.
Esa es la diferencia. Ese es el desafío del próximo gobierno de Fernando Lugo en Paraguay, como sigue siendo para los de Evo, Correa, Chávez, Ortega y Raúl Castro. La dimensión de la tarea señala el alto grado de responsabilidad histórica que tienen estos experimentos gubernamentales de izquierda.
De lo que hagan (mal o bien), dejen de hacer, o dejen a medio camino, dependerá el resultado de estos procesos progresivos. Porque estamos frente a un enemigo interno e internacional que sabe lo que quiere y no se confunde con lo que representan estos gobiernos, aunque sonrían en las mesas diplomáticas de "buena vecindad".
Si logran reorganizar sus sociedades, gobiernos y Estados, de una manera que convierta los programas (las Constituciones de Venezuela, Bolivia y Ecuador) en la realidad dominante nacional, la alternativa civilizatoria que representan avanzará a caballo de nuevas revoluciones en otros países. Si no lo logran, porque el enemigo lo impidió, o porque no supieron crear las mejores políticas para ello, el resultado será negativo y todo lo avanzado podrá retroceder. Es esta la experiencia de las revoluciones del siglo XX.
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