Como en tres o cuatro oportunidades en el siglo pasado, América latina tiene hoy la posibilidad de desconectarse, como definiría Samir Amín, de los nudos que la mantienen en el atraso, la fragilidad y todo lo demás.
La posibilidad se la brindan dos colosales concurrentes que han decidido encontrarse, aún en calidad de enemigos, en el mismo lugar a la misma hora.
El primero es la arrolladora crisis económica de Estados Unidos y sus efectos sobre el sistema mundial de Estados que el capitalismo terminó de globalizar desde finales de la Segunda Guerra. La magnitud de la rotura actual en la acumulación capitalista confirma sus límites históricos advertidos por Marx y sus seguidores y confirmados hasta por el Club de Roma en 1975 cuando se asustó de sí misma y dijo: “el sistema puede ingresar a una etapa de riesgo general”.
Para especialistas de la estatura de Itzvan Mészàros y François Chessnais, ya estamos ahí. Se habría abierto, según Chessnais, “Las primeras fases de un proceso como el de 1929 a 1939, por primera vez a escala global, con manifestaciones brutales en la sustentabilidad de la naturaleza y la sociedad”**.
No es necesaria otra guerra mundial para tener noticia de sus efectos. Entre las varias manifestaciones, basta recordar que el capitalismo logró lo que nadie imaginaba: hacer coincidir por primera vez en la historia cuatro crisis peligrosas: la económica, la alimentaria, la energética y la ecológica.
La grave situación del G-7 imperial constituye para nuestro continente una brecha, una hendija coyuntural tan útil como el cuento chino de la crisis y la oportunidad. Todos los cambios progresivos y las revoluciones triunfantes o derrotadas del pasado, comenzaron por aprovechar brechas como ésta en el sistema de poder internacional.
Alan Greespan, el especulador global que alimentó desde la FED la explosión financiera de hoy, aconseja en sus memorias de 2007, sobre ese peligro: “El capitalismo está dejando brechas abiertas que están siendo aprovechadas por sus enemigos globales”.
El otro concurrente es el nuevo movimiento social de rebeldías multiformes que demostró su capacidad política varias veces desde 1999. No sólo desalojó gobiernos odiados por la aplicación neoliberal del capitalismo más obsceno, también reemplazó a algunos por gobernantes que considera propios y con ellos comenzó a transformar sus sociedades. A pesar de su difusa conformación de clase, ese movimiento mantiene potencial de transformación, como lo acaba de demostrar en Paraguay eligiendo a Lugo, en Venezuela desmontando un plan de golpe en menos de 24 horas y en Bolivia, donde la cosa es más complicada: Ellos conquistaron un doble poder territorial, pero, por ahora, limitado al tamaño de su “media luna” y bloqueado por UNASUR y el resto del poder social de Bolivia.
Como América latina no es una abstracción, la responsabilidad queda en manos de sus gobiernos concretos y en los movimientos sociales que los sostienen.
El asunto es si la dialéctica entre crisis y oportunidad la dejan pasar y se transforma en su contrario. Ya ocurrió en varias oportunidades, una de ellas el promisorio ciclo transformador de 1969 a 1975. Hoy las condiciones son además de mejores, más sabias en eso de saber lo que no hay que hacer.
Entre otras cosas, es una cuestión de tiempo. Ellos tratarán de recomponer la crisis haciéndola pagar a las clases pobres y a los países débiles. Ya lo hicieron desde finales de los setenta con la más extensa desregulación y liberalización conocida. Casi sin resistencia social por un complejo de derrotas, debilidades orgánicas y rendiciones pactadas.
Ahí nace el dilema. El capitalismo ha sobrevivido a más de 20 crisis desde el siglo XIX, aunque varias veces se le ha escapado la liebre, como en 1917, 1948, 1953, 1959, 1999, cuando revoluciones triunfantes demostraron que se les puede ganar, y más aún, que el imperialismo no es eterno, que es tan terrenal como cualquier producto humano. Uno de los factores clave que impidieron aprovechar esas brechas para liberarnos del poder capitalista e imperial, fueron aquellas organizaciones y dirigentes que prefirieron acomodarse, frenar, recular, pactar o capitular. Y cuando no, huir o suicidarse en la impotencia.
Con sus políticas llevaron a grandes masas a derrotas que cerraron brechas revolucionarias así como se cauterizan heridas graves en un cuerpo podrido. Le dieron nuevo aliento al enemigo y así llegamos hasta la crisis actual, una nueva oportunidad, o brecha, que en América latina tiene su mejor expresión política y oportunidad histórica. No existe, hoy, ningúna zona del mundo con esta oportunidad.
Es que además de unidos o dominados, el quid será el punto del camino hasta donde seremos capaces de andar. Puesto que el camino ya comenzó.
** Escritor y periodista venezolano, autor de varios libros, el último, la biografía ¿Quién inventó a Chávez?
**Conferencia, Revista Herramienta, Buenos Aires, 17 septiembre 2008.