Contra todo pronóstico militar, sobre todo del lado israelí y estadounidense, la incursión del ejército en el territorio de la Franja de Gaza, puede convertirse en una crisis interna del Estado sionista. Algo similar a lo que le ocurrió al Estado sionista en 2006 en Líbano.
Esta posibilidad nace en los sicalípticos efectos mundiales producidos por las imágenes de la matanza en Palestina. Pero tienen raíces más profundas. Una de ellas es la sospechosa motivación electoral de Ehud Barak por las elecciones israelíes de febrero; como dijo el Embajador palestino en Buenos Aires, “las elecciones israelíes las ganará quien muestre más muertos palestinos”. La otra posibilidad es que se profundice el debilitamiento de la moral interna de la sociedad israelí y un agrietamiento de su aparato militar.
Por el otro lado, e íntimamente relacionada, está la base social adquirida por el movimiento Hamas en Gaza y fuera de Gaza, que la convirtió en la primera fuerza política en 2006 por la vía del voto, frente a la decadencia de la Agencia Nacional Palestina, heredera de la OLP.
La resistencia palestina, con más de 60 años, se concentra hoy en Gaza y en Hamas. Y eso, en el actual contexto internacional, es un desafío mayor al que representó el propio Arafat cuando se instaló en 2002 como presidente de nada en Ramala.
Sin el apoyo logístico, militar y financiero de Estados Unidos y la jeremiada diplomática de los Estados árabes, Israel no ingresaría con facilidad a Gaza.
En esa medida, la expulsión del embajador israelí de Venezuela y la radical declaración de su presidente, contrasta como arquetipo, con el silencio árabe, excepto Libia.
El neutralismo árabe tiene la misma utilidad que el neutralismo brasileño, acompañado de casi todos los países latinoamericanos, que se parece al neutralismo británico que condujo a la consolidación del nazismo en 1939. Es el costo de todo neutralismo en toda guerra injusta: sirve al opresor.
Algunos especialistas en Medio Oriente sostienen que el ingreso de la infantería a Gaza podría transformarse en desgaste para el ejército israelí. “Aunque el escenario concebido por el ministro de defensa israelí está sometido a una condición: si se queda mucho tiempo en Gaza, la operación podría volverse en su contra” (Emanuele Ottolenghi, director ejecutivo del Transatlantic Institute). Algo similar a 2006 en Líbano.
Ese desgaste es el que intenta evitar Tel Aviv apoyándose en la mediación franco egipcia. O en cualquiera que le sirva.
El dilema sionista podría comenzar en el terreno militar, pero sólo se resolverá cuando su población le retire la base social en la que sostiene ese Estado expansionista. Ambos factores, aún siendo clave, no tendrán resolución favorable a Palestina, sin la participación activa de los Estados árabes contra Tel Aviv y la campaña internacional contra Israel.
La razón es tan simple como larga y desdibujada la causa de este conflicto, el más prolongado del siglo XX en su tipo.
Israel es una construcción artificial de los triunfadores en la II Guerra Mundial. Nació de una Resolución de la ONU en 1947, que partió en dos a Palestina con la firma EEUU, Gran Bretaña, Francia, Stalin y la URSS.
Sin las 7 guerras y 54 agresiones militares a Palestina desde 1948, que produjeron tres desplazamientos de cientos de miles sucesivamente y más de un millón de muertos, el Estado de Israel no existiría. Pero tampoco sin la pavorosa campaña mundial de legitimación del Estado de Israel, realizada como una de las mayores estafas del siglo XX, a cargo de los imperialismos dominantes, la URSS y los PC hasta la crisis del canal de Suez y los partidos socialdemócratas. Sin esa maraña universal de propaganda y mitología prosionista, la resistencia palestina-árabe pudo haber frenado la implantación de Israel en el territorio palestino.
El Estado sin nación de un pueblo perseguido que hoy llamamos Israel, fue la solución imperialista al drama del pueblo judío. Pero el pueblo judío pudo tener una solución más humana y democrática que un Estado confesional, racista y no democrático. Esa solución nació en la huelga general más larga de la historia en 1936 contra la primera colonización, y tuvo forma programática en 1967 cuando la OLP votó en un congreso la consigna “Por una Palestina laica, democrática y no racista”.
El estado de guerra, expansión y opresión permanentes fueron las inevitables consecuencias de aquella solución capitalista.
Hamas, como antes a la OLP, o el Congreso Nacional Africano de Mandela, o los bosnios en 1995, o cualquier otro en similares condiciones de barbarie, tienen el mismo derecho histórico que tuvieron los gloriosos militantes judíos del Ghetto de Varsovia: resistir por todos los medios, incluso las armas.
El Estado sionista tiene un problema de existencia: si no gana guerras, se desgasta como Estado, develando su carácter subimperial y militarista y su origen artificial en 1947. Esta vez el problema está en la población creciente de Gaza y en la fuerza social de las intifadas, resumidas y contenidas en Hamas desde 2005. Hamas es el reemplazo generacional y político de la vencida OLP. Yasser Arafat, el legendario fundador de la gloriosa organización palestina, abjuró de su propio proyecto de construir una “Palestina laica, democrática y no racista”, cuando aceptó la Resolución 242 de la ONU en 1986 y los pactos de 1993, que otorgan derecho a la existencia histórica al aparato-Estado sionista. Olvidó un pequeño detalle: Sionismo es hoy sinónimo de nazismo. Jamás aceptará compartir territorio excepto bajo sus condiciones de pequeño imperio dominante en Medio oriente. Esta realidad fue pronosticada en 1939 por el gran marxista judío Abrahan León en su libro “Estudio marxista de la cuestión judía”. Si la solución al problema judío era imperialista, entonces el estado resultado sería instrumento directo del imperialismo dominante.
Toda colonización y ocupación siempre tropezó con el mismo problema: ¿Qué hacer con la población establecida? Israel y EEUU no resolvieron este asunto crucial, a pesar de haber utilizado los tres métodos conocidos: el exterminio, el desplazamiento y el sometimiento. Podríamos agregar la corrupción.
El ingreso de las tropas a Gaza intenta la exterminación de la población una vez más, sin lo cual el sionismo no sobreviviría. De allí el uso de todos los medios militares disponibles para ese objetivo: gas mostaza, arrasamientos estilo progrom, bombardeo sistemático de destrucción masiva de edificios, casas y asentamientos, bombas “racimo” y “fósforo”, el amurallamiento de Israel como los antiguos Estados feudales y prefeudales que vivían en guerra permanente, la reclusión masiva de jóvenes palestinos, la apertura de campos de concentración y el control total de los territorios, pasos y ríos de Cisjordania, Gaza, las alturas del Golam y sus alrededores.
Aún así, algunos datos indican que llegaron tarde, que el sionismo se está desgastando a su interior. Una de esas señales son las batallas en los recovecos de Gaza, donde Hamas opone una resistencia militar y social imprevista.
Si esas señales no son acompañadas por el apoyo externo, sobre todo árabe, la resistencia en Gaza se detendrá y podríamos presenciar la exterminación del pueblo palestino, como a comienzos de siglo se conoció la del pueblo armenio, o la del gitano durante la II Guerra Mundial. Luego de eso, la ONU vertirá sus lamentos de rigor.
*modestoguerrero@gmail.com