Irán, desde hace tiempo en el ojo del huracán de las tensiones internacionales, miembro predilecto del “eje del mal” proclamado por el “gran satán” --expresiones con que mutuamente se obsequian los actores de una de las confrontaciones centrales de nuestra época--, conmemoró el 11 de febrero el trigésimo aniversario de la Revolución Islámica, la cual en ese día de 1979 dejó fuera de la historia viva a una estructura de poder que, enraizada a dos y medio milenios de existencia, había degenerado hasta la condición de gendarme norteamericano en el convulso Oriente Medio.
País de existencia milenaria, la antigua Persia que varios siglos antes de nuestra era destacó entre muchos otros los nombres de Darío el Grande y los Jerjes I y II, enfrentando en diversas oleadas a griegos, medos, romanos, turcos, mongoles y árabes, alternando victorias y derrotas pero afirmando una fiera decisión de permanencia, aunque permeado hasta el punto de, primero, contar hoy con decenas de lenguas, la predominante de las cuales, el persa, utiliza el alfabeto árabe y posee numerosos vocablos de ese origen, y segundo, haber sido islamizado a partir del siglo VIII, pervivió con el nombre de Irán sin dejar de padecer las apetencias de los sucesivos imperios, entre ellos, por supuesto, los contemporáneos. Alemanes, ingleses, rusos y norteamericanos lucharon por la influencia dominante en un territorio de enorme importancia estratégica, y sobre todo cuando se lo descubrió como un gigantesco depósito de petróleo y gas.
La última dinastía se estableció a partir de 1925, cuando un líder militar con posiciones nacionalistas, Reza Kan Pahlevi, hombre fuerte desde 1921, se declaró emperador, instaurando su propia dictadura. El ahora Reza Sha introdujo cambios importantes, con reformas burguesas de infraestructura y culturales. A principios de la Segunda Guerra Mundial, Alemania, con la cual el Sha simpatizaba, quiso convertir a Irán en base militar y ello motivó la doble invasión de británicos y soviéticos y la deposición del monarca, cambiado por su hijo Mohamed Reza Pahlevi. Al finalizar la conflagración y tras salir las tropas extranjeras, en la lucha de los imperialistas por la posesión de los recursos energéticos y el predominio político se impusieron los norteamericanos. El Sha, que buscó unir a viejos feudales con la ascendente burguesía, se fue convirtiendo en su hombre de paja, e Irán en su gran perro de presa para la zona, por encima del propio Israel cuando éste se constituyó como Estado sionista. Un acelerado desarrollo capitalista dependiente proveía la fuerza necesaria.
Pero bajo la apariencia de inconmovible fortaleza se desarrollaba una poderosa lucha de resistencia. El Frente Popular, liderado por el socialdemócrata de izquierda Mohamed Mosadegh (MM); el Partido Comunista, Tudeh, y los sectores dirigidos por los ayatollahs, líderes religiosos de enorme influencia, enfrentaban al régimen, el cual no pudo evitar el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1950. MM, Primer Ministro, nacionalizó el petróleo en 1951. Los imperialistas se conchabaron para no comprarlo. El Sha destituyó al Primer Ministro en 1952, pero el pueblo se alzó y debió restituirlo. Se generó entre ambos una tensa lucha. La CIA y los servicios secretos británicos trabajaban a todo vapor. Hubo incluso un extrañamiento del Sha, pero en agosto de 1953 un levantamiento militar destituyó a MM y aquél regresó y estableció la dictadura absoluta.
La resistencia se intensificó, incluyendo un movimiento guerrillero a partir de 1975, los grupos nacionalistas e izquierdistas que conformaban la “oposición civil” y la creciente “oposición religiosa”, obediente a los ayatollahs, la cual postulaba “combatir al mismo tiempo al imperialismo y al marxismo”. A partir de 1977, tras grandes enfrentamientos que condujeron a su exilio en París, de donde siguió trazando líneas, se ensanchó el prestigio de Jomeini, máximo líder religioso y ahora también de la nación. Gigantescas manifestaciones de obreros, lumpen, estudiantes, intelectuales y pequeña burguesía se sucedieron casi sin tregua y con saldo de millares de víctimas. El 16/1/79 se fue el Sha y el 1° de febrero retornó Jomeini en “un baño de multitudes”, surgiendo una dualidad de poderes que se decidió el día 11 a favor de la revolución. Se iniciaba la República Islámica.
La cual se fijó como objetivos: En lo exterior, cuidarse del imperialismo norteamericano, declarado enemigo principal, de las otras superpotencias y del sionismo; mantenerse independiente tanto del Este como del Oeste; apoyar a las masas oprimidas del mundo, especialmente las árabes. En lo interior, la felicidad según el Islam. Se le reclaman avances democráticos, sobre todo en cuanto a libertad de expresión y status femenino. Y hasta aquí, no hay más espacio.