Obama heredó una crisis del sistema capitalista que irrumpió al final del mandato de George W. Bush. Su expresión financiera tiene muchos factores como causa y entre ellas no se puede desconocer la irresponsable política económica de Bush, quien en las guerras desatadas dio riendas sueltas a gastos de miles de millones del presupuesto de cada año.
Ante la crisis financiera actual, con la quiebra sucesiva de los grandes bancos y otras empresas, la parálisis de los mecanismos de préstamos y la caída del consumo, la economía norteamericana cayó en una recesión cuyo desenlace es imprevisible para los gurú del sistema y para los ilustres economistas galardonados con el Premio Nobel.
Hasta ahora, tanto Bush como Obama, salvando las diferencias en argumentos y estrategias, han seguido la política aconsejada por los asesores y los especialistas cabezudos en materia financiera y de mercado.
El Congreso ha aprobado, con aisladas reticencias, el paquete de cientos de miles de millones de dólares para inyectarlo como “suero” a la enfermiza economía norteamericana. Igual receta están aplicando los países de Europa y de otras naciones, aunque con variantes.
Si esta será la posible solución de la actual crisis financiera, aún queda por comprobarlo en la práctica en período relativamente largo. Pero de hecho se está aplicando como terapia para la recuperación de la crisis, y con pronósticos esperanzadores aunque reservados.
Ahora bien, pienso que la crisis militar de los Estados Unidos no se soluciona con igual receta, aunque con sus variantes: inyectar más recursos financieros para gastos militares y movilizar más tropas, unos 30 mil soldados, hacia Afganistán; derivar los recursos del “el enfermo Irak”, tal parece que “desahuciado” de revivir por la vía militar, y ponerlo a disposición del otro “enfermo” Afganistán, en un esfuerzo supremo por salvarle la vida no a ese país, sino a los médicos que indican tal receta y proponen tal método. Obama debía desconfiar de tal equipo de “médicos” militares, si no quiere convertir a Afganistán en su propia guerra, y a la larga su propia derrota.
Obama y su equipo gobernante debieran comprender que, en nombre del pueblo norteamericano, se impone una actuación responsable que rompa con la actuación irresponsable de Bush. Las guerras ilegales e injustas de Bush, tan repudiadas a nivel mundial, no deben ser defendidas por Obama. El prometido retiro de las tropas norteamericanas de Irak en un plazo dado, si lo cumple, marcará una diferencia significativa. Pero tratar de mantenerse montado también en el carro de la guerra, transfiriendo recursos financieros y soldados a Afganistán, sería librar, al cabo de los años, su propia guerra y asumir una actitud guerrerista que a nada contribuye a su imagen pública de cambios en la mentalidad y en la actuación.
Ante esta crisis militar tanto en Irak como en Afganistán, Obama, si no regresa a sus soldados a casa, si no cesa la ocupación mantenida durante demasiado tiempo de estos países, no cumpliría su promesa esencial de evitar la muerte de los soldados norteamericanos y acabar con la masacre de los habitantes de los países ocupados.
¿Por qué mantener a Afganistán como campo de entrenamiento, en condiciones reales de guerra, para las tropas de Estados Unidos y de la OTAN? ¿Será más económico y efectivo el entrenamiento en tales condiciones, aunque cueste algunos muertos por fuego enemigo o amigo? ¿Será esta la razón oculta de los Jefes del Pentágono y de los asesores militares?
Sean cuales sean las razones que Obama tenga para reactivar la guerra en Afganistán, debiera repasar algunas lecciones de la historia de épocas pasadas y más contemporáneas. Así comprendería que los conquistadores no han tenido ni tendrán futuro, y que mientras más soldados lleguen a Afganistán, mayor será el número de soldados muertos que regresarán a los Estados Unidos y a los otros países de la OTAN. También será mayor el número de combatientes enemigos muertos que resisten en las casamatas del país agredido, y muchos más serán los incorporados, por razones miles, a esa lucha de resistencia contra los ocupantes. Y también serán muchos más los civiles, los inocentes, cuyas vidas se sacrificarán por fuego enemigo y amigo.
¿Esto beneficiará al gobierno de Obama, que pretende cambiar la imagen del pueblo de los Estados Unidos? ¿Acaso beneficiará al pueblo norteamericano, cansado de que sus hijos mueran o maten en parajes ignotos, librando guerras crueles e injustas?