I
Se degeneró la derecha política en América Latina y el mundo. Tuvo su oportunidad, su momento de gloria. Por años se hizo modelo en el mundo, siempre preponderando “oficialmente” sobre su vertiente contraria, el socialismo, o sobre su fuente más ortodoxa, el comunismo, persiguiéndolo, exterminándolo, calumniándolo. Llegó incluso su máxima plataforma de poder (EEUU) a declarar una completa hegemonía ideológica cuando uno de sus presidentes se ufanó de desmembrar a las antiguas repúblicas socialistas de la URSS, más o menos por el tiempo cuando también proclamó poner de rodillas a los países productores de petróleo agremiados en la OPEP. El mundo se perfilaba dizque bajo el “modelo único”. Contaban con la energía suficiente para recorrer los campos abiertos a sus pasos.
Ahora se cae a pedazos, bajo el rótulo de una galopante crisis financiera producto de su propia fisiología de la decadencia, cuya menguante gloria no la deja sopesarse en todo su escandaloso desastre. Vive el síndrome de la negación, no mirando su propia desgracia, no oyendo las trompetas de los tiempos de cambios, cerrándose al tenue rayo de sol procedente del ocaso, confinada en su “gloriosa” oscuridad. Viviendo en el pasado, imaginándose la vida tan refulgente como antes para ellos (la derecha política), llegando a una situación en la que sólo empiezan a quedar restos, a sobrevivir apéndices, a regurgitar resacas.
Queda, en fin, la ultraderecha, el cuerpo político del pasado sin la humana razón, provista nomás de los extremismos y los impulsos animales. La violencia política organizada intentando aferrar partes vacías de una antigua humanidad menguada. Los puntos extremos del poder económico y político, haciendo los dos mil esfuerzos por comunicarle a sus viejas huestes ideológicas que el mundo sigue igual, próspero como siempre, con un leve problema transitorio pero siempre ella mandando, lo cual no debe impedir que se tenga que tomar las calles en nombre del capital y el progreso (es decir, en nombre de ellos) para protestar contra vencidos fantasmas del pasado, trasnochadas alucinaciones comunistas, antiprogresos, responsables en el fondo de los males del mundo. Algo así como que la derecha política trabajaría tranquila y rendiría felicidad a sus cultores si no existiesen plagas como el comunismo, socialismo, terrorismo, antisemitismo, antidemocracia, todos elementos ideológicos, a fin de cuentas, inventados como excusas para preponderar sus tesis en el mundo.
Pero se ha ido quedando sin gentes, sin criterios de apoyo, sin votos, con formatos de cascarón vacío, con ruidos de discursos huecos. Sus adeptos han muerto en sus puestos de eterno oficio, sin prosperidad particular, pero siempre a su servicio, dándole forma a esa nueva especie de esclavitud “progresista” inventada por la ideología derechista para sostenerse en el mundo; o han perdido sus empleos, casas, familiares a quienes no han podido asistir por carecer de recursos, como los que poseen sus jefes, los magnates, los cabezas del sistema neocolonial y liberal, ésos inmunes a los problemas que aquejan a las masas, la gran familia plutocrática transnacionalizada. O simplemente han mudado de opinión, lo que puede equivaler a decir que han madurado (por no decir “podrido”), han tomado conciencia, han descubierto el engaño, han cobrado el sentido de la propiedad y pertenencia histórico y político. Es decir, se han hecho pueblos.
Pero para ellos, para la derecha política en declive, o ultraderecha en refulgencia (que es lo que queda), el trago amargo no ha pasado o, peor, incluso, no ha llegado. Se ha vuelto ciega, loca, alucinante, viviendo de la historia y fraguando fantasmas por doquier para ordeñarlos. Como consecuencia: he allí los viejos partidos políticos, ahítos de ranciedumbre, huérfanos de la vitalidad popular; he allí la democracia, cascaron sin votos, sin alma política, otrora arma de los nuevos discursos para la manipulación de las masas. He allí cualquier cosa hueca que no se quiera aclarar a unos ojos fanatizados, aterrados con los vientos de cambios, en medio de negadas estampidas.
Si hay elecciones, se sigue ganando como siempre, así sea con el hurto o la forja de los votos, regando a los cuatro vientos que los (fugados) adeptos los siguen apoyando, que tienen pueblo; si sus pueblos se sublevan y van contra ellos para pedirles pan y explicaciones, adeptos incluidos, entonces los acallan apagándole los micrófonos, imponiéndole la propiedad particular de sus grandes medios de comunicación, donde sólo hablan las voces de la conveniencia. Pero igual, como lo hacen ver con su enorme maquinaria, sigue habiendo democracia, aunque realmente no existan los votos. No está en la genética política y económica del sistema neoliberal, derechista y neocolonial el dar cobertura o transigir con la figura social, a no ser que sea para la explotación inmoral de siempre.
II
El revuelo empezó en Argentina, hace ya unas décadas, cuando en brazos de organismos crediticios como el FMI le pintaban al mundo un panorama de regularidad y progreso; la Argentina pagaba y le iba, presuntamente, a las mil maravillas con sus deudas. Hasta que la cosa explotó y el mundo y los pueblos descubrieron el engaño: perdieron todos menos los magnates; el famoso “corralito” para los primeros y el capital para los segundos. Socialización de pérdidas y privatización del capital.
Luego el revuelo tomo forma concreta con Venezuela, quien con la Revolución Bolivariana invitó a verse en el espejo del descalabrado país hermano, donde sus habitantes no parecían dueños ni del agua. ¡Tan transnacionalizados estaban! Así como dicen de México que sus habitantes no pueden bañarse en las orillas de sus propios mares por estar privatizados. La patria de Bolívar, sin bajar la guardia, ha confrontado a las viejas castas del poder político y económico y ha persistido en el empeño de hacerles ver la realidad, su error histórico, su quiebra política, llamándolas a conciencia (si eso es posible), dejándolas, como se dijo, en el hueso de los extremos, dada su recalcitrancia.
Posteriormente el pajal prendió hacia el resto de América Latina y el Caribe. Ecuador contiene bajo gran expectativa a las cúpulas del poder tradicional, tocadas por las reformas de su presidente Correa; Bolivia vivió los zarpazos del secesionismo, intento fallido de los grupos de poder de hacerse con las más ricas regiones económicas del país; Argentina se recupera, reivindicándole viejas concesiones a su pueblo; Perú vive el último mandato de la derecha política con Alan García; Colombia se debate en cómo mantener el cartel de una derecha en el poder, desde hace tiempo fementida democracia, impuesta por las armas; en México la derecha pretende haber engañado al mundo con sus elecciones fraudulentas (Felipe Calderón versus Obrador); Cuba, sobre la ola de un sistema neoliberal en fuga, acaba de ser reivindicada en su sistema político crítico de la neoliberalidad, hoy en crisis; Guatemala ya vivió en ataques a su presidente el intento de los grupos de poder de desprenderse de un “incómodo” síntoma de los cambios; lo mismo Paraguay, a cuyo presidente, incómodo síntoma también de los cambios, se le explotó hasta el colmo una matriz de opinión orientada a sacarlo de la elección popular; Nicaragua es gobernada por un antiguo guerrillero sandinista, antineoliberal y antiimperial por principios; un hombre de izquierda recogió el sentir mayoritario de su pueblo en El Salvador.
En toda la región la derecha política no se ve (no quiere) a si misma en mengua; no quiere reconocer el paso desastroso de sus años en ejercicio del poder ni el desgaste de su aparato de control y engaño popular, ni siquiera imaginarse que ha perdido el afecto que alguna vez le habrá dispensado el pueblo. Se erige, en consecuencia, como una figura política sin pueblo, o a su margen, asumiéndose legítima así sea sobre la base de dos o tres votos procedentes de los suyos, de mayor valor que los dos o tres millones de “patas en el suelo” que ha dejado de votar por ella. Así, su nueva democracia de las minorías no encuentra distinción entre los dos o tres votos de los ricos respecto de los dos o tres millones del pueblo. De forma que la derecha tiende a lo que le queda, a sus restos, a sus pilares fundamentales plutocráticos, a su extremismo, a sus medidas de fuerza… A su ultraderecha osificada.
III
Y ahora Honduras. Bastante había durado su presidente sin un sacudón desesperado de los carteles oligárquicos de la derecha política y extremo-liberal del país, preocupada por el vuelco de timón de los últimos años: Honduras renuente a su patronazgo tradicional (EEUUU), Honduras en el ALBA, Honduras coqueteando ideológicamente con países como Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia (el “eje del mal”); Honduras descubriendo tristemente que el padrinaje de su “amigo” imperial no ha servido más que para declararlo al presente como uno de los países más pobres de la Tierra. Y con más poder de intimidación para las castas si ese hombre, hoy presidente expulsado del país, procede de sus propios confines familiares, terrateniente él, volcado hacia las masas en los giros últimos de su evolución política.
Naturalmente, como es el hábito demencial de quien decae, quienes quedan “adueñados” del país no dan en ver la dimensión de su barbaridad golpista al defenestrar a un presidente mayoritariamente elegido por las masas. No miran lesión para el concepto de “democracia” por ningún lado, mismo que ahora utilizarán descaradamente para embaucar al pueblo hondureño, en la eventualidad de que se salgan con la suya. Respiran “normalidad” en un ambiente donde dos poderes públicos se confabularon contra la expresión mayoritaria popular para imponerle el mandato ilegítimo e ilegal de la cofradía de los ricos del país. Huelen el aire cargado de gloria y pasado por todas partes, negando que haya ocurrido algún cambio, que haya advenido ningún nuevo tiempo a Honduras. Parménides y su mundo estático –puede decirse-. Viajaron a su época de las cavernas de un tirón a visitar a sus antepasados. El mundo sigue igual a cuando ellos andaban montados en el poder (Suprema Corte de Justicia, Congreso, militares), haciendo y deshaciendo de su pueblo sin el estorbo de ningún terrateniente traidor, como deben de llamar al Presidente Manuel Zelaya.
Pero en Honduras ya prendió la cultura de los cambios. No hay vuelta atrás, y quienes se aferran a un poder anticonstitucional tienen sus días contados. El paradigma ya cosechó en Venezuela, con toda su revolucionaria repercusión. El fruto de una actitud revolucionaria podría no alumbrar; pero, eventualmente, una vez dado, no se pudre jamás sin consecuencias. Habrá de levantarse Honduras, como El Salvador y Nicaragua, en una lucha titánica contra el coloso mayor, allí en su mero pie, emulando al pequeño guerrero que enfrenta gigantes. Gran reto y extraordinaria configuración geográfica de la lucha por el cambio en América Latina y caribeña, de extremo a extremo.
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