Los hechos que están ocurriendo en centro América no son inocentes y no pueden ser vistos como fortuitos. Es realmente lamentable que en estos tiempos, ya finalizando la primera década del siglo XXI, estemos presenciando tan bochornosos acontecimientos políticos, en donde las elites locales manejan los Estados tal y como manejaron sus haciendas en el siglo XIX, o peor aun, pretenden retomar viejas prácticas políticas, que trajeron consigo desapariciones masivas y la posterior instauración del modelo de acumulación Neoliberal, contando a un sinfín de cuestiones que hacen realmente difícil la sobrevivencia de los pueblos de la región, producto de tan “prestigioso” modelo.
Demos, ahora, un pequeño vistazo (no cronológico) a lo que ha sido la historia política de las naciones del cono sur del continente americano luego de finalizada la II Guerra Mundial. Por un lado tenemos a Joao Goulart en 1964, quien sufre un golpe de Estado, que “corta la cabeza”, a la creciente oleada movilizadora popular que experimentaba el país, y que pretendía dar paso a planteamientos políticos distintos a los que se habían implementado hasta el momento, los cuales no ponían en cuestión al capitalismo, puesto que los proyectos Nacional-Desarrollistas no cuestionaron del todo al modelo de explotación imperante. En Argentina, la “triple A” y la ingobernabilidad que había dejado la muerte de Perón, condujeron a que en 1976, copiaran la solución al conflicto social de la receta elaborada en los Estados Unidos. En Chile la historia no es muy disímil, Se actuó de forma ruda en contra de quienes pretendieron implementar un proyecto alternativo al capitalismo. En Venezuela, el periodo conocido como el “trienio ADECO”, fue madrugado el 24 de Noviembre de 1948, por quienes fueron sus aliados militares hacía tan solo tres años atrás en el golpe que le puso fin a la “hegemonía Andina”. Golpes por múltiples razones. Pero que tenían algo en común, mejor dicho, muchos elementos en común. Entre ellos la movilización de distintos sectores progresistas de la sociedad y que en todos los golpes se puso en práctica la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”.
Es preciso señalar que luego de finalizada la II guerra Mundial, y después de firmados los tratados de Yalta entre las potencias victoriosas, en 1946, se crea en los Estados Unidos el National War College, con la intención de preparar el escenario en las naciones latinoamericanas que brindara la posibilidad de entrada de los Estados Unidos como país asesor-interventor en los asuntos políticos de América latina. Los elementos coyunturales que generaron la guerra fría, propiciaron una lucha a muerte en contra del comunismo internacional. Ya con la “pista despejada” la doctrina de seguridad Nacional, comenzaba a plantearse solucionar problemas que giraran en torno a aspectos psico-sociales, con relación al desarrollo y a la estabilidad interna. Dígase gobernabilidad y estabilidad política que permitiera desarrollar las fuerzas productivas del capitalismo en las naciones latinoamericanas. Para algunos analistas, la visión de la doctrina de la seguridad nacional, tenia “Concepción Totalizante” de la sociedad, pero ciertamente nunca escondió su afinidad con el proyecto capitalista o por lo menos en lo referente a las relaciones sociales que este promueve.
Precisamente la "Seguridad Nacional es el grado relativo de garantía que, a través de acciones políticas, económicas, psico-sociales y militares, un Estado puede proporcionar, en una determinada época, a la Nación que jurisdicciona, para la consecución y salvaguardia de los objetivos nacionales, a pesar de los antagonismos internos o externos existentes o previsibles”1. Primero los intereses de la nación antes que los de los hombres y mujeres. Intereses de la nación, en complicidad con los de las oligarquías locales, que no estaban dispuestos a arriesgar sus posiciones políticas consolidadas históricamente.
Fuerzas armadas que se preparaban ante los posibles ataques externos. Formación de las instituciones militares profesionalmente con el objetivo de evitar cualquier infiltración del enemigo. Es decir entra en escena el concepto de “guerra total” utilizado por John Collins y en el que se asegura que es parte de aquel conflicto en que los recursos políticos, militares, económicos y psicológicos están plenamente comprometidos y donde la supervivencia de uno de los beligerantes está en peligro2. Guerra en contra de quienes a lo interior osaran romper con el proyecto del capitalismo nacional o internacional.
Pero todo esto de la “doctrina de la seguridad nacional”, pareció haber quedado bajo tierra luego de los años 90 y el supuesto triunfo de las democracias. Profundizar la mima parecía el único objetivo de las naciones latinoamericanas. La historia del siglo XXI ha dicho lo contrario.
En Venezuela, el 2002, se sufrió un golpe de Estado que puso en cuestionamiento la solidez institucional de la democracia. En Bolivia en el 2008 y en años anteriores, la posibilidad de que estalle una intentona golpista no es una cosa agarrada de los cabellos. Las intenciones separatistas de Santa Cruz, indicaban que efectivamente la posibilidad de culminar con el proyecto político que dirige Morales, estaba por lo menos siendo discutida por algunos sectores de la sociedad; y en este caso como en muchos otros, podríamos decir que no era la voz más representante de lo popular.
Ahora bien, lo que está ocurriendo en Honduras es una verdadera vergüenza. Políticos representantes de la oligarquía nacional, aseguran que no se está desarrollando un golpe de Estado, sino que por el contrario esto se debe a una acción “legal”, de restitución del orden gubernamental-institucional-democrático. Tamaña mentira, que no hecho sino despertar vergüenza entre quienes en realidad pretenden trascender al modelo democrático que aun impera en nuestras naciones; por otro lado tenemos a los oportunistas que no tienen sino la opción de apegarse a la voz mundial que reclama que acciones políticas como las desarrolladas recientemente en Honduras no se repitan “nunca más”, tal es el caso de Colombia, Perú y la “madre” de las democracias, hablamos de los Estados Unidos.
Y es que hay algo bien delicado en este asunto, porque decir que los Estados Unidos no ha aceptado el golpe nos induce (aunque no lo queramos) a re-legitimar el discurso “liberador y multiplicador de la democracia” que tuvo la potencia del norte durante los años de la antes mencionada “Doctrina de la Seguridad Nacional”. Fijémoslos de lo siguiente. En declaraciones a la cadena CNN el presidente Obama declaró: creemos que el golpe no fue legal. Y son estas aseveraciones las que nos inducen a plantearnos cuestionamientos referentes a si ¿Acaso hay todavía formas legales con las cuales podemos dar golpes de Estado? Claro que sí, su espíritu democrático no es que ahora sea el más reivindicativo de los principios de la libertad y la igualdad, sino que todo esto obedece a una estrategia política en la que pretenden posicionarse en el nuevo orden mundial que se está gestando. Por otro lado también surge la pregunta: ¿qué hubiera pasado si los Estados Unidos hubiera dado por legitimo el golpe? Apuntáramos las espinas hacia el imperialismo. Pero como la “gran patria de la libertad” cuestiona este acto (en el cual dice no haber participado), se restituyen relaciones diplomáticas y al imperialismo le damos nueva tregua. Múltiples sinvergüenzas descarados los demócratas. ¡Verdad!
Carlos_rivas_45@hotmail.com