El pueblo hondureño continúa su lucha contra los golpistas que pretenden tozudamente mantenerse en el poder a contrapelo del repudio y condena de la comunidad internacional y el rechazo y la sublevación pacífica del pueblo.
Existen suficientes razones para admirar la tenaz resistencia del pueblo hondureño frente a la tiranía entronizada por Micheletti y el alto mando castrense. Mantener la movilización popular y los actos públicos de denuncia del régimen de facto a pesar de la suspensión de las garantías y los toques de queda, las censuras de prensa, las amenazas, las presiones y persecuciones, las represalias, las detenciones, las torturas y los asesinatos, expresan la actitud heroica y la estrategia política inteligente sui generis del pueblo y de sus líderes. Nunca antes un pueblo de nuestra América ha dado un ejemplo similar ante un golpe de estado que ha tratado de que el tiempo corra a su favor.
Hace ciento veinticinco años, en 1884, José Martí expresó estos juicios justos sobre Honduras:
“Honduras es un pueblo generoso y simpático, en que se debe tener fe. Sus pastores hablan como académicos. Sus mujeres son afectuosas y puras. En sus espíritus hay substancias volcánicas. Ha habido en Honduras revoluciones nacidas de conflictos más o menos visibles entre los enamorados de un estado político superior al que naturalmente produce el estado social, y los apetitos feudales que de manera natural se encienden en países que, a pesar de la capital universitaria enclavada en ellos, son todavía patriarcales y rudimentarios.”
He aquí dos presupuestos esenciales del actual momento que vive Honduras. Uno, el carácter generoso y el espíritu volcánico de los hombres y mujeres hondureños, que se manifiesta en la lucha por el retorno del presidente Zelaya, la restitución del orden jurídico y constitucional y la apertura de nuevos cauces para el desarrollo político de la nación. Un pueblo, además, en que hombres y mujeres de las distintas capas sociales se expresan con claridad y convicción, en forma persuasiva, sobre la trágica realidad social que ahora viven y sus aspiraciones y demandas urgentes en nombre de la libertad, la justicia, la equidad y la democracia verdadera.
Dos, los conflictos existentes desde antaño entre los enamorados de un estado político superior, en este caso representado por lo mejor del pueblo, y los apetitos feudales, que en la actualidad están representados por una camarilla oligárquica integrada por políticos, militares, empresarios, eclesiásticos y otros sectores privilegiados.
Hoy continúan siendo válidas las valoraciones siguientes de Martí:
”Pero los ojos de los hombres, una vez abiertos, no se cierran. Los mismos padecimientos por el logro de la libertad encariñan más con ella; y el reposo mismo que da el mando tiránico permite que a su sombra se acendren y fortalezcan los espíritus. Ni ha sufrido Honduras mucho de tiranos, por tener sus hijos de la Naturaleza, con una natural sensatez que ha de acelerar su bienestar definitivo, cierto indómito brío, que no les deja acomodarse a un freno demasiado duro:”
Destacan, a la luz de los acontecimientos que hoy conmueven a Honduras, estas ideas esenciales que tienen plena vigencia.
Primero, que los ojos de los hombres, una vez abiertos, no se cierran. Eso ha sucedido al pueblo hondureño durante el periodo presidencial de Zelaya. Han bastado algunas medidas sociales establecidas y posibles dentro de las circunstancias del país a favor de los sectores pobres y menos favorecidos en el pasado, para que el pueblo desarrolle una conciencia sobre las posibilidades inmensas que se abrirían si se profundizara el proceso político. De ahí que vean en la constituyente un nuevo y prometedor camino. Es difícil que esa mirada hacia el futuro pueda impedirlo nadie durante demasiado tiempo. El golpe militar será pasajero e intrascendente, y sus promotores y ejecutores no han podido ni podrán cantar victoria. Sólo servirá para que el pueblo radicalice su actitud y amplíe su visión sobre los cambios necesarios.
Segundo, la naturaleza rebelde que es intrínseca al pueblo hondureño, ese “cierto indómito brío, que no les deja acomodarse a un freno demasiado duro”, según lo calificara Martí, se ha puesto de manifiesto y se ha demostrado que ha medida que el régimen golpista ha arreciado sus tropelías, el pueblo hondureño se ha crecido, y ha transformado y profundizado su práctica política y revolucionaria frente a la opresión. Se puede afirmar que ante el acto vandálico de los golpistas, el pueblo ha despertado plenamente y ha perdido la ingenuidad que, de cierta manera, le impedía ver lo que había detrás del disfraz que ocultaba el verdadero rostro de las cúpulas de la política tradicional, de la rancia burguesía, del traidor y vendepatria alto mando militar, del servil y reaccionario clero, y , por supuesto, del tan cacareado sistema democrático representativo que esos mismos sectores esgrimían farisaicamente como su modelo.
En fin, el pueblo se ha visto, con sus manos limpias y puras, frente a sus enemigos reales, con sus manos armadas de pezuñas y teñidas de sangre.
Por todo eso, se debe tener fe en el pueblo generoso de Honduras y en sus líderes auténticos, representados por Zelaya y la pléyade de dirigentes sociales que hoy encabezan el movimiento nacional de resistencia. Hoy precisamente en que “los padecimientos por el logro de la libertad encariñan más con ella” e incitan a la lucha por una victoria contundente y definitiva.
17/8/09
wilkie@sierra.scu.sld.cu