Los restos de Juan Almeida Bosque descansan ya en la Sierra
Maestra justo en un lugar del territorio que ocupara el Tercer Frente
Mario Muñoz Monroy, del que fuera jefe durante la guerra de liberación.
Uno de los más heroicos y admirados adalides de la revolución cubana,
el pueblo de Cuba se volcó en todos los rincones de la isla a
tributarle el último adiós arropándolo con su cariño más entrañable.
Almeida es, junto al Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Raúl
Castro, uno de los integrantes cimeros de la generación de comandantes
revolucionarios que hizo sus primeras armas y se formó conducida por
Fidel Castro. A la lucha insurreccional encabezada por éste se sumó
desde que se conocieron el 10 de marzo de 1952, día del golpe de Estado
de Batista, que barrió el régimen constitucional en Cuba.
Negro y albañil de origen muy humilde, tenía entonces 25 años y a
partir de ese instante entregó su vida en cuerpo y alma a la causa de
la Revolución hasta que expirara en la medianoche del pasado 11 de
septiembre. Atacante del cuartel Moncada, sufrió presidio junto a los
demás sobrevivientes y luego se exilió en México, país con el que
estableció una relación de afecto muy especial. A una mujer mexicana
está dedicada la conocida canción La Lupe, que compusiera vísperas de su partida para Cuba en la expedición del yate Granma.
Uno de los tres jefes de pelotón de esa fuerza, se destacó desde la
trágica emboscada de Alegría de Pío, horas después del desembarco, de
la que ha trascendido su enérgica respuesta al enemigo de “¡Aquí no se
rinde nadie, c…!” Mostró singulares dotes de guerrillero en esos
primeros días en la Sierra Maestra cuando luchaban por reagruparse los
dispersos expedicionarios que no habían sido muertos o capturados por
el ejército de la dictadura y es legendario el asalto a pecho
descubierto por el grupo a su mando al cuartel de El Uvero, combate que
a decir del Che “ marcó la mayoría de edad de la guerrilla ”
. Allí sufrió dos heridas que lo mantuvieron alejado de las acciones
hasta que Fidel lo ascendiera a comandante al mismo tiempo que a Raúl,
y le encomendara organizar y capitanear el mencionado tercer frente,
que más tarde intervendría destacadamente en el rechazo de la ofensiva
de la dictadura contra la comandancia general y en las arrolladoras
acciones combativas del primero y segundo frentes, bajo el mando de
Fidel y Raúl, que condujeron a la rendición de las fuerzas batistianas
en toda la región oriental y a la derrota final de la tiranía.
Almeida cumplió importantes misiones militares tan pronto triunfó
la revolución: jefe de la Dirección Motorizada del 26 de Julio, jefe de
la Fuerza Aérea Revolucionaria, jefe del Ejército Rebelde a la muerte
de Camilo Cienfuegos, jefe del Ejército Central, viceministro primero
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). A la vez, miembro del
Buró Político del Partido Comunista de Cuba, vicepresidente del Consejo
de Estado y presidente de la Asociación de Combatientes de la
Revolución Cubana, cargos que desempeñó hasta su muerte. Uno de los
tres hombres que mereció el rango de comandante de la revolución junto
a Ramiro Valdés y Guillermo García, de su gran arraigo en la cultura
popular cubana viene su gusto y vocación por la música y en general su
sensibilidad artística. Pese a no haber estudiado en ningún
conservatorio ocupa un digno lugar entre los compositores cubanos de
música popular. De gran espíritu de superación, se graduó en el Curso
Académico Superior de las FAR y publicó varios tomos que aportan al
conocimiento de la historia de Cuba.
Almeida es un magnífico exponente de los millones de cubanos
doblemente explotados y discriminados por el color de su piel cuyas
potencialidades creativas e intelectuales no se habrían desarrollado de
no ser por el gran cambio social que se gestaba en Cuba desde la propia
lucha insurreccional. Fidel captó rápidamente sus valores y talento y
lo convirtió en uno de sus colaboradores más cercanos. El joven obrero
negro que decidió seguirlo el 10 de marzo de 1952 siempre estuvo a la
altura de la confianza que aquel depositara en él y con su nobleza,
sencillez y carisma se ganó el corazón del pueblo desde los primeros
momentos del triunfo revolucionario. El ejemplo de Almeida es
imprescindible cuando se acerca el día en que nuevas y más jóvenes
manos deberán empuñar el timón de la nave con la misma firmeza y
audacia que sus antecesores.