Para los partidos de la izquierda legalista chilena, el concepto de vía pacífica implicaba el de vía no armada o no insurrecciona l. La vía venezolana a diferencia de la chilena es principalmente pacífica, pero como dice su principal líder “no desarmada”. En 1998 se descartó la lucha armada para alcanzar el poder, pero no necesariamente para defenderlo. Se debe estar preparado para cualquier cambio de situación y por tanto para emprender otra vía. Chile nos mostró que la vía pacífica NO puede ser desarmada. El problema de la vía chilena o pacífica consistió en dejar de lado la guerra civil como estrategia, es decir, si bien se demostró que se puede acceder al poder político sin las armas, cabría preguntarse si se puede mantener el poder sin estar preparado para la defensa por las armas.
El mismo Allende en su primer Mensaje a Congreso el 21 de mayo de 1971, sostenía que “el desarrollo violento de la revolución que busca ser evitado, sólo es admitido como una posibilidad de respuesta a la violencia que ejerzan contra el gobierno sus enemigos políticos”, pero no implementó ninguna preparación para esa defensa. La vía chilena, entendida como vía pacífica y no armada, no era una de las verdades consagradas dentro de la Unidad Popular, ni fuera de ella, e l MIR chileno, por ejemplo, sostenía que era necesaria la movilización directa de las masas y crear una capacidad de defensa armada en el movimiento popular, atrayendo a los militares progresistas y creando milicias populares.
Durante los tres años de gobierno popular, la UP fue atravesada por graves enfrentamientos internos, no solamente en el seno de la coalición, sino incluso dentro de los partidos componentes, con escisiones en su seno. Las divisiones y enfrentamientos internos impidieron hacer realidad el proyecto de crear el Partido Federado de la UP, para darle al proceso una dirección política única. Por ejemplo los bolcheviques en el poder, tenían serías contradicciones internas, pero eran un partido único con una dirección única. En Chile terminó prevaleciendo la división entre las distintas concepciones estratégicas que sus componentes sobre lo que influyó también la tensión a la que les sometía el desarrollo del proceso. Cuando, como fue el caso en Chile, una parte tiene una concepción etapista de acumulación paciente de fuerzas y de voluntad de alcanzar acuerdos con la Democracia Cristiana, mientras la otra parte quiere quemar rápidamente etapas y solucionar definitiva e inmediatamente el problema del poder, de la lucha real de clases, ¿cómo es posible lograr acuerdos?. La dinámica tiende a buscar la imposición de una línea sobre otra. El quid de la cuestión está en la correlación de fuerzas, ¿había suficiente fuerza social con un 36% de los votos para despachar de una vez la cuestión del poder y mantenerlo, sin contar con fuerzas militares?, esa sería la pregunta. Hay autores que sostienen que el final sangriento de la experiencia del gobierno de la UP fue consecuencia del “empate catastrófico” a nivel social y político entre las fuerzas enfrentadas, pero también se puede hablar de un “empate catastrófico” en lo interno de la UP.
Para lograr comprender el significado de la vía socialista chilena, es preciso interpretar el programa de Gobierno de la Unidad Popular. El rasgo más importante del Programa radicó en que todas las trasformaciones estructurales serían realizadas dentro de la legalidad vigente, y que si esa legalidad debía ser transformada, ello se llevaría a cabo siguiendo los conductos regulares y democráticos. El primer gran error en este terreno fue cometido por la UP cuando dejó pasar la oportunidad de lanzar un plebiscito llamando a constituyente, inmediatamente después de su victoria en las elecciones municipales de abril del 71 en las cuales llegaron al 50,08% de los votos. La oportunidad era de oro para proponer a la nación cambios Constitucionales e institucionales que permitieran continuar utilizando la legalidad para avanzar en contra de los intereses del gran capital. Se produjo, entonces, un desfase entre el avance de los cambios económicos y sociales estructurales y la permanencia del viejo Estado. En nuestra actual Latinoamérica los procesos de cambio social más consolidados son justamente los que tuvieron como estrategia inicial “la Constituyente”, Venezuela, Bolivia, Ecuador, por eso acertadamente en Honduras la resistencia al golpe no sólo lucha por el regreso de Zelaya, si no también por una constituyente, la lección ha sido aprendida por diversos pueblos, no así aún en Argentina, Uruguay o Paraguay, menos aún en Brasil o el mismo Chile aún con una democracia burguesa secuestrada por el mismo Estado construido por la dictadura de Pinochet
Desde ese inicio, en las vía principalmente pacíficas, el Estado se convierte en el objetivo político a conquistar y, al mismo tiempo, en un medio a partir del cual se podrían satisfacer intereses inmediatos de las masas populares . En Chile, como en Venezuela, la Constitución Política del Estado es esencialmente, presidencialista, concediendo al Presidente amplios poderes y atribuciones y situando de ese modo el cargo presidencial como el más importante dentro del contexto político nacional. Eso pasaba por transformar las instituciones para instaurar un nuevo Estado donde los trabajadores y el pueblo tengan el real ejercicio del poder. Entonces, la finalidad última era lograr generar una nueva institucionalidad, que permitiera niveles mucho más altos y amplios de vida acordes con una sociedad socialista. El pilar fundamental del camino socialista que emprendió Chile, se encontraba en el apoyo popular en la propuesta pacífica para alcanzar el socialismo. El aparato del Estado debía ser modificado, pero no destruyéndolo, sino transformándolo cualitativamente. La propuesta de la vía chilena al igual que otras propuestas principalmente pacíficas, implicaba no destruir la institucionalidad, sino servirse de ella para transformarla.
En la UP no existía mucha sensibilidad a las limitaciones institucionales, puesto que se apostaba a la movilización como receta mágica para ampliar su margen de maniobra. Se creía ingenuamente en el poder de la combatividad de las masas desarmadas. Esta situación se evidencia en la mayoría de los análisis teóricos elaborados por el Partido Comunista antes y durante el Gobierno de Salvador Allende. En estos documentos se sostenía que las manifestaciones populares, las marchas y las grandes concentraciones de obreros y campesinos serían la principal arma contra los intentos de sabotear el Gobierno popular. No se asumió con realismo que no era posible realizar las reformas que la Unidad Popular proponía sin formar un amplio bloque político, que le diera no sólo legitimidad al régimen, sino que también le concediera poder político real en el Congreso, en la calle y dentro de la institución militar, a la par de creación del poder popular político y armado (milicias). En Chile, si bien era frecuente la existencia de un gobierno minoritario, era imposible pretender reorganizar la economía y la sociedad sin crear un apoyo mayoritario. Se evadía que una parte importante de la sociedad podía cuestionar la legalidad formal de los procedimientos usados. Lo concreto fue que para llegar a alcanzar una mayoría con otros sectores políticos de izquierda o centro, la UP, debería haber estado dispuesta a transar, no en los principios o la estrategia, sino en participación mientras ellos fueran la fuerza hegemónica y mientras preparaban al pueblo para ejercer el poder popular en todos los aspectos. pero dentro de la UP había un sector insensible a la necesidad de negociar, que creía que había que agudizar las contradicciones en ese momento en que eran minoría, y llegar hasta los puntos límites, lo cual no era correcto sin contar con algo cercano a la mayoría. Este sector creía en la fuerza mística de las masas desarmadas y sin un apoyo comprometido en la fuerza armada. Olvidaban que el camino de la revolución no es una autopista en línea recta, que a veces hay que tranzar, o retroceder, o zigzaguear políticamente, no en los principios, cuando no se tiene la mayoría y ni una fuerza real armada que la sostenga.
Allende desde que asumió la presidencia mantuvo el vínculo con la DC, y quiso conservar su acuerdo en el Parlamento. Daré un ejemplo. Joan Garces, español colaborador y asesor de Allende, y quien impulsara el enjuiciamiento internacional de Pinochet, cuenta que fue enviado por Allende, un año después de su llegada al poder, a conversar con un joven dirigente de la entonces izquierda dentro de la DC, que sí existía, Bosco Parra, para intentar disuadirle de que su grupo se escindiera. La opinión de Allende era que su Gobierno necesitaba mantener el acuerdo político con la DC, y que si dentro de ésta había una corriente progresista, ese sector debía continuar dentro y no marginarse, porque su salida fortalecería al sector opuesto que quería poner fin a los acuerdos con el Gobierno de la Unidad Popular. Esa mediación no tuvo éxito.
Una semana después de la escisión de la izquierda de la DC (finales de 1971), en su presencia, el presidente Allende ofreció a Radomiro Tomic, líder del ala popular de la Democracia Cristiana, y que como su rival en las elecciones presidenciales, quien aunque fuera por demagogia había sostenido la necesidad de la nacionalización total de la industria del cobre y de los bancos extranjeros y la "aceleración" de la reforma agraria, para que se incorporara al Gabinete, como ministro de Minería. La respuesta fue que en aquellos momentos estaba perdiendo el control del partido, y que semejante iniciativa suya iba a suponer la división de la Democracia Cristiana, no el entendimiento con el Gobierno de la Unidad, y que no podía dar ese paso. Finalmente el control del partido lo retomaron Eduardo Frei y Patricio Aylwin para apoyar al golpe.
En agosto de 1972, se firmó un acuerdo entre el Gobierno y la DC para votar en el Parlamento la Reforma de la Ley de las Tres Áreas de propiedad [social, mixta y privada]. Esta cuestión en torno a la propiedad de los medios de producción centraba el debate político, era entonces el punto neurálgico de la batalla parlamentaria en Chile. Pero ese acuerdo, en el día en que se reunía el Senado para ratificarlo, fue saboteado mediante una llamada telefónica que Eduardo Frei hizo desde Europa, donde se encontraba, ordenando a los senadores Rafael Moreno y Juan Hamilton romper la disciplina de los democristianos e impedir que hubiera quórum en el Senado para votar el acuerdo. Estos episodios demuestran que Allende trató de neutralizar a sectores de derecha, comprometiéndolos por u discurso. De esta manera podía debilitar al enemigo neutralizando uno de sus sectores. Ello es válido, ya que si no se logró al menos se desenmascaraba su doble discurso ante sectores de sus bases.
Entre mayo y junio del 72 se estuvo a punto de llegar a un acuerdo DC-UP, pero este fracasó y la DC terminó por entenderse con los sectores de derecha, entregando su base popular a una oposición que trabajaba por el derrumbe del régimen. Oposición que en octubre de 1972 se embarcó en un largo paro de camioneros (propietario de camiones), comerciantes, empleados, médicos, cuyo objetivo era demostrar el carácter ingobernable de la sociedad y la ilegitimidad práctica del gobierno.
El problema es que en octubre de 1970 la dirección del Partido Demócrata Cristiano que firma un acuerdo con Allende, y lo vota presidente en el Congreso, es un grupo que en buena parte respondía a los intereses nacionales, y, tres años después, la dirección demócrata cristiana está en manos de personas que responden a directrices externas a Chile, a intereses estratégicos ajenos a los del pueblo chilenos. Ese es el punto clave.
En el primer año y medio del gobierno, habían aumentado la toma de tierras, avanzó el control obrero de la producción, se extendieron los Consejos Comunales campesinos, se crearon las Juntas de Abastecimientos. El gobierno nacionalizó la minería, creaba el Área de Propiedad Social, estatizaba bancos, aumentaba los salarios, garantizaba la seguridad social de los trabajadores mejorando su nivel de vida. Mejorar el estándar de vida del pueblo trajo problemas económicos a numerosas empresas, no quedaba más que enfrentar la crisis estructural del sistema chileno- o retroceder. El debate sobre este tema tuvo lugar en El Curro en el mes de mayo (1972). Y la UP decidió retroceder". Todo indicaba un intento por 'calmar las aguas'. Fue a partir de ese momento que la organización 'independiente' del trabajador se transformó en un tema conflictivo y fundamental". En ese momento la clase trabajadora fortaleció su conciencia acerca de los planes golpistas de la burguesía, "Calmar las aguas" no estaba entre las aspiraciones de los trabajadores, la exigencia al gobierno de profundizar el camino recorrido crearía un nuevo organismo de lucha de los trabajadores, que surgiría como un órgano de presión. Para presionar al gobierno a que solucione diversos conflictos y que traspase al Área de Propiedad Social una serie de empresas. 149 organizaciones de masas adhirieron al llamamiento, lo que motivo la activa participación de más de cinco mil trabajadores. En la moción presentada por el Comité Regional del MIR a la Asamblea, se planteaba por primera vez la necesidad de la “creación por la base de los Consejos Comunales de Trabajadores en el campo y en la ciudad”. Incluso la discusión en el seno de la Asamblea, se dio entre los que pretendían que fuera tan solo un foro de discusión y crítica de los trabajadores y los que, centrando el problema en la cuestión del poder, sostenían que la asamblea debía convertirse en una forma de agitación y propaganda para impulsar y desarrollar los Consejos Comunales de Trabajadores. Finalmente fue esta política la que prevaleció. Las repercusiones de la Asamblea del Pueblo en Concepción fueron inmediatas y, a la luz de los posteriores acontecimientos, por lo menos paradójicas. Al escándalo de la burguesía que protesto por la “institucionalidad amagada”, se sumaron declaraciones como la del senador Jorge Montes, (PC), que llego a calificarla como “expresión de la contrarrevolución” y el Comité Regional del PC de Concepción declaraba: “el Partido Comunista declara que la situación producida no puede continuar, que esto ayuda a los enemigos del Gobierno, justamente regocijados por lo que ocurre”. Esto revela las profundas contradicciones internas entre el reformismo que no actuaba mientras la oligarquía afilaba sus cuchillos y las posiciones más revolucionarias que trataban ante esa actitud de preparar respuestas populares que no dependieran del Estado, de las Fuerzas Armadas. Las políticas correctas terminaron por imponerse, en el sentido de que el Cordón Industrial debía ampliarse y recibir en su seno a campesinos, pobladores, estudiantes, empleados, amas de casa, etc., para convertirse en un Comando Comunal de Trabajadores, que bajo la dirección de la clase obrera reunía al conjunto del pueblo tras un programa revolucionario .
Cada Cordón Industrial es una agrupación de fábricas y empresas que coordina las acciones y tareas de los trabajadores de una misma zona, para coordinar acciones conjuntas de luchas o simplemente, intercambiar materia prima para poder llevar adelante la producción. Por primera vez se planteaba con claridad la urgencia de que todo el pueblo desarrollara sus propios organismos de poder, independientes del Gobierno y en oposición al Estado burgués. La tarea de crear Poder Popular se ponía desde ese momento en la orden del día de la lucha de los trabajadores. Así, comenzaron a nacer en todo Chile, los Comités Coordinadores, los Cordones Industriales, los Comandos Comunales, como formas y expresiones del Poder Popular, que debía ser germen de un nuevo Estado. Eran en ese momento histórico la estrategia real para avanzar hacia una salida revolucionaria a la crisis general de la sociedad capitalista. En poco tiempo, las nuevas organizaciones de la clase obrera y el pueblo, llegaron a un centenar. Fue fundamentalmente su acción la que permitió detener la arremetida de la burguesía. Su papel fue fundamentar en detener los intentos golpistas, sin ellos el desenlace se hubiera precipitado anticipadamente a lo ocurrido.
En este plano de intensos combates sociales y políticos entre los trabajadores y sus explotadores, los Comandos Comunales dieron un nuevo paso y mostraron su fortaleza cuando rechazaron una tras otra las ofensivas burguesas, que culminaron con el intento golpista del viernes 29 de junio.
El 29 de junio de 1973, ocurrió el llamado “Tancazo”, contra el cual el pueblo estuvo en la calle, las banderas rojinegras del MIR de verdadera tendencia marxista leninista, a pesar de errores por su falta de experiencia, ondearon junto a la bandera chilena y las banderas de los partidos de toda la Izquierda, cuando miles de hombres y mujeres del pueblo rodearon el palacio de La Moneda para defender al compañero presidente y exigir castigo a los golpistas. En cuestión de horas, miles de trabajadores hicieron huelgas, ocuparon las fábricas y, dejando piquetes para guardar las fábricas ocupadas, marcharon hasta el Palacio de la Moneda. "Otra coyuntura extraordinaria para avanzar y golpear" que se desaprovecho por el reformismo conservador de Allende. En realidad el «tancazo» había servido de ensayo general para el golpe. Mientras que la efervescencia se regaba a gran escala entre las masas luego del fracaso del golpe de Estado, el gobierno de la U.P. no tomaba ninguna medida seria contra los verdaderos responsables del intento de golpe y los altos responsables militares que expresaban simpatía por los golpistas.
Lejos de buscar apoyarse en la movilización de las masas a las cuales los dirigentes reformistas les temía más que a los golpistas, este se tornó hacia el ejército haciendo entrar a su jefe de estado mayor, el general Prats, en el gobierno ; y declaraba el estado de urgencia, lo que significaba dejar al ejército las manos libres para dividir en zonas a la capital, craso error. Este tipo de errores en lugar de satisfacer a la clase dominante, no hacían más que reforzar a aquellos que estimaban que el tiempo del gobierno de Allende ya había terminado y que era hora de pasar a la represión abierta y brutal del pueblo, barriendo de paso a los propios e inconsecuentes reformistas: para la burguesía, el enemigo a cargarse no era Allende o su gobierno, sino el proletariado y el pueblo , a las masas explotadas y oprimidas. Otros errores fueron por ejemplo que el P.C. realizaba campaña con la consigna: «No a la guerra civil», mientras la burguesía, el imperialismo, los partidos de derecha y de centro aceitaban sus armas, cuando más bien debían preparase justamente para ella, que ya era inevitable si se quería evitar el fascismo . Este mensaje de no violencia, de conciliación, no se dirigía por supuesto a la burguesía quien no iba a pedirle consejos al P.C., sino a los trabajadores y al pueblo, confundiéndolo y desmovilizándolo. El pueblo había respondido al intento de golpe con una formidable demostración de fuerzas. El Presidente de la República estuvo más de cinco minutos en los balcones de la Moneda sin poder iniciar sus palabras ante los gritos ensordecedores de las masas exigiendo el cierre del Parlamento y armas. El gobierno respondió con ni lo uno ni lo otro, como cuando regresó chávez el 13 de abril, pidiendo “paz” y hasta pidiendo perdón si había hecho algo mal. Ese “humanismo” fue premiado aquí con el paro petrolero. Así premia la burguesía las actitudes de conciliación de clase de los revolucionarios. En Chile, en ese momento, se podría haber descabezado a los sediciosos y, apoyándose en el pueblo y dándole responsabilidad a los generales leales y a las fuerzas que entonces le obedecían, haber llevado el proceso hacia el triunfo, haber pasado a la ofensiva . Lo que faltó en todas estas ocasiones fue decisión revolucionaria, lo que faltó fue confianza en las masas, lo que faltó fue conocimiento de su organización y fuerza, lo que faltó fue una verdadera dirección que fuese vanguardia clara y decidida, que comprendiera la experiencia histórica internacional y nacional de la lucha de clases y sus lecciones. No es que en las revoluciones no se cometan errores, si no que éstos no se oculten y ante el pueblo avanzado se saquen las conclusiones pertinentes para corregirlos, asimilarlos, y que no se repitan.
Indudablemente, las bases obreras de la UP querían pasar a la ofensiva. Y ¿cuál fue la reacción de la dirección? Allende hizo un llamamiento a los trabajadores para que volviesen a trabajar. La policía dispersó a las masas que circulaban sin rumbo fijo, sin objetivos políticos claros, por las calles de la capital. Este comportamiento del gobierno dio ánimo a las fuerzas reaccionarias, que se lanzaron nuevamente a la lucha con otra huelga de camioneros. Frente a esto, los representantes de la clase burguesa actuaban de forma seria, poco les importaban "las reglas del juego". Poco antes del golpe, tras su nombramiento, el general Leigh Guzmán pronunció un discurso y afirmó falsamente que las Fuerzas Armadas "nunca romperían con su tradición de respetar al gobierno legalmente constituido". Sabían que sus intereses de clase estaban en juego y actuaron contundentemente para defenderlos: "El enemigo siempre supo lo que tenía que hacer", "retrocedió o avanzó tras sus objetivos de acuerdo con las circunstancias. Contrariamente a la UP, no perdió una oportunidad para ganar terreno. Organizó con decisión y seriamente el golpe y lo asestó en el momento más propicio.
Los trabajadores estaban pendientes de una palabra de sus dirigentes para salir a la calle y aplastar a la reacción, Pedían armas, pero sólo consiguieron buenas palabras, promesas y llamamientos a la disciplina , la responsabilidad, la serenidad, no sabían que no bastan buenas intenciones para construir el socialismo, cosa que sólo sirvió para debilitarlos de cara al golpe inminente. El intento de sublevación de los marineros de izquierdas, el 7 de agosto, daba una idea de lo que sería posible en caso de que se hubiese hecho un llamamiento serio de Allende a las tropas. El 11 de septiembre sólo una minoría de los soldados participó activamente en el golpe, mientras que la mayoría quedaron encerrados en sus cuarteles, indica que Pinochet entendía mucho mejor que Allende las tensiones existentes dentro del ejército.
El error fundamental de los dirigentes de la UP fue pensar que las Fuerzas Armadas del Estado burgués podría adoptar una actitud "imparcial" en el desarrollo de la lucha de clases y que Chile era un caso excepcional debido a las tradiciones "democráticas" de sus Fuerzas Armadas. Tanto el Partido Socialista Chileno como el comunista tenían armas y, teóricamente, una política militar. Pero a la hora de la verdad, las armas no aparecieron, la política militar no sirvió para nada y la mayor parte de los dirigentes huyeron, abandonando a las bases a su suerte. Allende se creyó su ideal de un Estado imparcial en pro de la paz social, y olvidó el dicho de Marx de que el Estado no está colgado del cielo, es un instrumento de a lucha de clases, y no tomó en la inevitable lucha de clases, sus lugar al lado de pueblo en vez de arbitro que al tratar de para una pelea ya inevitable, sin quererlo ayudaba a quienes ya tenían las armas de su lado e impulsaban la llegada del fascismo. Como enseña la historia, os fascistas no habrían detenido sus planes ni que Allende y el gobierno se hubieran rendido a sus demandas, sencillamente hubiesen tomado el poder más temprano y fácilmente.
En ausencia de una verdadera dirección revolucionaria y resistencia masiva y feroz, no existía la más mínima posibilidad de atraer a los soldados que, de modo pasivo, simpatizaban con la causa obrera. “Si los dirigentes chilenos hubiesen defendido los intereses de la clase obrera y el pueblo con la cuarta parte de la seriedad de los políticos burgueses, el proletariado y pueblo chileno podían haber tomado el poder no una, sino tres o cuatro veces, durante el período de la Unidad Popular”. Las condiciones objetivas estaban dadas, la voluntad de luchar estaba presente. Sólo faltaba una auténtica dirección revolucionaria, con la voluntad y la capacidad de llevar a la práctica una política marxista-leninista. La construcción de tal es la meta aún pendiente en Venezuela, sólo chávez no basta.
En Chile, si la contrarrevolución y la lucha de clases sólo hubiera dependido de los dirigentes de la UP, de los partidos de gobierno, habría triunfado en Chile casi un año antes, sólo el pueblo lo evitó. Afortunadamente, el enorme poder del movimiento obrero y su gran nivel de combatividad hizo vacilar a las fuerzas reaccionarias durante un tiempo que fue desperdiciado por los dirigentes. Hasta el final, cuando ya los tanques estaban en la calle, Allende pedía a los trabajadores calma y "serenidad", mientras él intentaba, en vano, telefonear a Pinochet para ver que pasaba.
Ante un intento principalmente pacífico de transformación social, los capitalistas chilenos, los partidos de la derecha, el conjunto de las fuerzas más conservadoras, así como las empresas multinacionales y el estado norteamericano, reaccionaron con la misma furia que si se enfrentaran a una revolución socialista armada. Para ello lo importante es que se tocaban sus intereses. No se tomó el camino del enfrentamiento armado con la reacción, pero ésta igual pasó por las armas a miles de militantes y dirigentes de la izquierda, igual pudiera pasar en Venezuela. En el momento en que la burguesía ve amenazado su poder y sus privilegios, no vacila en romper unilateralmente con las "reglas del juego" (reglas establecidas por ellos en defensa de su poder y sus privilegios) y destruir las conquistas democráticas del pueblo. Ojo, aun estando en minoría, la reacción defiende por la violencia su predominio de clase. El golpe ocurrió porque el creciente nivel de la lucha de clases en Chile llegó a amenazar la existencia de la sociedad burguesa. En ese momento decisivo de la lucha de clases, la clase dominante no ofrece ninguna tregua, cualquiera que sea la idiosincrasia, incluso con armas de destrucción masiva si es necesario.
El proyecto socialista llevado a cabo en Chile conoció su abrupto fin, luego de tres años de existencia. Dos de los supuestos básicos para su concreción no se cumplieron: la no beligerancia de las Fuerzas Armadas y la no intervención de fuerzas externas. Así pues, el experimento socialista chileno, sucumbió bajo las botas de los generales. No logró ampliar sus bases de sustentación. No armó a militantes y trabajadores que reclamaban fusiles para defender al que consideraban su gobierno. Se confió equivocadamente en la supuesta tradición democrática de las Fuerzas Armadas. El gobierno de Allende, o las líneas predominantes en él, subestimaron el verdadero carácter de clase del estado chileno. Una institución dominada por las clases dominantes que llegado el momento crítico no respetarían legalidad ni instituciones. No puede hacerse la revolución sólo con los instrumentos diseñados para impedirla. Por la situación internacional de la época tampoco pudieron establecer unas sólidas relaciones internacionales, como si ha sido el caso nuestro, claro la situación es otra, pero en parte también creada con el petróleo, el ALBA, UNASUR, etc.., pero ante todo un apolítica exterior acertada.
El acto final del drama chileno ocurrió en julio y agosto de 1973. El golpe militar de septiembre que derrocó el gobierno de la UP y ahogó a Chile en un baño de sangre, fue un golpe de gracia. La clase trabajadora estaba preparada para esa fase final de la lucha de clases… pero sus dirigentes no. Allende, después de su vacilación y su inesperado apoyo a los comandos y cordones industriales, en declaraciones, posteriormente, parecía más decidido en su contra el día 25 de julio, nuevamente dirigió su ataque contra los cordones y la izquierda en general, por llevar al país al borde de una guerra civil. El Congreso estaba virtualmente paralizado, bloqueado por un montón de propuestas acusatorias contra Allende y solicitudes de su remoción de la Presidencia, le faltó decisión para jugárselo todo ante la eminente llegada del fascismo, y si tenía que perecer hacerlo no como mártir infructífero, si no dejando a la posteridad verdadero ejemplo de actitud revolucionaria, y no mártir mistificado por el reformismo interna-cional, para justificar sus propias inconsecuencias. La economía estaba paralizada, las exportaciones de cobre caían en valor, la burguesía cesaba de invertir, piezas y materias primas eran cada vez más difíciles de conseguir, y aumentaba la escasez de productos. La burguesía estaba usando todas sus armas económicas. Y el asesinato del capitán Araya, asesor personal de Allende, debió ser un claro aviso de que estaban verdaderamente preparados para usar sus armas.
Cuando la Ley de Control de Armas fue finalmente aprobada a comienzos de agosto, su propósito no fue el de proporcionar un instrumento legal contra aquellos que estaban preparando el golpe, o contra las bandas de ultraderecha. Fue, por el contrario, el medio que permitió al ejército y a la policía, bajo el Estado de Emergencia de Allende, realizar ataques preventivos contra las organizaciones revolucionarias del pueblo. Se atacaba el posible contragolpe del pueblo, su posible 13 de abril, y el mismo Allende lo hacía.
El día 3 de agosto, Allende anunció un nuevo gabinete formado por ministros de la UP y por generales, Pinochet entre ellos. Eso era totalmente consistente con sus acciones y declaraciones hechas recientemente. Allende se había entregado completamente a la idea de que la cuestión clave era defender y sustentar al Estado burgués. En esto, él y la burguesía estaban de acuerdo. Partiendo de ese contexto, el tan citado discurso final de Allende, transmitido por radio poco antes de su asesinato, era desatinado. Su indignación moral, su declaración de que la historia condenaría a los generales, era una renuncia a aceptar su propia responsabilidad y de la dirigencia reformista de la UP. No hubo una resistencia organizada al golpe. La lucha estaba pérdida y el movimiento llevado a la derrota por sus dirigentes. Cuando Corvalán, máximo dirigente del partido comunista, y Allende atacaban a la supuesta ultraizquierda, estaban dirigiendo su ataque contra la única fuerza visible que en parte desafiaba activamente al Estado burgués. Existen pocas ocasiones en que las organizaciones de izquierda se enfrentan con posibilidades tan dramáticas y creativas como las que les fueron ofrecidas por las organizaciones obreras, los comandos comunales y los cordones industriales. El largo y paciente trabajo preparativo de cualquier organización revolucionaria, está dirigido, justamente, hacia un momento determinado, pero una vez en que ese punto es alcanzado, existe poco margen para la vacilación o el debate. Es el momento para vencer o ser vencido. La dirigencia reformista de la izquierda chilena no estuvo a la altura de la tarea.
En ese momento crítico, la clase trabajadora desarmada no podía atraer a los soldados, haciéndoles romper su disciplina militar o resistir un ataque militar. Es claro que los trabajadores tenían que ser armados, pero la cuestión central era otra, la falta de claridad `política de la dirigencia de la UP, Una revolución exige el desarrollo de una organización que pueda dirigir a la clase trabajadora y al pueblo, una organización sembrada en sus luchas cotidianas y construida en base a la comprensión de la lucha de clases y de su posible resultado. En ausencia de tal dirección política, una revolución social victoriosa es imposible, ante el golpe no era cuestión de individualidades llamando a la lucha armada, si no de la existencia de una sólida organización popular para tal fin. Las armas desequilibran la balanza solamente cuando guiadas por una acertada y no improvisada política son usadas en la búsqueda de un claro objetivo: la conquista del poder y el derrumbe del Estado. Cuando son usadas por un movimiento organizado dirigido por revolucionarios que comprenden la naturaleza del momento.
Los eventos de 1973 en Chile mostraron un vislumbre del poder de los trabajadores, de su capacidad de enfrentar los desafíos de la lucha de clases. Trágicamente también demostraron, que son enemigos de la revolución el reformismo y la política de aquellos que están más comprometidos con obtener cuotas del Estado burgués, que con la transformación del mundo. Si realmente queremos rendir honor a la memoria de Allende y de los miles de hombres y mujeres sin nombre ni apellido que cayeron muertos en ese proceso y después por la causa de la clase obrera y el pueblo, nuestro primer deber es aprender de la experiencia para no repetirla .