El gobierno chino desplegó 52 de los más avanzados sistemas bélicos del mundo este primero de octubre en Beijing. Misiles cruceros de largo alcance para ataques de precisión; cohetes nucleares balísticos; aviones de reconocimiento electrónico de largo y mediano alcance (AWACS); aviones de combate J-10; helicópteros; radares; equipo para la guerra cibernética y tanques y fuerzas especiales.Todo Made in China. Un puño militar que mandó un claro mensaje al Pentágono y a la Casa Blanca: hemos alcanzado el poderío militar defensivo suficiente para enfrentarlos en la guerra convencional, la irregular, la estratégica y la comunicativa, y en cualquier teatro de guerra de Euroasia.
El motivo de esa manifestación de poderío bélico no fue una burda demostración de fuerza, sino la optimización propagandística del 60 aniversario de la fundación de la República Popular de China, por Mao Tse Dong. Como tal se integra en una bien pensada estrategia de medidas mediáticas que en los últimos dos años ha establecido la imagen de China como la de una superpotencia mesurada, que participa responsablemente en la solución de los grandes problemas de la sociedad global, desde la crisis económica mundial, vía la destrucción climatológica y ecológica, hasta los conflictos en el campo nuclear (Corea del Norte, Irán).
Los enormes éxitos mediáticos del ascenso chino al status de superpotencia del sistema mundial, comenzaron con los espectaculares Juegos Olímpicos del año 2008, continuaron con la celebración de la fundación nacional y seguirán con la Expo Mundial 2010 en Shanghai. Sin embargo, aunque el manejo público de esos eventos ha sido muy inteligente, la base real de la nueva imagen de China en el mundo son sus saltos cualitativos en lo económico, social, científico y político.
China, cuyo PIB per capita fue de 51 dólares a inicios de los cincuenta, ha superado ahora el PIB de Alemania y superará probablemente el de Japón en el siguiente año, para convertirse en la segunda economía más grande del globo. Pese a que su población ha crecido de 540 millones de personas en 1952, a 1.3 mil millones, el PIB per capita alcanza hoy día 2.800 dólares, llegando en las grandes ciudades a alrededor de 7.000 dólares. La expectativa de vida se ha duplicado (36.5 a 73.4 años), la pobreza ha sido reducida en cientos de millones de personas y la mortalidad maternal (por 100.000) ha descendido de 1.500 a 34.2. Fueron laboratorios chinos que produjeron las primeras vacunas contra el virus de influenza A/H1N1, antes que cualquier corporación transnacional occidental y fue China el primer país que superó la crisis económica mundial, creciendo este año entre un 8 y 9 por ciento y bajando el desempleo con masivas recontrataciones de trabajadores. De ahí que no sorprende que una encuesta de la BBC con la Universidad de Maryland mostró que el 88% de los ciudadanos chinos está “de acuerdo o conforme” con las acciones del gobierno tomadas contra la crisis, a diferencia, por ejemplo, de los brasileños con 59%.
Ante este panorama de poder internacional los incesantes intentos de la CIA de generar conflictos a través de los problemas de Xinjiang y Tibet, no son más que actividades pueriles de posguerra fría. No tendrán éxito. Si el Partido Comunista de China (PCCh) logra desarrollar la excelente política de Hu Jintao por unos 15-20 años más con sucesores presidenciales tan capaces como el actual mandatario, entonces desplazará sin duda a Washington del primer lugar de la jerarquía mundial en ese lapso de tiempo.
Un factor clave en esa tendencia de evolución es el carácter político de ambos sistemas. Washington es una potencia mundial en descenso que carece de un Charles de Gaulle para descolonizarla, asignarle un lugar posible y viable en el nuevo orden multipolar y devolverle a su régimen totalmente oligarquizado la capacidad de renovación e innovación que ha perdido. Estados Unidos está bajo la tiranía de una oligarquía que bloquea cualquier reforma estructural sistémicamente vital, como el sistema de salud, la energía y el complejo militar-industrial, entre muchas otras.
La clase política china, en cambio, pese a no operar vía un sistema burgués multipartidista y parlamentario, ha mostrado una extraordinaria capacidad de adaptación a las grandes transformaciones globales de los últimos 60 años. Confiados en que el PCCh no perderá esa capacidad en los próximos 15 años, podemos prever que en 2025 la República Popular de China será la primera potencia del mundo. ¡Quinientos años de dominación occidental están llegando a su inexorable fin!