¿Recobrarán los norteamericanos la libertad perdida o prevalecerá el miedo de que los ciegos vean en la isla prohibida?

Se discute, y hasta en forma acalorada, en las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos una propuesta de ley que ponga fin a la prohibición impuesta por el gobierno de ese país a los norteamericanos para visitar a Cuba, vigente durante casi medio siglo.

Este es un paso realista que cuenta con el respaldo de congresistas tanto demócratas como republicanos. Contra ellos descargarán los manidos argumentos “mete miedos” y el inveterado arsenal ideológico, idóneo para papanatas amaestrados, todos los congresistas afiliados a la tendencia punitiva contra Cuba y, por eso mismo, adscripta a política prohibitiva de los derechos del pueblo norteamericano. Muchos de ellos pueden estar movidos por una convicción que es producto del reflejo condicionado de la política exterior sobre Cuba. Pero otros muchos estarán obligados, en voz y voto, por las donaciones generosas que han recibido o reciben de la mafia cubano-norteamericana a través de su influyente lobby.

Los políticos norteamericanos han demostrado un tradicional enfoque torpe, mejor digamos imperial, en su política internacional. Ello ha estado movido por varias razones históricas. Cuando se sintieron fuertes como país y consideraron que eran superiores en fuerza a otros países, incluso también imperiales, empezaron a ejercer la fuerza bruta contra los países más débiles, y se produjo así su expansión avasalladora sobre los países cercanos y luego sobre el resto del mundo. Cuando se vieron ricos, muy ricos, inmensamente ricos, creyeron que todo estaba en venta o siguen creyendo que todo está en venta, y pretendieron y pretender comprar a todas las personas y a todo el mundo. Como se vieron grandes como país pensaron, siempre han pensado, que les asiste un destino manifiesto suficientemente poderoso como para decidir la vida y milagros de los otros países. Como diría un vecino de barrio, los gobernantes norteamericanos, siempre engreídos, “se creen cosas”.

Sólo teniendo en cuenta las razones anteriores se explica la política aplicada contra Cuba, que ha estado caracterizada por el establecimiento de una guerra diplomática, económica, comercial, financiera, mediática, terrorista y genocida durante medio siglo.

Para impedir que los norteamericanos viajen a Cuba se han esgrimido disímiles argumentos a fin de justificar lo injustificable. Cuando pensaron que la autorización de viajes de determinados sectores como los académicos, científicos, estudiantiles y artísticos podían constituir las tropas especiales ocultas en los caballos de troya de determinados programas y estrategias, lo hicieron esperanzados en que ello provocaría el fácil derrumbe del socialismo en Cuba. Pero cuando constataron los resultados incuestionables de que los norteamericanos de esos sectores empezaron a ver las cosas como realmente eran, y perdieron las vendas y la ceguera impuesta, y despertaron a la lucidez, inmediatamente tomaron nuevamente las riendas de la prohibición más férrea, como lo hizo W. Bush durante su mandato.

La medida de la prohibición de los viajes a Cuba se inscribe en la estrategia general del bloqueo con el propósito de causar daños al pueblo cubano, sin importar ni reparar, como en este caso, que ella constituye una sanción limitante del derecho constitucional de los norteamericanos.

Para mantener tal prohibición como un hecho consumado durante medio siglo, los gobiernos estadounidenses han debido apelar a mentiras colosales, como las de que en Cuba se vive bajo una dictadura sangrienta, que el régimen constituye una antigualla de modelo político, económico y social del socialismo fracasado en Europa, que en la isla no existe democracia ni se celebran elecciones libres, que la gente muere de hambre y necesidades miles.

Si diéramos por ciertas esas mentiras que propalan el gobierno y la prensa secundona, uno puede preguntar: ¿Porqué se prohíbe a los norteamericanos a ver la realidad de este supuesto régimen caduco, cuando se debiera estimular a los ciudadanos a que visiten, como si fuera un museo de piezas sociales en extinción, una experiencia social fracasada de la utopía de los revolucionarios cubanos?

Es que esta prohibición se sustenta en mentiras, y han sido tan colosales y burdas, que temen con justeza que las vendas caigan hechas añicos por las realidades irrebatibles de que Cuba, un pequeño país asediado, agredido y bloqueado por el imperio militar y económico más poderoso de la historia, ha logrado sobrevivir; ha alcanzado un desarrollo social, a pesar de sus recursos limitados, mucho mayor que cualquier otro país del mundo. Que Cuba, a pesar del bloqueo genocida que limita sus posibilidades de desarrollo, ha colaborado al desarrollo integral de muchos otros países del mundo, en todos los continentes, en una magnitud que causa admiración y asombro.

Que Cuba, a pesar del terrorismo, de las agresiones y asedios aplicados contra su pueblo, se mantiene incólume como nación pacífica y segura tanto para sus habitantes como para los extranjeros visitantes. En ningún otro lugar del mundo podrán los norteamericanos encontrar mayor respeto, seguridad y paz, pues el pueblo cubano ha tenido una educación y una filosofía política que le ha permitido distinguir entre el pueblo norteamericano, siempre noble, y los gobiernos sucesivos que han sido esclavos de la ojeriza y enemistad contra la Revolución Cubana.

En esta nueva era en que se han proclamado cambios en la política interior y exterior de los Estados Unidos, aún por plasmarse en forma convincente, está por ver si la discusión del tema de la eliminación de la prohibición de visitar a Cuba, vigente para los norteamericanos hasta estos momentos, conduce verdaderamente a lo que la cordura y la lucidez aconsejan, y se vence la visión troglodítica de la ralea anticubana de diversos signos. ¿Vencerá el arrepentimiento y la rectificación al miedo en las sesiones del Congreso? ¿Recobrarán los norteamericanos la libertad perdida o prevalecerá el miedo de que los ciegos vean en la isla prohibida? Esperemos un lapso prudente para el desenlace definitivo.

wilkie@sierra.scu.sld.cu


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Wilkie Delgado Correa


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