Al cumplirse XXI aniversario de la rebelión popular más grande que registra nuestro continente en los últimos 60 años, quedan muchas cosas sobre las cuales reflexionar sobre las causas y la forma como se desarrolló y como fue enfrentada por el gobierno fascista, que para el momento ejercía la “democracia” en nuestro país. Como fue tratado el hecho por los medios de comunicación social, como guardaron silencio los cancerberos de los Derechos Humanos, que ahora están asediando al gobierno bolivariano y el silencio jurídico que hasta ahora había favorecido a los criminales de lessa humanidad, que masacraron a un pueblo desarmado e indefenso y que fue tratado como si hubiese sido una fuerza de invasión.
El 27 F, fue el despertar del pueblo de un prolongado letargo, después de la experiencia de la rebelión armada que en la década de los 60 protagonizamos, estudiantes, obreros, campesinos y amas de casa, que no significó otra cosa que el grito desgarrado de quienes veíamos, como después que nuestros padres y abuelos habían entregado sus vidas por rescatar la dignidad al enfrentar a una odiosa dictadura militar, la misma oligarquía oportunista que había servido de soporte al General Marcos Pérez Jiménez y su proyecto del “Nuevo Ideal Nacional”, secuestraron la victoria del 23 de enero de 1958, para continuar explotando al pueblo y subastando nuestro país a las transnacionales imperialistas.
Esa experiencia fue combatida y silenciada, con todo el poder armado y mediático que el imperio aportó a sus lacayos, incluyendo las promociones de criminales desarmados egresados de la “Escuela de las Américas” en Panamá, a donde eran enviados incluso muchachos sacados del medio rural a través de la recluta, para convertirlos en maquinarias de la muerte, contra su propia familia bajo aquellas consignas: “Disparen primero y averiguen después“. “Venezolanos siempre...comunistas..nunca”. Era la escuela para formar a los célebres batallones de cazadores contra insurgentes, a cuyos integrantes los instructores gringos les enseñaban las más sofisticadas técnicas de tortura, extraídas de sus experiencias criminales en Vietnam.
Pero pese al silencio y la estigmatización de la jornada y de sus actores, eso no murió allí. La conciencia de clase que la lucha armada sembró en civiles y militares jóvenes se mantuvo subyacente en los diferentes estratos de la sociedad hasta aquel 27 de febrero de 1989, cuando a la oligarquía se le hizo imposible continuar engañando al pueblo con mendrugos, tuvo que soportar y sentir en carne propia la bajada de los cerros a la ciudad, en busca de justicia, contra los hambreadores del pueblo y depredadores del país.
El gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien había consagrado la reelección a través de una maniobra desesperada del bipartidismo (AD – COPEI), para intentar detener el incendio que avanzaba por dentro, enfrentó la protesta popular con tropas élites, como si se tratara de una invasión extranjera, lo cual dejó miles de muertos, que a la fecha no han sido contabilizados, porque únicamente se ha descubierto una fosa común denominada “La Peste”, de donde han rescatado centenares de osamentas pertenecientes a
quienes fueron detenidos y ejecutados de manera extrajudicial, por la simple sospecha de haber participado en el sacudón del 27F, porque la cacería humana en los sectores populares, como El Valle, 23 de enero, Catia y otros de las capital de la República, así como en algunos estados, se prolongó hasta mediados de marzo, para lo cual el ejecutivo nacional mantuvo el estado de excepción y quien era sorprendido en la calle en horas de “Toque de queda” y no portaba el salvoconducto podía ser ejecutado de manera sumaria.
Esta insurgencia popular al igual que la lucha de los 60 fue estigmatizada por la prensa cuyos titulares cada día daban cuenta de la buena acción de los cuerpos de seguridad, contra “los antisociales, violentos y saqueadores que azotaban al país”.Recordamos el Editorial del grupo 1BC, en la voz de Eladio Larez, su representante a través de RCT, alabando la eficacia del gobierno que había restablecido el orden y la paz que permitiría a todos los venezolanos trabajar por la grandeza de la patria. Las apariciones sonrientes en la TV del Ministro de la Defensa, Italo Del Valle Alliegro, anunciando la “tranquilidad” impuesta en el país, a través del uso constitucional y democrático de las atribuciones del gobierno.
Recordamos también el episodio del Ministro de Relaciones Interiores, el “Policía Izaguirre”, que apenas inició la lectura del parte al país, quizás producto del cargo de consciencia que tenía por la matanza de inocentes, se le quebró la voz y perdió el conocimiento.
Lograda la “pacificación” del país, el 27 F fue enterrado para siempre, en los medios quedó prohibido mencionar aquella gesta popular y los familiares de los desaparecidos y asesinados en las calles y en sus residencias debieron conformarse con la mordaza que aplicó la “democracia representativa”.
Esa situación y la puesta en evidencia del pundonor de la Fuerza Armada Nacional, que fue utilizada como fuerza de choque para masacrar al pueblo en defensa de un gobierno delincuente prendió la llama en la oficialidad joven, y sacó del vergonzoso silencio cómplice y el letargo en que estaban sumergidos los cuarteles, que el 4F y 29 de noviembre de 1992, un grupo de oficiales rebeldes y que pertenecían al MBR200, organización revolucionaria militar fundado por Hugo Chávez Frías y otros jóvenes oficiales, promovieron, las dos rebeliones que lapidaron la muerte del punto fijismo.
La oligarquía y sus amos del norte, como de costumbre cuando “El Gocho” (Carlos Andrés Pérez) ya no les servía para más, decidieron enjuiciarlo y cifraron sus esperanzas en Rafael Caldera, un oportunista socialcristiano, que se montó el la ola de la rebelión militar y promovió el antipartidismo en contra de COPEI, que el mismo había fundado en los años 40. Alcanzó la reelección, pero para la oligarquía era insostenible el populismo que le había proporcionado la recuperación del capitalismo en la década del 60 al 70, donde la burguesía y las capas medias hicieron fiesta, se vendieron, compraron y se dieron el cambio, adormeciendo al pueblo con dádivas y mendrugos.
El fracaso de Caldera, como último presidente del criminal Pacto de Punto Fijo, junto al discurso esperanzador del recién liberado rebelde del 4F, activó los sensores del pueblo revolucionario, que encontró la brújula en el liderazgo del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías y en las elecciones del 98, pese a las trampas que inventaron dio el puntillazo, que dejó en la arena al bipartidismo y ahora solo espera ese mismo pueblo, que sus verdugos sean presentados ante la justicia, para que paguen por los crímenes cometidos durante los sucesos de ese despertar de un letargo.
(*) Periodista
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