Anda por allí un historiador mercenario que mientan Carlos Malamud y que ofrece sus servicios nada más y nada menos que al grupo Prisa, a Editorial Santillana, al Instituto El Cano, al Banco Bilbao Vizcaya (Provincial en Venezuela), todo dentro del círculo de intereses que anima el converso Felipe González. Este caballero (Malamud) afirma que “invocar la doctrina de la integración suramericana basada en el pensamiento de Simón Bolívar en 1810 es un fraude”
Podríamos dedicar este trabajo a colocar sobre el tapete las razones crematísticas que mueven a estos grupos económicos a atacar a Bolívar y por mampuesto a Chávez y la Revolución Bolivariana. No lo haremos porque creemos que ya Modesto Guerrero (artículo que se encuentra en Argenpress o en la página web de Radio Nacional de Venezuela) lo ha hecho brillante y contundentemente. Lo haremos desde un ángulo que se me antoja menos de bulto pero más peligroso. Es curioso –por ejemplo- que este “tanque de pensamiento” de historiadores mercenarios guarde una interesante coincidencia con los testimonios ofrecidos en la oportunidad de la celebración del Bicentenario del 19 de abril de 1810, por algunos de “nuestros” historiadores miembros de la Academia Nacional de la Historia como, Elías Pino Iturrieta, Guillermo Morón o Manuel Caballero, insuficientemente respondido por la mayoría de nosotros, salvo honrosas excepciones.
Se trata de reclamar para el estamento mantuano el protagonismo fundamental en aquellos acontecimientos invisibilizando –como han hecho con éxito a lo largo de toda nuestra historia de la IV República (1830-1999)- la lucha del pueblo (pardos, zambos, negros, mulatos, indígenas, etc.) Se trata de extraer de las luchas independentistas el contenido de lucha de clases de modo que al final, por un lado la voluntad de independencia se debió a la iniciativa mantuana, y como por otro lado –como todos sabemos o deberíamos saber- como la clase mantuana u oligarca se manifestaba por la “conservación de los derechos de “su” amado rey Fernando VII”, toda la lucha heroica de nuestro pueblo –el mismo que fue a regar con su sangre los campos de batalla a todo lo largo de nuestra América, porque el mantuanaje no combatió, no combate ni combatirá nunca sino que manda a combatir- fue, casi literalmente, no para conquistar soberanía, libertad y justicia sino para conservar el regalo de “civilización y evangelización en la fe verdadera” que nos había generosamente regalado la “madre patria” y la Iglesia Católica.
Así que los tiros van por los lados de la conservación de los poderosos intereses del grupo Prisa en nuestra América, pero también –para mí lo más grotesco y peligroso- para atacar las luchas por la integración que anima a nuestros pueblos guiados por el pensamiento Bolivariano y la gestión incansable del Comandante Hugo Chávez Frías ¿Que el Libertador no era integracionista en 1810? Cuesta arriba les resulta demostrarlo porque existen abundantes pruebas de lo contrario, pero en todo caso equivale a decir que Chávez no era socialista en 1999. Estos mercenarios desalmados están descubriendo el agua tibia. De todos modos atentos porque estos grupos y personajes son mercenarios pero no son brutos, por eso hay que tomarlos en serio.
Veamos: el pensamiento integracionista del Libertador, del mismo modo que su pensamiento pre-socialista, va tomando cuerpo y formando un acervo sólido y duro a partir de la pérdida de la segunda República (1815) Incluso la lucha en Venezuela, que hasta ese momento había sido literalmente una guerra civil por no encontrarse los derechos del pueblo en baza, y de allí el fenómeno Boves, se convierte en guerra antiimperialista por la soberanía, la libertad, la igualdad y la justicia a partir de 1816. No es casual que el tal “historiador” Malamud, haga hincapié en el año 1810, momento en que la clase mantuana (esforzándose estos miserables en recordar que Bolívar era mantuano) se esforzaba exclusivamente por poner a salvo su parcelita de negocios a cambio de cualquier entrega. Exactamente como hoy y como siempre. El pensamiento absolutamente integracionista y pre-socialista del Libertador se encuentra brillantemente expuesto en todas sus palabras y hechos antes, pero especialmente, desde la Carta de Jamaica (1815) en adelante "Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo en una sola nación con un solo vinculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; [...] ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración..." ¿No está suficientemente claro? Del mismo modo Chávez comienza a reivindicar el carácter antiimperialista y socialista de la Revolución Bolivariana, especialmente a partir de 2005 en aquella concentración frente al Jardín Botánico de la UCV. De modo que a los hombres hay que juzgarlos y valorarlos en términos dialécticos y todo lo demás es una estafa, sí, pero a la historia.
Veamos: El próximo 7 de diciembre se cumplirán 186 años de la convocatoria desde Lima al Congreso Anfictiónico de Panamá por el Libertador. Bolívar, el mágico adelantado, quiso formar una confederación de naciones iberoamericanas desde el sur del río Grande hasta la Patagonia. En la cumbre de los movimientos independentistas, Bolívar quiere adelantarse a lo que sería –de no hacerlo- la mera sustitución del imperio español por un nuevo imperio. Era el momento de consolidar las bases de las repúblicas nacientes. Era llegado el momento de la unión que se opusiera con posibilidades de éxito a las graves amenazas que sobre las nacientes repúblicas se cernía. De un lado los posibles intentos de reconquista de la corona española apoyada por la Santa Alianza y del otro la voracidad del ya temible imperio en ciernes de los Estados Unidos.
El Congreso Anfictiónico de Panamá fue evidentemente el más grande sueño de Bolívar. Allí debían echarse las bases de una gran nación formada por una asociación de repúblicas que, tanto por su extensión, población y riquezas como por su fuerza moral, representaría un verdadero polo de poder en el concierto de las naciones del mundo. Lamentablemente ayer, como hoy y siempre, a las miras superiores en grandeza y generosidad se oponen los intereses mezquinos, las mentes liliputienses, la ambición miserable y la supremacía de los privilegios de las clases dominantes. Bolívar se encontraría en su camino con el insuperable obstáculo de las oligarquías regionales de latifundistas y comerciantes sin más amor que por su dinero y el desprecio absoluto por la patria o lo humano.
¡Cuanta pequeñez y miseria! Hoy, cuando el gran sueño bolivariano viene a nuestro recuerdo con fuerza, de nuevo nos encontramos ante la misma batalla. De nuevo los mismos intereses apátridas se oponen con todas sus fuerzas al proyecto integrador encarnado en la Revolución Bolívariana y el presidente Hugo Chávez. ¡Cuan gritan esos malditos! ¡Cómo les duele la unión de nuestros pueblos!. Supeditados a los intereses extranjeros, estos descendientes en esencia de Santander, de Páez y de Miguel Peña, se revuelven enloquecidos al percibir el despertar de los pueblos y su vocación de unidad.
En Venezuela, especialmente ciertos sectores vacilantes y reformistas dentro del bolivarianismo tienen que saber que el éxito del proceso venezolano pasa inexorablemente por la unión de nuestros pueblos. Solos y divididos más temprano que tarde seremos barridos de la faz de la tierra. Los titánicos esfuerzos del Comandante Chávez por la unidad latinoamericana tienen que ser respaldados, asumidos y comunicados sin vacilaciones, con reciedumbre y fidelidad absoluta. Así como no hay revolución en Venezuela sin Chávez, no la habrá en Nuestra América sin la unidad de nuestros pueblos. Proyectos como el ALBA son la clave. Eso lo sabe la oligarquía criolla y sus amos imperialistas y de allí la tenaz campaña contra los convenios de cooperación y solidaridad que lleva adelante el presidente Chávez.
Chávez sólo está interpretando con fidelidad absoluta lo que estaba claro en el pensamiento de nuestro Libertador. Esa fiel interpretación explica la ferocidad del ataque de las hienas de todas las horas. No se propone una especie de nación única sino una confederación de naciones que conserven sus rasgos particulares. Un concierto de naciones unidas en propósitos comunes. Una unión de los pueblos donde lo político prevalezca por sobre cualquier otro interés subalterno. En la carta de Jamaica, el Libertador presenta la idea con claridad meridiana. Apela a lo que es más sustantivo: la comunidad de origen, lengua y costumbres de sus pueblos. Por eso elige el centro del nuevo mundo en el istmo de Panamá para que fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos.
Todos debemos estar convencidos de la grandiosidad de mirada del comandante Chávez. Estoy persuadido de que si no fuese así –si Chávez no estuviese profundamente convencido de lo imprescindible de la unión- le sería mucho menos gravoso dedicarse a obtener la aceptación política de la gente en Venezuela aplicando todos los recursos a la solución de nuestros propios problemas y nada más, que llevar adelante el gigantesco esfuerzo de unidad que está haciendo y que tantas críticas le merece de la mano de propagandistas al servicio del aparato mediático de la plutocracia mundial, incluido este Grupo Prisa. El esfuerzo exige la unión espiritual de todos los que defendemos el proceso de revolucionario. No puede haber fisuras. Hemos de saber, con total certidumbre, que lo que está en juego es la existencia misma del proceso revolucionario. Solos no podremos. Unidos o hundidos, ese es el dilema.
Los países de Latinoamérica no podremos librarnos del atraso, la explotación y el sometimiento si no es uniéndonos en una federación capaz de hacerse respetar ante el imperio. Esta grandiosa tarea jamás podrá ser emprendida por las burguesías nacionales de nuestras naciones completamente entregadas al imperialismo. Esa es una tarea de pueblos. Pueblos unidos, conscientes y bien despiertos. Pueblos capaces de constituir una sociedad de Estados Socialistas en nuestra América. Ese es el desafío y no la pérdida de tiempo y esfuerzo en cosas pequeñas. Contra eso se enfilan las baterías de esos “historiadores”, del Grupo Prisa y del Imperialismo plutócrata del momento.
¡América Socialista o muerte!
¡VENCEREMOS!
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