Los departamentos de archivos de los medios de comunicación burgués no le quedó otra alternativa que escarbar entre cajas viejas para obtener una fotografía de Fernando Soto Rojas y no obtienen el éxito; se supone que los organismos de inteligencia, norteamericano e israelí hacen lo propio, hurgar entre sus archivos e informantes para contar con un perfil del personaje que hoy en día preside la Asamblea Nacional.
Globovisión por su parte hace esfuerzos por pintar unos trazos deformados sobre el mítico guerrillero y no encuentran una contraparte ni en el mundo de la derecha, ni en el mundo de las y los conversos de hoy en día, no encuentran a un Páez, a un Santander contemporáneo para el contrapeso, menos lo pueden hacer ni contar con aquellos “comandantes” que se rajaron y que fueron absorbidos, que hoy llevan una vida de parásitos del capital y que al saber que son despreciados por el pueblo, por la militancia honesta, la militancia que resistió al reformismo y la reacción, y que resiste a cambio de nada; de contraparte, estos traidores y traidoras se convierten cada vez más, en más neoliberales para auto compensarse, para ser aceptados política y socialmente en esa nueva vida que emprenden, que es la de congraciarse, babearse a los pies de los enemigos de clase, con los enemigos históricos del pueblo.
Pero vaya un pasaje de varias voces para conocer y dibujar el trazo espiritual del Comandante Ramírez, hoy Soto Rojas. Es una lectura para jóvenes, para los nuevos pinos y también para no tan jóvenes, las y los viejos robles…
Los preparativos estaban montados con antelación, recorrer esas montañas después de varios años de ausencia en lo que en un pasado fueron escenarios de estoicismos era proeza de la memoria, de tener vivo en el pecho la vida protagónica de cada acontecimiento.
Fueron varios de días de intensa caminatas con apenas unos minutos para almorzar, las coordenadas de las brújulas y la orientación de los mapas fueron innecesarios. Las advertencias sobre los riesgos del caso fueron dictadas a tiempo: abran bien los ojos y vean bien donde vayan a colocar las manos y los pies, cuidado con las serpientes, las arañas monas y los escorpiones, ve que apenas hay dos ampollas antiofídicas, si se arañan con las espinas, enseguida se echan kerosén para evitar infecciones, cuidado con un esguince, no más de 6 metros entre unos y otros, en fin...
Cada lugar era recordado por Soto Rojas con una o varias anécdotas breves, sencillas y sin muchos detalles, él se paraba delante y señalaba aquí quedaba la Comandancia, giraba sobre si con los brazos extendidos, éste es nuestro pateadero, se observaba a la distancia el verde azulado de las montañas, agregaba: - a varias filas de montañas de aquí está la tumba del primer combatiente que falleció en El Bachiller “Coquito”, joven irreverente de apenas 17 años, a quien se le cantó con la solemnidad el himno nacional, posterior de haberle colocado en dirección a la salida del sol, la Cruz de Cristo, acompañada de flores silvestres.
De tantos días hubo uno de los momentos más sublime, mas enternecedores que hay ya el reto para ver si las palabras recogen con exactitud lo acontecido.
Ya alguien que acompañaba al Comandante Ramírez con la debida autorización avanzó hacia otra dirección en el recorrido por la montaña para preparar el encuentro cuando estuvieran de vuelta para el insospechado encuentro entre la campesina María y Soto Rojas, la personaje mencionada ya está entrada en años, mayor que Soto Rojas, cabello largo y canoso, menuda, delgada, con los ojos llorosos por el humo del fogón viejo que está ya punto de caerse y además era víctima del terigio que le dificultaba la visión, María siempre andaba con un pañuelito secándose las lágrimas por la afectación y nada que quería salir de esa casita de oscuro ambiente interno. En aquellos agitados años ella fue correaje de la guerrilla, su pareja también fue apoyo de las y los combatientes.
Cuando Soto Rojas y sus acompañantes al cabo de los días por otro recodo de la montaña llegó a un pequeño morro éste divisó la casita de hojalata, de paredes de barro y palma, rodeada de camburales, aguacates, un monito juguetón amarrado por la cintura, un hilito de humo que salía por un ángulo superior del techo, silencio total, Pancho, un viejo loro, yacía dormitando, el Comandante Ramírez avanzó de primero, casi corría, nadie le alcanzaba los pasos, bajando por el escabroso camino irregular hacia la casa, los perros empezaron a ladrar.
El comandante Ramírez ya cerca tendió un grito de llamado: - María! María!. Ella se paró impelida por un rayo, afinó el oído mientras se vuelve a escuchar su seudónimo y le dijo al baqueano cómplice de la visita: -Ese es el Comandante Ramírez! Es su voz y así me llamaban ellos!
Aquellas cinco personas que presenciaron aquel abrazo no pudieron contener las lágrimas. Todo fue tan conmovedor. A Soto Rojas se le quebró la voz cuando presentó a María al resto de sus acompañantes. Ella estaba que no cabía dentro de sí, a la ancianita sus movimientos se volvieron ágiles, después que ofreció y hacía café a los visitantes, ahora con más frecuencia se secaba sus ojos con su pañuelito.
Aquí estoy –dijo María- esperándolos a Uds. de nuevo. Mientras todos tomaban café, empezó a preguntar por cada uno y de quien no se recordaba el seudónimo, lo describían físicamente. En verdad ya muchos estaban muertos. Quizás Soto Rojas para no entristecer el momento pero pensando en el ritmo acelerado de la Revolución Socialista Bolivariana, les respondió bajando la mirada: - Están bien.
María contó que su compañero de vida se portó mal y que tienen muchos años separados y agrega: - se la pasa bebiendo. Relató lo que le pasó a él: el ejército –el de la época- lo capturó, lo amarraron y lo obligaban a decir dónde estaban Uds., lo colgaron varios días por los brazos, le daban con un palo de vera por todo el cuerpo, allí se les desmayaba, le lanzaban agua varias veces en la madrugada, yo escuchaba sus gritos de dolor pero no pudo aguantar más y le dijo por donde estaban Uds. La atajó Soto Rojas para mitigar tan malos recuerdos: -pero él no sabía donde estábamos nosotros. Si pero habló! -contestó ella con firmeza-, un silencio sepulcral se apropió de la oscura sala - cocina.
María rompió el silencio y expresó: - Por ahí, señaló el radiecito de pila- escucho al presidente Chávez, él es militar pero parece que de los buenos, cuando lo escucho hablar creo que es un muchacho bueno –se coloca la mano en el pecho- me lo dice mi corazón, verdad?
Viene la despedida. Cuántas lecciones de vida tendrá María, ella no pasó por la Universidad Central de Venezuela, no sabes ni leer bien y se ríe con vergüenza de su incapacidad. Ya frente a frente y como apenada mientras baja la mirada, le dice a Soto Rojas: - yo creo en Chávez, me parece un buen muchacho, y le responde Soto Rojas con entusiasmo: - nosotros también creemos en él!. A María le afloró una sonrisa que mostró que ya no tiene muchas piezas dentales y le bailó el corazón de alegría por la feliz coincidencia.
Se anuda la garganta, se humedecen los ojos y se comprime el pecho saber que María se fue de entre nosotros hace ya 4 años atrás.
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