La profunda polarización que afecta al país emerge en 1998 bajo la forma de ofensiva electoral.
Y a partir allí se han ido delineando dos proyectos de país que, de manera clara y permanente, se confrontan en diversos escenarios y en torno a la figura de Chávez, que vertebra y lideriza precisamente a los dos bandos y marca, además, el paso de la propia confrontación.
Así, en la Venezuela actual las conductas, el discurso y las prácticas políticas empleadas por los principales actores de la polarización expresan una fuerte tendencia al “conflictivismo”, propensión a generar conflictos y a no resolverlos mediante la negociación, o a tratar de solucionarlos a través de la derrota absoluta del adversario. En toda confrontación política se hacen ostensibles las virtudes propias, mientras que se exacerban los defectos del estigmatizado contendor. Y, en algunos casos, se justifica cualquier estrategia de persecución, exclusión y hasta eliminación de ese “otro” culpable de mi situación.
La cultura social y política que se ha ido construyendo valora, legitima y estimula la intolerancia. Curiosamente, flota sobre ese panorama político confrontacional una falsa moral que demanda unilateralmente al presidente Chávez, a su equipo y a las fuerzas políticas que lo apoyan la “insoslayable” tarea de la reconciliación. Engendro de pacto social a todas luces hipócrita propio de grupos políticos falsamente correctos, falsamente tolerantes, falsamente comprometidos con la paz y la reconciliación.
Paralelamente ha ido surgiendo una suerte de comprensión y legitimación mediatizada de la realidad y un fenómeno que hemos denominado “anclaje mediático”, maniobra de amarre y dependencia entre receptores y medios que representan la verdad política con la cual se identifican.
En el caso de los medios de oposición la pretensión es implantar una trágica conciencia de fracaso del proyecto “bolivariano” de país. La dependencia enfermiza entre audiencia y medios, genera una suerte de coprofagia informativa en combinación con bulimia mediática, enfermedad en que consumidores y consumidoras sufren de ingestión informativa excesiva y una pérdida de control. La persona afectada utiliza luego diversos métodos de expulsión, suerte de limpieza moral, en la procura de evitar la maligna obesidad mediática.