Opinar por los medios tiene sus riesgos. Si uno actúa a ultranza o acríticamente en defensa del gobierno, sin verle a éste defectos, errores o fallas, se gana la enemistad y hasta el odio de los opositores y de algún sector partidario de la revolución que espera ayuda para corregir lo que ve defectuoso. Es posible que uno y otro sector piensen que se está “enchufado” en 220; es decir, en dos líneas vivas; se está con el gobierno y se recibe algún estipendio por el apoyo dado a través del trabajo escrito u opinión a través de algún medio. Es esta una actitud natural o una manera de pensar coherente con los ideales del capitalismo. Los imbuidos en las ideas del sistema no conciben la existencia de personas capaces de luchar, trabajar por idea alguna al menos que haya algún beneficio crematístico de por medio.
Si el opinador defiende al gobierno, pero usualmente hace crítica o muestra su inconformidad por el ritmo u orientación del proceso, se convierte en objeto de ataques furiosos del bando opositor y hasta es posible que forme parte de alguna lista negra para “cuando llegue el momento preciso u hora de pasar las facturas”; pero habrá también en el gobierno, quienes se toman las críticas para ellos, de manera personal y hasta simples militantes que de buena fe creen que ese proceder es malo y “da armas al enemigo” y predisponen agresivos contra aquél, el opinador.
En estos días, anunciados los candidatos a alcaldes, por haber criticado de manera sutil, como intento siempre hacerlo, el procedimiento o los procedimientos del Psuv, recibí unos cuantos correos de “camaradas” particularmente disgustados; lo digo así por el contenido de los mismos y la calidad del lenguaje. Por lo formal y el “trasfondo”, pues no hubo en ninguno un planteamiento referido al tema mismo, pudiéramos pensar que son opositores y, lo que es peor, enemigos declarados de uno.
En este caso, quienes desde el bando revolucionario, enfilan baterías de alto calibre y las disparan contra camaradas por hacer crítica, también suelen razonar como los capitalistas, diciendo algo parecido a esto:
“Ese lo que está es arrecho porque no lo han nombrado embajador, ministro o no le han puesto dónde pueda coger”.
Otros, con simplismo mayor, intentan descalificar la crítica diciendo de quienes las hacen, “saben de toda vaina”, lo que significa para manifestar acuerdo o desacuerdo sobre asuntos de la política, sólo debe ser para sabios; lo que implica decirle al pueblo que se calle, no piense y sólo actúe. Una posición pues de la derecha extrema.
Pero a veces llegan correos, o como dice una vieja canción “a veces llegan cartas”, diciendo cosas que nos remontan al pasado, quizás quienes las escriben vienen de allá, que dicen como “tú, eres un simple analista, político o crítico de cafetín”.
Ahora mismo recibí uno y confieso que me causó mucha gracia. Me reí cuanto pude, aprovechando mi soledad. Reí porque me retrocedió unos cuantos años atrás, a la época de Betancourt y Leoni, cuando los clandestinos, incorporados o no a las guerrillas, criticaban con dureza a quienes utilizaban los cafetines de las Escuelas Universitarias, aprovechando su situación de legalidad e inmunidad de aquellos espacios, para debatir, fijar sus posiciones y hasta hacer críticas “al desarrollo de la guerra”.
La crítica en si poco importaba, ni siquiera se procesaba, pues bastaba que no viniese de los espacios “donde se batía el cobre” o se “corrían riesgos”, para que fuese desestimada. Pero la desconfianza era algo muy común y compartida; los de un espacio, aparentemente cómodo y “nada riesgoso”, también desconfiaban de la crítica de los otros porque “las circunstancias mismas en que se desenvuelven, demasiados azarosas, faltos de información y alejados de los espacios más conflictivos socialmente les crea falsas percepciones”. Pero habría que acotar algo, la “tranquilidad o ausencia de peligro” de la ciudad era tan falsa que cuando alguien “estaba quemado”, que en la jerga clandestina significaba estar en la mira de policía y considerado cercado, para salvarle se le enviaba a la guerrilla.
Pero cabe anotar algo curioso, en aquella época para un opuesto al punofijismo ningún espacio de lucha estaba libre de riesgos y eso es fácil saberlo.
He hecho los comentarios anteriores porque creo que hoy, cuándo y dónde los izquierdistas y revolucionarios, pueden y deben, eso no es malo – es más, sé que lo hacen con demasiada frecuencia – reunirse en un cafetín, tomarse un café, si les place y hacer sus análisis en grupo, no contravienen la moral revolucionaria. Así como que no hay motivos, salvo alguna excepción, todo tiempo y circunstancia lo tiene, algún grupo opte por reunirse en privado. Eso sí. No lo creo necesario, que siendo chavista u opositor algún grupo tenga que reunirse clandestinamente o en la montaña, a menos que esté conspirando.
No hago análisis de cafetín o en cafetines, no porque no me guste, sino que por la edad, eso creo yo, perdí esos hábitos. Eso sí, me fundamento en los procederes comunes a cualquier analista. Eso incluye reunirse en grupos y escuchar a la gente.
Días atrás, un analista, humano al fin, que en veces incurre en excesos al referirse a cierta gente, hizo mención de dos personajes; uno de ellos fue el Toby Valderrama. He compartido algunas opiniones de éste, quien por tiempo fue articulista privilegiado de VEA y muy promovido por el gobierno, pero también de sus opiniones he discrepado bastante. Lo sustancial es que siento respeto por lo que dice y le analizo con interés y como lo merece, aun cuando confieso, le percibo como muy ortodoxo para mi gusto. Sin que cometa el sacrilegio de calificar lo que dice no merecedor de tomarlo en cuenta, sobre todo en un momento en que muchos parecemos encandilados.
Pero me volví a reír en mi soledad, no en el cafetín, porque alguien intentando defender al Toby Valderrama de ataques injustificados y que bien sé no se merece, dijo a su favor y en contra de su atacante que aquél “había estado en las guerrillas y éste no”.
¡Vaya curiosa manera de darle pertinencia a las ideas!
Todo esto revela que ocuparse de opinar es riesgoso, aunque a uno sólo le vean sentado en un cafetín o detrás de una computadora. Fue igual cuando se escribía con pluma o máquinas de escribir; porque el subversivo gusta escribir sus ideas dónde y cómo sea.