Decir que la crítica es fundamental, pertinente e indispensable en proceso de y con intención de cambio de cualquier naturaleza, es como una perogrullada; pero aun siéndolo definitivamente, vale la pena correr el riesgo que a uno le endilguen eso, si contribuimos a mantener vivo el espíritu de la oración.
Respeto y hasta admiro sobremanera a quienes hacen crítica, porque eso contribuye al debate; aun no siendo acertada, desde la personal opinión de quien la lee o escucha, siendo objeto o no de ella, contribuye a la revisión y excita a pensar y hasta mejorar las cosas. La sóla discusión entre los críticos y los criticados es una buena oportunidad para aprender y enseñar. El sólo intercambio ejerce un efecto mágico y altamente saludable.
También admiro a los críticos, porque en este país, desde que fuimos jóvenes, pudimos constatar que serlo implica un riesgo, pues antes no gustaba la crítica y todavía no nos hemos acostumbrado a ella. Por eso los críticos suelen ser vistos como enemigos, por lo menos cual gente que “sólo se ocupa de echar vainas” o en el menor de los casos como “diletantes inútiles” que nunca aterrizan. Se les apostrofa porque critican una práctica o acción determinada de un funcionario o grupo de funcionarios, en lugar del hacer, como si fuese el crítico quien tuviera esa responsabilidad. Claro uno bien sabe que se trata de una hasta infantil forma de descalificar al crítico, aunque tiene el mérito de no excederse en agresividad. Cuando Chávez decía no basta autocriticarse “para luego echar eso a la basura”, se refería a otra circunstancia; a funcionarios gubernamentales quienes al autocriticarse descubren fallas pero optan por ignorarlas para no cambiar.
También siento rechazo por el adulante, quien siempre aplaude, aún ante errores evidentes o en el menor de los casos calla, porque sólo piensa en sus particulares intereses, cuidar su espacio y mantenerse repantigado. Lo peor que puede sucederle a un jefe, empresario o líder, es permitir le rodeen adulantes; eso es como “una muerte anunciada”.
Me atrevería a decir, si nos atenemos a lo que uno lee en aporrea.org, que el chavismo se ha vuelto bastante crítico y ese sólo hecho es saludable. Como es negativo que dentro de la oposición no se haga crítica a la práctica habitual de su dirigencia o voceros, apegados sólo a la idea que de lo que se trata es de salir de Maduro. Tan embebidos están en ese ¡Maduro, vete ya!, que no les preocupa en absoluto si las prácticas y la consigna misma, se corresponden con la realidad y marcha del proceso.
De donde uno puede decir, sin ningún género de dudas que el chavismo en ese sentido está varios pasos delante de su adversario.
Para decirlo con un lugar común, adelantándome a la crítica, pero correspondiente al lenguaje coloquial y no alejado de la certeza, “los chavistas van por buen camino”.
No obstante, la crítica y los críticos, están obligados a no socavar la unidad, porque en caso contrario la crítica pierde sentido, se desviste de la buena fe y renuncia a las buenas intenciones. Cuando uno al criticar, se deja embargar por sus insatisfacciones personales, haber perdido una posición, ventaja y hasta sinecura, suele extraviar el sentido de la realidad y confundir los caminos. Esto último implica asegurarse que la crítica tenga asidero, sentido pertinente y no escoger el lenguaje menos apropiado para exponerla.
Quienes al criticar una práctica, pudiendo estar asistidos de la mejor buena fe, lo hacen en lenguaje escatológico, hiriente, pierden la oportunidad que el criticado se apreste a escucharles y menos a entenderles. Es más, quienes no somos objeto de la crítica y pudiéramos compartirla, nos armamos contra ella y quien la emite por honorables razones. No es suficiente tener razón, hace falta exponerla con altura, muestras de la mejor intención.
Lo anterior sirve para llamar la atención, como dentro del chavismo se abre espacio una forma de hacer crítica que lejos de contribuir a aclarar o definir las metas, perfeccionar las prácticas, sólo sirve para generar enemistades. Lastimosamente ese tipo de actuación pareciera ser atractiva y hasta provoca desmesurado interés.
Pero también hay un tipo de crítica que privilegia los errores, verdaderos o no, de quienes han dirigido y ejecutado por encima de la obligación de combatir a los verdaderos enemigos internos y los intereses imperialistas.
Cuando hice mención a Aporrea en el título, estaba meditando por la abundancia de críticos que adolecen de la plasticidad o sutileza necesarias para hacer sus críticas, en muchas casos valederas e inteligentes, pero que dudosamente logren el propósito que el criticado les atienda y tome en cuenta. Si uno, de buena fe, no se propone esto último como meta, que se le escuche y pueda contribuir a subsanar una situación, no vale la pena criticar. Aunque, alguna gente del gobierno, en sus diferentes niveles, no es ajena a ese tipo de procederes.
Acompañar la crítica con lenguaje agresivo y hasta irrespetuoso, puede que sirva para que los lectores aumenten ostensiblemente y hasta estén pendientes del próximo, pero dudo que lo sea para hacer que el proceso avance, se proyecte y consolidar la unidad. En este caso pareciera prevalecer la mala fe.