A pesar de que las redes sociales y el Internet se han convertido en un instrumento de gran influencia en la última década, la televisión sigue siendo el medio que incide con mayor fuerza en la opinión pública mundial. Desde la población infantil hasta la de tercera edad, padecen los efectos que produce este mago con cara de vidrio.
La tecnología, en su estadio más noble, debería servir para activar las neuronas, la motricidad y la capacidad de análisis, pero no siempre lo hace. Tal es el caso de la televisión, droga superpotente utilizada para alienar y alinear a los usuarios o audiencia que la consume. El efecto de este aparato es el adormecimiento; las alucinaciones y atrofia de la criticidad y comprensión de la realidad entre otras, uno de los más graves es que modela la conducta del ser humano, transformándolo a tal punto que se afecta la relación con su círculo familiar y entorno social. Las principales víctimas entonces son los niños y niñas cuya fragilidad en este sentido es “aprovechada” por ese poderoso estupefaciente.
La actitud violenta, indiferente, egoísta y necia muchas veces de los televidentes, deriva de la indigestión que produce su consumo. A diferencia del proceso que cumple el cuerpo que desecha y excreta las toxinas y aprovecha los nutrientes y vitaminas, la mente se queda con las sustancias toxicas y ello produce el resultado contrario. Entonces nos enfermamos, sufrimos de desordenes nerviosos, ansiedad, depresión, envejecimiento precoz, malestar general etc.
Por ello, pensar en la televisión como un medio inofensivo que nos brinda lo que queremos o necesitamos ver, es la mayor muestra de ingenuidad e irresponsabilidad. Tanto los efectos de la televisión como ella misma deben ser objeto de análisis y evaluación permanentes.
Desde la televisión se deconstruye y construye la realidad a conveniencia del sistema que impone el contenido, que a su vez le sirve para sostenerse en el poder.
En nuestro país las políticas de acceso a bienes y servicios, unida al poder adquisitivo que ha ido mejorando paulatinamente, permiten que en cada hogar haya tantos televisores como habitaciones existan, y que cada integrante de la familia cuente con uno o más teléfonos celulares que además tienen la opción de TV.
Así vemos familias divididas por la televisión y para ñapa, sus miembros cada día se pierden más con el uso del Internet, accesible igualmente, través de los teléfonos celulares. La fórmula TV + Wi-Fi es letal para la integridad y salud de las familias y de la sociedad.
Metamorfosis
Así como se transforma la visión que el ser humano tiene de sí mismo, por causa de la imagen distorsionada que se presenta de él en ese espejo parlante, la belleza es deformada, manipulada a tal grado que el hombre y la mujer, especialmente, de manera progresiva se va desdibujando; adoptando figuras que no le pertenecen, ajenas a su grupo étnico o pueblo. La verdadera y original belleza es manoseada y prostituida por ese “huésped alienante” que además nos impone cómo ser y qué ser.
Los certámenes de belleza que no son exactamente eventos frívolos y sin importancia, sino formas culturales que sirven para esconder los problemas de racismo y género, que confrontan las mujeres en nuestra sociedad, son también una carreta que arrastra símbolos evidentes y ocultos que buscan crear un perfil deformado de la mujer y el hombre de estas latitudes. El objetivo final es desarraigarnos.
Ya no cuestionamos el que una joven moderadora de TV tenga 450 cc de silicón en el pecho y 500 de biopolímeros en cada glúteo. O que deforme sus labios o se levante los pómulos. Siempre y cuando su discurso se parezca un poquito al nuestro, entonces no es tan malo, es casi normal. No nos molesta que se nos siga imponiendo la forma de vestir de una cultura ajena, y mucho menos nos incomoda que no se haga alarde de inteligencia en un programa matutino, porque “eso sí es verdad que no está de moda”, “además de que aburre” y “no es lo que la gente pide”. O peor, no es precisamente lo que da raiting, la panacea que nos va a resolver todos los problemas que nos agobian.
Tele recolonización
A pesar de que nuestra Constitución habla de la diversidad, de lo multiétnico y lo pluricultural, y que recientemente conmemoramos 522 años del proceso de resistencia indígena -que no es más que la resistencia a una cultura impuesta por el más fuerte o el más criminal- alardeamos a diario de la colonización de nuestra conciencia repitiendo moldes y códigos imperiales.
Ciertamente España nos ocupó, colonizó y diezmó utilizando la fuerza, en tanto que el imperio actual ha hecho lo mismo valiéndose del mensaje.
Nos preguntamos, ¿no es una mente colonizada la que se subestima, desprecia y desconoce?
El contenido de la televisión nos ha empujado a convertirnos en mala copia del sujeto que vemos en una serie sajona sentado en un escritorio a espaldas de un rascacielos; de cabellos engomados y pulcramente vestido, como salido de un salón de belleza con tintorería incluida. Soñamos con parecernos a la chica que tiene todo el tiempo del mundo para broncearse en el yate anclado frente a la casa de la playa, comer en lujosos restaurantes y pasear a su mastin tibetano de pelo rojo por el jardín de su mansión.
¿Cómo aparentar y tener la belleza que el imperio impone con un sueldo modesto? Si la televisión nos vende las cirugías, los tintes, las extensiones, las uñas, el silicón, los biopolímeros, las dietas, el Gym, el maquillaje, la ropa a la moda, los accesorios y carteras; los zapatos, los piercing, los tatuajes, los celulares, las tabletas y pare de contar.
Si quien aspira tener ese nivel de vida es un simple trabajador; un funcionario público o un agente policial o de tránsito, en los casos lamentables, accede al soborno, al cobro de comisiones o a la prostitución. La joven agobiada por ese nivel de vida, vende su cuerpo al director o jefe que pueda costear sus lujos.
Además, una mujer o un hombre cuya aspiración es parecerse a una Barbie o un Ken -de los que ve en la tele como ancla de noticieros o programas de concurso, o moderando espacios para resolver los problemas personales que se hacen públicos para mercadear con ellos- está lejos de interesarse por la realidad que lo rodea, menos por ser activo para resolver los asuntos que afectan su entorno.
Este es un sujeto superficial capaz de comparar el valor de su Patria con un kilo de Harina de maíz precocida o con un paquete de papel sanitario. O confundir un bombardeo de una escuela para niños especiales con la lamentable estadística de víctimas del hampa en un fin de semana.
No se trata de hacer oda al descuido y condenar la limpieza y arreglo personal. Lo que ponemos en el banquillo es el endiosamiento de la imagen estructurada, el estereotipo que quiere imponer el sistema y que creemos inocuo.
El contenido de la televisión sirve para justificar delitos incluso. No nos es extraño que las telenovelas que han precedido crímenes cometidos en Venezuela por factores vinculados al paramilitarismo y el narcotráfico sean las que exaltan a capos y líderes de estas organizaciones delictivas. Series de televisión que colocan en un asesino el ideal de novio, esposo o amante para una joven del barrio o campesina, cuya motivación es destacarse del resto de muchachas de su entorno y edad.
El mensaje colonizador ha servido para naturalizar la muerte, la deshonestidad, la destrucción y desnaturalizar la vida, el amor, el respeto por la naturaleza, la convivencia sana.
“Pero la televisión no es mala, depende del uso que se le dé”. La anterior es una frase común. Efectivamente el invento, el recurso tecnológico, el aparato no es el que se cuestiona. Hablamos del contenido y de la estética. Es un error creer que si lo hacemos nosotros y no los otros, va a ser mejor aunque repitamos los esquemas euro-centristas que nos han impuesto. Ciertamente debemos aprender de quienes hacen el mejor uso de las tecnologías; estudiar formatos y repetir aquello que nos brinde resultado para la descolonización de la mente, no para colonizarla en otra dirección.
Para rescatar la mente del individuo se debe liberar el contenido de los medios, descolonizar la televisión. Ello supone hablar de soberanía, de la presencia de lo que somos realmente, lo que nos conecta con nuestro origen, con el suelo, con nuestras costumbres, con las raíces ancestrales, con todo aquello que nos active las emociones más nobles.
El mensaje debe ser coherente con la realidad, mostrar lo que construimos y nos falta por hacer que nos anime a reconocernos en nuestra compleja diversidad, que empuje los procesos de transformación social que se vienen adelantando a través de la reflexión profunda. El contenido de una televisión revolucionaria, de avanzada, que realmente compita con la televisión reaccionaria, repetidora de la ideología dominante debe ser emancipador, sacudir las estructuras agrietadas y empoderar al pueblo de los espacios que le han sido arrebatados.