No es frecuente leer o escuchar la frase “paquete chileno”. Pareciera haber quedado en el pasado de cuando alguien demasiado torpe o ingenuo se dejaba embaucar por una práctica infantil conocida con la palabra “paquete” más el nombre del país austral. En mis años juveniles, ya bastante lejanos, oí decir que la calificación se debía por haberla introducido al país personajes procedentes de allá.
Era tan simple el procedimiento que uno todavía no se explica cómo el venezolano de entonces, muy dado a confiar en todo el mundo, pese eso, caía en una trampa infantil que se repetía aquí y allá. Consistía más o menos, aunque había varias versiones, en engañar a alguien con una supuesta “paca” de “dinero”, con billetes de verdad en las caras visibles o a la vista y, recortes de papel del tamaño de aquellos adentro.
Lo más sorprendente, lo que uno no entendía, era que abundasen quienes en aquello caían. Los embaucadores, tomados como habilidosos no lo eran tanto. Lo sorprendente era el enorme grado de buena fe, como para no hablar de ingenuidad del venezolano.
Hace años, ahora no recuerdo bien si fue en los años finales de la dictadura de Peréz Jiménez o bajo el gobierno transicional de Larrazábal, se apareció en Caracas un personaje que se hizo pasar como príncipe saudita, o algo parecido, ayudado por la publicidad y la avaricia, se vinculó rápidamente a gente del Country Club caraqueño, donde uno supone que aún entonces no habían ingenuos y allí, un fin de semana, estafó a unos cuantos con cheques falsos que debían cobrar el lunes, día y hora cuando el personaje, como llegó, se fue y nadie supo nada de él. Fue esa otra versión, más sofisticada, de un “paquete chileno”. De donde hasta se podría concluir que la ingenuidad del venezolano, pese a que hablamos también de avaricia, no era monopolio de la gente de la calle.
Estas cavilaciones vienen a cuento ante el anuncio de un diario local, de abundante circulación, que de ahora en adelante “en virtud del alza de sus costos”, el ejemplar costará una cifra que parece demasiado elevada. Eso de lunes a viernes, porque sábado y domingo, el incremento será de 50 % más sobre el precio inicial.
Es un diario, como abundan en Venezuela, que escandaliza más de lo debido con la inflación y aumentos de precios. Su interés no está en defender al consumidor, lo que sería loable si eso fuese así, sino en descalificar al gobierno y hacerle responsable por omisión hasta de lo especulativo. Aunque también, como todo periodismo ramplón, se solaza con los crímenes, sus atrocidades, detalles y toda la bajeza que anida en la condición humana.
El editor y propietario del diario omite que la sola venta al público de su mercancía es un “paquete chileno”, visto desde distintas aristas. Su contenido es en exceso publicitario. Las páginas de publicidad propiamente dichas y en exclusiva, superan en cantidad a las dedicadas a formar e informar. Las correspondientes a los “avisos clasificados” también componen un grueso cuerpo del diario, quizás el más grueso, recurso que produce al diario un ingreso descomunal, tanto como el derivado de lo anterior.
No es extraño que, de una manera u otra, más del setenta por ciento del diario se dedique a publicidad con lo que abusa de la paciencia y derecho del público lector. Sólo priva la idea, que nada tiene de democrática y respetuosa, que el dueño del medio hace lo que le parece y convenga; concepción por cierto, por dudoso que parezca, no es verdad.
Los diarios de antes, no cuando el periodismo era una tarea de soñadores y poetas, porque eso fue más atrás, sino simplemente de gente que estaba interesada en prestar un servicio decente y valioso a la comunidad, dedicaban buenos espacios a la cultura y a aquellos valores inherentes al crecimiento personal y colectivo. La acumulación o la ganancia eran asuntos de segundo orden. ¡Claro! Por algo editores y elaboradores del periódico solían ser soñadores, altruistas y de hecho poetas.
Ahora no. El periodismo es un negocio que se mira en definitiva como aquel donde se venden salchichas, perros calientes o pacas de harina. El fin del dueño del diario es como el de quienes hacen lo anterior, llenar la caja registradora, las cuentas bancarias y comprar dólares; esto último, si es en donde el gobierno los vende baratos mejor. Por eso, aquellos iniciadores del periodismo, metidos en la redacción todo el día, terminaron arruinados y vendiendo su prestigio y herencia cultural a muy bajo precio a los arribistas que aparecieron con el progreso. Aunque estos pudieron resultar sus hijos o nietos.
Por eso el diario se divide entre sensacionalismo, de cualquier tipo, sucesos preferentemente cuando están llenos de lo anterior, descalificar personas o exaltar por conveniencia a aquellos que, alguien una vez, llamó “nulidades engreídas” y vender todo lo que sea vendible; hasta el diario mismo. Y también una falsa imagen de cultos y honorables personajes de los dueños. Por eso forman la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), señores con mucho dinero, hábiles para multiplicarlo y manipular la información y quienes gozan de más prestigio que los escritores consagrados.
De manera que cuando el diario sale a la calle, ya el dueño ha ganado lo suficiente como regalarlo a quienes tendrán que tomarse el arduo trabajo de ojearlo para encontrar alguna poca cosa que le interese. De modo que si lo regala al público ya, de hecho, ha ganado demasiado.
Es falsa su queja de aumento de costo porque el dueño se ha resarcido de varias maneras. La tecnología de hoy, si algo ha conseguido, de lo tanto que ha conseguido, es aliviar costos a los periódicos. En redactores, correctores, etc. La calidad del diario de hoy, en cuanto a su contenido, el nivel de sus materiales, los escritores a cargo suyo, no me refiero a columnistas a quienes nada se les paga, ni las gracias, es insignificante. Por esto hay un ahorro descomunal y una rebaja sustancial en el costo. Si bien es verdad el aumento de la tinta y el papel podría influir en aquél – el costo -, es obvio que editores y dueños se defienden lanzando los diarios a la calle cada día, aparte de carentes de contenido sustancioso, más flacos. Es decir, han disminuido cantidad de papel y tinta. Incluso, proporcionalmente, por la tecnología, cada vez es menor el personal que requieren para hacer el diario.
Pero los dueños de los diarios, que escandalizan con la inflación y aumentos de precios, cuando con ello pueden dañar al gobierno, a este de ahora o alguno de antes al cual ellos no podían aprovechar en su beneficio, callan o son demasiado sutiles cuando no sólo aumentan escandalosamente el precio de su ejemplar que sale a la calle, más cuando se trata de aquellos con muy alta circulación como el que tengo en mente, sino también al aumentar sin misericordia el precio de sus espacios publicitarios que, como ya dijimos, llega a acaparar hasta el setenta por ciento del contenido de su publicación.
Por lo que ganan en publicidad y por el abuso de atrapar al público para que se atragante del contenido mercantil de sus publicaciones, esos diarios deberían regalarse. Si eso hacen, sin duda, los comerciantes dedicados al diarismo ganarían más que suficiente.
Por eso, lo dicho al final, pero más por el contenido de ellos, muchos diarios son “paquetes chilenos”. Pensar que esos esperpentos, se han denominado 4to. Poder y reclaman sus derechos a difamar, mentir y sesgar todo, como si fuesen, como decía mi suegro, “unas santas palomas”.