La vieja Simplicia y su hijo, Jesús "El Ñeco", un buen amigo nuestro a quien todos le decíamos así, justamente por su ñequera al caminar, de la cual nunca supimos la causa, pues que recuerde como que si a nadie se le ocurrió nunca preguntarle por aquello, pues desde el principio lo asumimos del grupo tal como era, se hicieron famosos en el barrio por aquella escena que, con demasiada frecuencia, montaban los dos a vista de todo el mundo.
El Ñeco era mala conducta por demás, hasta donde lo éramos los muchachos de entonces en una plácida ciudad y barrio donde todos éramos amigos y por demás curruñas en todos los sentidos y casi unos santos. Pero, como toda sociedad, entre la gente del barrio había unas normas "inflexibles" que todos debíamos cumplir para ser aceptados, empezando en la casa. A casi todos muy poco nos costaba ajustarnos a ellas, pues, en verdad nada eran exigentes y menos duras, pero "El Ñeco" se salía del montón. Era un empecinado en violar aquellas reglas que no eran sólo para él, pues las que su madre le aplicaba y por las que le exigía cumplimiento eran por lo general las mismas de cada casa y grupo familiar.
Por ejemplo, convirtió en práctica casi habitual fugarse de la escuela dos o tres veces a la semana; falta que, casi ninguno de los demás muchachos, cometía.
Por esta y otras cosas, Doña Simplicia, cuando llegaba al límite por los reclamos del maestro, tomaba a Jesús del brazo izquierdo y con un simple pañuelo de seda le "golpeaba" con la ligereza y suavidad propia del "instrumento de castigo".
En el barrio, para ese momento, por la cultura misma de esas comunidades, sobre toda en la costa oriental, todos sabían que aquella vez, como era de costumbre, "El Ñeco" se había vuelto a fugar de la escuela y Doña Simplicia se sentía obligada a reprenderle y dejar constancia pública de su responsabilidad y alto nivel de exigencia como madre, pero también de solidaridad con el barrio, de manera que esas prácticas no se generalizasen.
A cada momento, porque era casi a cada momento, que se producía aquella escena, "El Ñeco" berreaba y brincaba como si le estuviesen castigando con un fuete de espinos, y por momentos pedía perdón y prometía que aquello no volvería a repetirse, mientras lágrimas corrían por sus mejillas y los mocos hasta bajaban al suelo. Mientras tanto, casi toda la gente del barrio, pues era éste uno pequeño, presenciaba aquel espectáculo bufo y reía, pues era eso, como una verbena o un acto teatral cómico o de la picaresca.
Lo que era rematado cuando la vieja Simplicia, agitada por lo tanto de mover el brazo donde portaba el pañuelo, exclamaba a voz en cuello, con la deliberada intención que todos la escuhasen y supiesen "era una madre exigente y venerable que cuidaba como los demás por la buena conducta de su hijo", quien no tardó mucho en dejar de ir a la escuela definitvamente para convertirse en asiduo visitante de la primera casa de billar que pusieron en el barrio vecino, "por esto es que a mi duele e incomoda castigar a este muchacho, porque cuando la agarro lo mato".
Esta larga frase, pronunciada como con gesto teatral, era parte del mismo ritual que se iniciaba con los estruendosos gritos de El Ñeco, daba por finalizada la comedia que era como premiada con una eenorme carcajada colectiva. Todo estaba tan perfectamente acordado que no había aplausos, sino carcajadas.
Y aquello se repetía una y otra vez y la gente toda del barrio presenciaba y hasta celebraba como si fuese la primera por falta de otras cosas que llamasen la atención, pues la dictadura de Pérez Jiménez había logrado eso, que la gente buscase en qué ocupar su tiempo, distraer su hambre y miseria en cualquier cosa, menos en ponerse a pensar en cosas peligrosas o, como decíamos los cumaneses, a "averiguar por dónde le entra el agua al coco".
Cuando terminaba el acto, el mismo de casi todos los días y la vieja soltaba al muchacho, este moqueando y renqueando se iba hacía un rincón, cambiando pausadamente su rostro por uno sonriente y feliz, como actor de teatro convencido que habíase ganado el afecto y admiración del público. Doña Simplicia, comedida, se retiraba con la cabeza baja y volvía a casa a sus ocupaciones habituales.
Y en efecto, más o menos así era, Doña Simplicia quedó viuda muy joven, con dos hijos. De estos no hacía mucho de cuando sucedía aquello que he contado, la hembra se le murió de mal de rabia. Era la señora de los fundadores del barrio y por todo aquello gozaba de la solidaridad y afecto de todos, como para soportar y hasta celebrar aquel acto como folclórico y repetitivo.
Todos sabemos cómo y de qué manera, Directv, en mayo decidió suspender sus transmisiones en Venezuela. Lo hizo de manera abrupta sin dar ninguna explicación decente a sus usuarios. Y se fue, hasta si se quiere, con la cabuya en la pata, por lo que ya dijimos no cumplió con informar a tiempo y permitirle a cada quien optar por otra opción o irse preparando para cuando aquello llegase. Y lo hizo además la cablera como gesto de solidaridad con las sanciones de Trump, esas mismas que el gobierno denuncia y hasta rechaza hondamente por el daño que nos causan. Es decir, por razones políticas, en un asunto que para nada le incumbe, la cablera optó por suspender el servicio a sus clientela y se fue sin dar explicaciones. Más o menos, la empresa, como "El Ñeco" Jesús, se fugó de la escuela y dejó a todos los clientes esperando. Fue la manera además como los propietarios de la empresa de televisión manifestaron su rechazo al gobierno y solidaridad con un plan subversivo en marcha.
Según la nota periodística, CONATEL en un gesto valiente y hasta en correspondencia con la misma dureza que se asume con los maestros que protestan por el bajo salario, a quienes se les pide renuncien por el solo estar inconformes con el salario, lo que significa para quienes gobiernan estar en contra del gobierno, ha aplicado a Directv por aquel gesto hasta golpista de mayo, una multa de 63 millones 700 mil bolívares. https://www.aporrea.org/medios/n359396.html. Dicho así a cualquiera se le voltean los ojos.
Cuando leí la noticia mi mente voló al barrio Río Viejo, aquel que se atraviesa en el camino hacia La Quinta en Cumaná y ví a doña Simplicia con aquel viejo pañuelo de seda, regalo de su esposo, acariciando las piernas de "El Ñeco" Jesús. Y ví a Directv, sus administradores, propietarios y hasta a gente de la oposión extremista, pegando lecos como aquel carajito que se había fugado otra vez de la escuela. Para al llegar a los espacios de fuera de la escena, empezar a sonríer y mofarse.
Y mientras Conatel agitaba su fuerte multa de 140 dólares pensé en el grave daño que le haría a aquella empresa gringa que eso cobra quizás sólo entre a 3 ó 4 clientes de los miles que tiene y en los gritos de sus dueños y las quejas de la oposición extremista y hasta de Trump por aquella dura, muy dura agresión al bolsillo de la empresa, a la libertad de expresión y a la de hacer negocios al estilo mantequilla. Y en la gente que no se reirá de aquel chiste de mal gusto, sabiendo que se trata de una opereta bufa para intentar engañarle, porque el de mi barrio, como dije al principio, a la vieja Simplicia bien la toleraba por su debilidad y desgracia de su vida.
Hoy el dólar rebasa la cantidad de 450 mil bolívares, lo que incluso hace que la multa en dólares sea hasta inferior a la cifra que arriba anoté, una insignificancia y hasta miseria, por lo que en Directv se reirán a mandíbula batiente. Y por esto, la Ley Antibloqueo, tanta verborrea, un discurso de fería, uno en lugar de reir, como cuando presenciaba la escena de El Ñeco y doña Simplicia, más se siente tentado a explotar de disgusto por malo del chiste.