En un mundo sometido a la lógica capitalista y al control de la información en todos sus aspectos, será algo anormal suponer que existe una comunicación libre; a pesar de los grandes avances tecnológicos y afluencia de redes sociales por doquier. Ello explica, por ejemplo, la ola rusofóbica que se ha extendido por gran parte de Europa y Estados Unidos, a propósito de las acciones militares de Rusia en suelo ucraniano, o los epítetos aplicados al gobierno de Nicolás Maduro, con lo que se buscaría justificar cualquier tipo de medidas en su contra.
Sobre tal tema, se puede citar al intelectual francés Albert Camus cuando señala que «la libertad no consiste en decir cualquier cosa y en multiplicar los periódicos escandalosos, ni en instaurar la dictadura en nombre de una libertad futura. La libertad consiste, en primer lugar, en no mentir. Allí donde prolifere la mentira, la tiranía se anuncia o se perpetúa. Está por construirse la verdad, como el amor, como la inteligencia. Nada es dado ni prometido, pero todo es posible para quien acepta empresa y riesgo. Es esta apuesta la que hay que mantener en esta hora en que nos ahogamos bajo la mentira, en que estamos arrinconados contra la pared. Hay que mantenerla con tranquilidad, pero irreductiblemente, y las puertas se abrirán». Esto, indudablemente, marca una profunda diferencia respecto a la ética y la moral de los grandes medios corporativos, muchos de los cuales mantienen una línea editorial ajena a los intereses populares y están alineados con la preservación del orden establecido.
En la actualidad, el vasto proceso de producción, distribución y recepción de información a escala global oscila entre la verdad o la mentira. Si se opta por la primera, es muy posible que se repita una situación similar a la sufrida por el editor de WikiLeaks, Julian Assange, encarcelado por dar a conocer públicamente documentos militares de Estados Unidos sobre la invasión a Afganistán; o los asesinatos sistemáticos de periodistas en México y Colombia, envueltos en una impunidad que desmerita el Estado de derecho y justicia. La sincronía de las corporaciones transnacionales de la comunicación logra que la opinión pública acepte como verdaderas las mentiras, creando imágenes de personajes (especialmente, políticos) que los hacen ver ya sea de forma negativa o, en otros casos, positiva, dependiendo de cuál es el interés que se persigue y defiende. Como ocurre con el escenario electoral presidencial colombiano.
Con muchos elementos en contra, sin embargo la comunicación alternativa es factible y, de hecho, comenzó a minar y contrarrestar la influencia de los grandes medios tradicionales, obligándolos a utilizar los mismos recursos tecnológicos pero sin los mismos efectos. La información compartida por Internet ha conseguido que muchas personas sean escépticas y se esfuercen por escudriñar la verdad de las cosas. Así, la diversidad y la autonomía observadas entre los movimientos, individualidades o grupos que promueven esta comunicación alternativa podrían incrementar las exigencias democratizadoras que se extienden por todo, incluyendo las limitaciones a la apropiación de datos por parte de Facebook y otras corporaciones transnacionales similares que lucran con las informaciones extraídas de sus millones de usuarios, quienes son víctimas de los algoritmos que censuran sus contenidos, así se refieran a hechos y personajes históricos. Esto último ha hecho que muchos planteen la alternativa de desprenderse de Internet. No obstante, «la complejidad del mundo de hoy - en afirmación de Guiomar Rovira Sancho - obliga a desentrañar que, frente a la datificación de la vida, la resistencia no pasa por desconectarse sino por explotar sus potencias, desenmascarar las trampas de un panóptico digital movido por intereses capitalistas y militares, y tomar las riendas democráticas del ciberespacio común». Quedará en nuestras manos emprender un nuevo tipo de cruzada contra aquellos que, validos de su poder político y económico, pretenden mantener su hegemonía o conformarnos con la realidad que éstos nos impondrían en nombre de la libertad y la democracia; envolviéndonos con la ilusión de una comunicación libre.