Censura viva

Por lo general, con ligeras variantes, la historia se repite y cada momento tiene su dogma, por eso está siempre presente la censura, en formas más o menos radicales a tenor de las contravenciones humanas, para protegerlo. Desde el mundo helénico, donde prosperó el pensamiento plural, hasta la oscuridad del Medievo, que barrió de la escena la libertad de pensar sustituyéndola por la fe, la censura no ha dejado de ejercer su labor, ya fuera en términos suaves o sencillamente bárbaros. La civilización capitalista, sujeta al dogma del dinero. no podía ser una excepción a la tendencia mostrada por quienes disponen del poder, en este caso por la minoría que controla el dinero, y ha puesto en escena su censura. Sin embargo, hay que señalar la habilidad para proclamar libertades, al objeto de camuflarla entre ellas, porque parecería incompatible con la idea de silencio y exclusión, pero convendría dejar claro que se trata de libertades que no atentan contra sus intereses y tienen aplicación solo dentro del cercado.

Se ha venido diciendo que la censura es una práctica exclusiva de los regímenes dictatoriales y, en general, de los países no afiliados a la democracia de papel, pero una vez mejorado ese instrumento de coacción, para no hacerse tan llamativo, resulta que permite ser utilizado sin que a quienes dicen ocuparse de la custodia de las libertades se les vea demasiado el plumero. Si, por hacer una referencia, se pregunta a los adalides de las libertades en este país si hay censura, la respuesta rotundamente negativa, puesto que sería incompatible con la libertad, no dejaría lugar a dudas, aunque esta última solamente sea entendida como un rótulo propagandístico para asentar el negocio político. Ahora, se puede decir lo que se quiera o lo que se pueda, pero el hecho es que la censura, siempre que se imponga el dogma, es necesario que esté presente para evitar excesos y, ante todo, inconveniencias. Hoy, hay que convivir con el dogma capitalista, junto con sus exigencias y su libertad.

Este último concepto de libertad lleva implícita la censura para lo que contraviene el efecto sistema o no está bien visto por el dogma central y los intereses de sus patrocinadores. A cada paso se observa, y debe ser en interés de la seguridad, que a medida que se amplía el campo de esa libertad en el cercado surgen más leyes, y si bien se dice que la ley es la garantía de la libertad, ya no resulta serlo tanto cuando desde la otra cara está diseñada para controlar la libertad. De manera que el argumento anda un poco cojo tan pronto la libertad precisa de acompañamiento legal, y es así porque el tutelaje de la ley protege las libertades, pero también las limita. Esto es lo que viene a suceder, cuando se elaboran, como churros, leyes y leyes para regularlo todo, a fin de establecer garantías para ejercer la libertad siempre dentro de los planteamientos oficiales. El hecho es que con el enjambre legislativo local la discrepancia de la línea oficial trae consigo la sanción, que actúa como censura.

Entre tanta legalidad, diseñada para proteger a la ciudadanía y fundamentalmente ampliar el poder de la clase dirigente, el argumento político que permite establecer la censura habría que verlo objetivamente desde la otra cara de la ley, es decir, desde las verdaderas intenciones e intereses de su promotor, que naturalmente no se recogen claramente en el texto legal, aunque se intuyan. Cuando se mira hacia la mejora de la sociedad en términos de concordia e igualdad, las leyes suelen no ser necesariamente justas, pero sí racionalmente convenientes. Por ejemplo, está de moda la protección legal de los beneficiados por los intereses económicos del sistema, un amplio espectro de personas que se ha situado legalmente por encima de los demás. La protección añadida, parecería apropiada, pero, si se establecen privilegios para determinados personajes, se diga lo que se diga, la racionalidad legal está ausente. Todavía más, resulta que los no privilegiados han de asumir el hecho sin posibilidad de crítica, porque no pueden tocar los fundamentos del privilegio; ya que es legal, con lo que, el que discrepa de las bondades de la ley para la ocasión, debe guardar silencio, bajo amenaza de esa censura multiforme implícita en la ley. No son pocas las leyes que caminan por una senda retorcida estableciendo la paz social sujeta al intereses del negocio mercantil global y los del ejercicio del poder. En el fondo, se mueven no por la razón, sino por las particularidades propias de la casta suprema y las del gobernante de turno. Sacar a la luz ese interés y la racionalidad torticera de fondo estaría excluido, con lo que la libertad de opinión frente a la ley ha sido frenada por la censura a través de la represión. De esta manera los dogmas de actualidad, llevados al terreno de la legalidad, son incuestionables, y frente a ellos no cabe la discrepancia. Es aquí donde reside la censura más enérgica en el modelo actual.

Al objeto de evitar que escape algo del control oficial y sus verdades únicas, los padres de la doctrina, expertos en silogismos de andar por casa, preparan a las gentes con sus enseñanzas doctrinarias en el mismo marco de la libertad en el cercado. Lo que está dentro del circuito es la verdad excluyente, dicen, lo de fuera puro bulo. Su lógica de pacotilla ignora un valor que acaso ofrezca mayor posibilidad de tocar la certeza, como es el escepticismo. Blindados por el mandante, tocados por la pseudociencia y con el auxilio de la tecnología han pasado a ser los herederos de los ideólogos de los censores de antaño, ahora modernizados con un nuevo discurso para alinearse con los mandantes.

En el tratamiento de aquellos temas de pensamiento libre o de simple opinión sin trabas que se quedan al margen de la firmeza de la ley, de la enseñanza programada y de la creencia, allí está presente la actividad mercantil de los medios de difusión comprometidos con el sistema. En este caso también queda claro que la censura sigue viva entre los dedicados a ofertar la vanguardia del progreso mercantil. Menos enérgica, algo más sutil, a veces simplemente burda, no dudan en aplicar la censura mediática a cuanto se opone a sus intereses comerciales; en esos casos, se trata de que la noticia o la opinión no lleguen a ser oídas por los receptores. Los medios de difusión tradicionales, dedicados a explotar el negocio, son más eficientes y directos, lo discordante pasa directamente a la papelera. En cuanto a los medios no tradicionales, diríase buscadores de páginas de internet, redes, robots y similares, dependientes de empresas capitalistas que operan en el mercado a lo grande, no es infrecuente que, aunque publicitados como espacios de libertad, hagan uso de la censura. En este caso en términos casi imperceptibles, e ignoren esto o aquello, generalmente lo no coincidente con los intereses del mandante del negocio, intencionadamente se descoloque o se pierda por el camino. Utilizando unos u otro medios, resulta que el control de la privacidad, de la intimidad y de la opinión es absoluto, no hay atajos, pese a lo que se diga. Disponiendo de tal control, la censura emerge sin dificultad, lo que ha permitido también que internet, como imaginario espacio de libertad, se quede definitivamente en un dicho.

Así resulta que gobernantes con sus leyes, maestros con sus enseñanzas y mercaderes con sus empresas permiten que el dogma, esa verdad doctrinal del poder dominante, sea el único criterio a seguir por los creyentes. Lo inapropiado, lo irreverente, lo irreconciliable con los intereses del sistema, queda excluido, tocado por la eterna censura, porque, pese a tantas libertades, la censura sigue viva.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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