Me contaron que en un evento reciente celebrado en el Teatro La Campiña, artistas y periodistas de RCTV se pusieron a llorar unos, y a gritar otros, porque ellos están acostumbrados a hacer y decir lo que les da la gana, y ahora presienten que la libertad que ellos se ganaron con sus luchas durante muchos años está seriamente amenazada.
Me hubiese gustado escucharlos al menos unos dos minutos. Me dijeron que estuvo de melodrama. Pero, afortunadamente, yo dejé de ver ese canal cuando me di cuenta que Diego de la Vega, el protagonista de la serie de El Zorro, luchaba solamente contra el abuso de poder, y nunca lo hacía en contra de las injustas leyes de Indias. Mientras que Teresa, la vendedora de tamales de la plaza, y su novio Joaquín Castañeda, rebelde y aguerrido, como también lo eran sus seguidores, sólo aparecían en escena como personajes secundarios representados por artistas invitados. ¡Que desilusión! Así no vale Walt.
¿Dónde quedaba mi derecho a la libertad de ver todas las tardes a una Teresa y a un Joaquín luchar por la independencia de México? Cuando era niño, no recuerdo que algún canal tuviese una serie que nos animara a liberarnos del Banco Mundial ni del Fondo Monetario Internacional. Y mucho menos de la Organización Mundial del Comercio, la rata de las ratas. Entonces, ¿para qué me servía el control remoto? Sólo para peleármelo con mis hermanos. Recuerdo que el que llegaba primero, se arrogaba el derecho de seleccionar la basura que nos inoculaban esa tarde.
Entonces, ¿de qué libertad hablan los artistas y periodistas de RCTV? ¿Hasta cuándo se caen a mojones? Aquí nadie es libre. Ni siquiera el Presidente de la República es un ciudadano libre. Nosotros estamos acorralados por un macro sistema mercantil. Vivimos sometidos por una dictadura económica-militar y una hegemonía cultural. La diferencia es que ahora hay más venezolanos y venezolanas luchando para liberarse que hace algunos años atrás. Eso es todo. Pero lo que no me parece justo es que sus jefes de la planta los animen a emplear el término "libertad" para lo que sea. Ya no aguanta más manoseadera.
Dejen la lloradera. Ensériense un poquito, que ya están bastante grandecitos.
Los ayudo a recapacitar. Veamos. Hay muchas maneras de clasificar la libertad, pero vamos a hacerlo de una forma sencilla para que no me dejen el artículo por la mitad. Evaluemos tres: Libertad infantil, libertad de decisión o libre albedrío, y libertad para la autorrealización.
La libertad infantil es la que trató de explicar el filósofo inglés Thomas Hobbes. Pero afortunadamente le salió gallo. El obispo Bramhall le brincó encima. En palabras de Bramhall, Hobbes pensaba que la libertad es aquella que experimentan los niños cuando todavía no tienen uso de razón. Algo así como la libertad del agua cuando fluye a través de un canal. A esta libertad, el obispo Bramrall la llamó la libertad infantil, bruta y ridícula [1]. Por otro lado hablamos de la libertad de decisión. O sea, que nosotros suponemos que tenemos libre albedrío. Somos libres de la determinación instintiva de obrar. Y por último hablamos de libertad para la autorrealización, cuando somos libres de disfrutar la actividad espontánea de nuestra personalidad integrada.
Amigos y amigas de la pantalla chica —los que aún no son fascistas—, estas tres ideas de libertad suelen tomarse en consideración para construir una sociedad dada. Eso si, siempre bajo unas restricciones mínimas para la convivencia. O sea, se trata de libertades sujetas a la ley. Por lo menos hasta que algún día todos seamos hombres nuevos. Cuándo llegue ese día, bastará sólo regirnos por elementales principios éticos.
El capitalismo salvaje, y el capitalismo menos salvaje, se pasean entre la libertad infantil y la libertad de decisión. Esto sólo le permite a la clase media satisfacer los deseos sensoriales y los deseos que la clase rica nos creó desde pequeñitos, con un bombardeo de imágenes, sonidos y frases cortas. Ahora ustedes creen que son felices pero no lo son. Solamente experimentan un sentimiento de satisfacción y viven con muchas expectativas. Pero tras esa fachada de satisfacción y optimismo la gran mayoría de ustedes son infelices. Y no es paja. He visto mujeres artistas de esa planta que visitan una panadería sólo para comprar cuatro cajas de cigarros.
En cambio, el socialismo que queremos construir todos, con ustedes inclusive, debe necesariamente ofrecer la posibilidad y la libertad para la autorrealización. Es la libertad para que todos ustedes puedan ser espontáneos en su ambiente de trabajo sin que sus jefes les pongan mala cara. Una libertad para que puedan realizar una actividad creadora sin copiar modelos extranjeros, y sin que les impongan todos los días lo que tienen que hacer. Pero eso no basta. La felicidad no puede ser plena dentro de una sociedad con privilegiados. Necesario es que todos luchemos por la igualdad social. Libres de explotación. En la lucha nos hacemos más dignos y ganamos libertad, y podremos disfrutar de la felicidad social, porque como lo demostró Kant, el bien de una persona depende del bien común. Entonces, amigos y amigas, no le reclamen al gobierno la libertad para gozar. Eso es importante, pero más importante es luchar por la libertad para ser felices.
¡Ah! Pero ustedes se van a preguntar: ¿Si nosotros nos sentimos bien así, para qué cambiar? ¿Por qué nos van a imponer su forma de libertad por la fuerza?
¡No no! No es eso. Lo que queremos, por un lado, es que ustedes sean felices de verdad, no de a raticos, sino siempre. Vamos a cambiar una felicidad chimba por una felicidad fina. Y por el otro lado, aspiramos que nuestras hermanas y hermanos venezolanos de la clase baja, así como la propia naturaleza, no sean víctimas de la gozadera consumista, del prestigio, y del poder infeliz de las clases media y alta. Y eso se logra, no por la fuerza, sino variando la programación con el propósito de darles la oportunidad de desintoxicarse y transformarse, de autómatas programados para llorar y gritar por nada, a seres humanos con dignidad.
El psicoanalista Erich Fromm, el mismo que escribió El Arte de amar, estudió a fondo la sociedad capitalista desde sus comienzos. En su libro El miedo a la libertad, escrito en 1941, nos cuenta el daño que nos hizo la libertad del capitalismo:
«El individuo llegó a sentirse más sólo y más aislado; se transformó en un instrumento en las manos de fuerzas abrumadoras, exteriores a él; Se volvió un individuo azorado e inseguro. Existían ciertos factores capaces de ayudarlo a superar las manifestaciones ostensibles de su inseguridad subyacente. En primer lugar su yo se sintió respaldado por la posesión de propiedades. Él, como persona, y los bienes de su propiedad, no podían ser separados. Los trajes o la casa de cada hombre eran parte de su yo tanto como su cuerpo. Cuanto menos se sentía "alguien", tanto más necesitaba tener posesiones. Si el individuo no las tenía o las había perdido, carecía de una parte importante de su yo, y hasta cierto punto no era considerado una persona completa, ni por parte de los otros ni de él mismo» [2]
Y agrega:
«Otros factores que respaldaban al ser eran el prestigio y el poder. (...) La admiración de los demás y el poder ejercido sobre ellos se iba a agregar al apoyo proporcionado por la propiedad, sosteniendo al inseguro yo individual» [2].
Fromm es claro. La libertad del capitalismo nos hizo sentir más solos y aislados. Perdimos los vínculos primarios: el contacto con la naturaleza y la familia. Luego se activaron los mecanismos de evasión. Fromm estudió tres: el autoritarismo, la destructividad y la conformidad automática. Este último mecanismo, la conformidad automática, constituye la solución adoptada por la mayoría de los individuos normales de la sociedad moderna. En palabras de Fromm:
«El individuo deja de ser él mismo; adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales, y por lo tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea. La discrepancia entre el "yo" y el mundo desaparece, y con ella el miedo consciente de la soledad y la impotencia. Es un mecanismo que podría compararse con el mimetismo de ciertos animales. Se parecen tanto al ambiente que resulta difícil distinguirlos entre sí» [3].
Con esto el psicoanalista quiere decir que ustedes están trabajando en RCTV sólo porque necesitan huir de la soledad, la inseguridad y la impotencia que tienen de no lograr la paz existencial al margen del sistema.
Por eso queremos construir otra sociedad. Para que ustedes, artistas y periodistas, no tengan que huir sumisos a los brazos de los dueños de los medios, de la misma forma que un ternero cuando se sale del rebaño para descubrir el mundo que lo rodea, se ve pronto forzado a regresar asustado porque perdió la protección.
Ahora sí les puedo decir, amigos y amigas de RCTV, que luchen por la libertad.
[1] The English Works of Thomas Hobbes, by William Molesworth, Bart. Scientia Aalen, 1962. Vol. V, p. 40 y 41.
[2] El Miedo a la Libertad, Erich Fromm. Editorial Paidós. Buenos Aires. Versión y presentación de la versión castellana. Impreso en 1966. Pág. 155.
[3] Ibídem, pág. 224.
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