Soslayemos el como y digamos simplemente que en Venezuela, allá por los albores de la cuarta, una elite privilegiada recibió en concesión las principales frecuencias del espectro radioeléctrico. Desde entonces, el espacio con mayor potencial educativo de nuestro tiempo ha sido malversado por concesionarias dedicadas a la obtención de groseras ganancias mediante la transmisión de contenidos deformantes que atentan contra nuestra soberanía, autoestima e identidad.
El caballo de Troya “entretiene” a la audiencia en horario estelar con enlatados extranjeros en los que subyace el estereotipo de la dependencia a centros dominantes del poder trasnacional.
El resto de la programación es producto del plagio sistemático a propuestas y estilos foráneos; le llaman con orgullo Producción Nacional, pero está muy distante de ser cualquiera de las dos cosas. Lo cierto es que generaciones enteras de venezolanos han crecido bajo el signo negativo de una televisión antipedagógica, promotora de los antivalores de la sociedad materialista de consumo. Todo esto con el único objetivo ideológico de multiplicar ganancias a la sombra del monopolio hertziano.
En el campo de la actuación, el legado está a la vista en las caras bonitas del momento; fríos modelos de papel y silicona son incapaces de aprender un parlamento en ocasión de dormir o despertar maquillados.
Las operadoras han violado invariablemente el derecho colectivo a recibir información oportuna y veraz, subordinando la Comunicación Social al manejo de matrices de opinión pública creadas en laboratorios alineados a Washington.
Los espacios de opinión están al servicio de la conspiración mediática, convertidos en agentes de propaganda en contra de las instituciones del poder popular.
En cuanto a la publicidad, debemos reconocer el elevado nivel de desarrollo alcanzado por el mejor vendedor de ilusiones.
En fin, tan venezolano como un carro japonés ensamblado en Guacara, es este negocio redondo que enriquece solo a propietarios y amanuenses.
Entre tanto, la vulgaridad sigue desplazando al conocimiento en la pantalla; nadie recuerda en que momento esta larga cadena continuada de delitos cometidos por la televisión que tenemos y padecemos por más de medio siglo, se convirtió en un derecho divino amparado en la libertad de expresión de unos pocos.
Soslayemos el como y digamos simplemente que en Venezuela, llegó la hora de rescatar el potencial educativo y cultural del espacio radioeléctrico.
Solo para hacer verdadera televisión al servicio del interés social.
cordovatofano@hotmail.com