Una franja del chavismo pensaba que el caso RCTV podía resolverse por la vía del diálogo. Este cronista nunca se cerró a lo que se denomina “salida política”. Sin embargo, la idea de que “siempre se puede conversar”, se difuminaba apenas se sintonizaba el canal de Quinta Crespo. Los bolivarianos propensos al diálogo, cuando prendía el televisor y oían desde la planta todo tipo de epítetos contra el presidente de la República, siendo el de “hampón” el más suave, exclamaban en el acto: ¡Que cierren esa vaina!
Luego de la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, creemos que la arrogancia perdió al magnate. La soberbia y un error de cálculo (uno por lo otro) lo perdieron. Los asesores del empresario pensaron que se podía repetir el escenario de PDVSA en 2002. Olvidaron que se trata de dos empresas de naturaleza y dimensión distintas. PDVSA es de todos los venezolanos; el canal de Bárcenas, no. En aquel año, además, la fuerza de la oposición estaba intacta; en 2007, viene de una cadena de derrotas (electoral, militar, paramilitar, subversiva, guarimbera, de masas y económica).
En aquel entonces, el poder mediático era un solo frente. Hoy día, la realidad es otra. También la oposición partidista estaba galvanizada en la llamada Coordinadora Democrática. Hoy es un archipiélago de partidos y grupos desmembrados, algunos divididos internamente (Primero Justicia, AD, etc.). Las Fedecámaras y CTV de aquel año del golpe y el sabotaje petrolero, tenían fuerza interna y prestigio internacional. Hoy, ni lo uno ni lo otro.
Sin embargo, el grupo más recalcitrante de la oposición le hizo creer al mediocre empresario mediático que era otra la realidad o que podían torcerla a su capricho. Al igual que llevaron a los militares de Altamira a un patético desgaste y a los meritócratas del petróleo a un torpe, lento, largo y costoso suicidio laboral, de nuevo consiguen quien les haga caso y, frente al precipicio, estar dispuesto a dar un paso al frente.
El mandamás (al menos públicamente) de RCTV, de ninguna manera fue sumisamente nariceado por la derecha y sus consejeros. Aquí aplica el refrán del niño que llora y la madre que lo pellizca. Una vez más Granier estuvo convencido de que se daba la posibilidad de tumbar a Chávez. Y decidió jugarse a Rosalinda. En 2002, azuzó y dirigió pero no arriesgó. En esta oportunidad, su bolsa estaba sobre la mesa. Aunque la bolsa, vale decirlo, es de propiedad compartida. Logró convencer a sus socios de tener un abanico de ases de oro. Para él, todo estaba de anteojito, como lo estuvo en 2002 y miren lo que pasó. Pero aquel año ya era historia y olvido.
Encuestas por encargo, giras internacionales, lobby planetario, actos nacionales y bombardeo publicitario se activaron en función de hacer del 27 de mayo otro 11 de abril pero con distinto desenlace. La calle no se calentó y, peor aun, ni siquiera llegó a entibiarse. Las caravanas como las marchas resultaban exiguas, pobres. Se intentó recordar interesadamente los años gloriosos con Renny Ottolina y el remedio resultó peor. La hija del animador recordó que ese canal despojó a su padre de su concesión. Reaparecieron artistas otrora maltratados, ofendidos y humillados. Cuántas viejas facturas sin honrar rodaban por allí. Aquella consigna, “prohibido olvidar”, se hizo realidad pero revertida.
Sin doblegarse, sin inclinar un ápice la dignidad, hubo oportunidad de buscar la vía del diálogo. Pero la opción de aprovechar la coyuntura para derrocar al gobierno era una manzana demasiado tentadora, tanto como engañosa. La sensatez sucumbió a los cantos de ballenas. Y frente al acantalilado, la soberbia optó por el paso al frente.
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