Todo empezó cuando alguien pretendió que la condición de periodista nos hace iguales personas…
Se dejaron llevar por lo modosito del sujeto y lo “equilibradito”; lo modosito en su “niñobuenismo: su síndrome de quererle caer bien a los mayores (y hacia ese segmento de la audiencia apuntó siempre – la adoración de los pensionados del este...). Y su apariencia de equilibradito la usó para ocultar su verdadera naturaleza de equilibrista, manteniéndose en la cuerda a punta de maniobras, pero siempre empujado hacia abajo por la fuerza gravitacional de la verdad, que lleva las cosas al piso, con el justo peso de la realidad.
William se vistió indebidamente para la ocasión; su indumentaria deportiva no le cuadraba a su acartonamiento natural, aunque si estuvo a tono con el inelegante rechazo del premio. Al menos en eso fue congruente.
Lo más recomendable en estos casos es darle el justo valor al impasse, una malacrianza pública no amerita mayor aspaviento, sobre todo viniendo de un periodista al que las circunstancias pusieron contra la pared “quien no esté conmigo es mi enemigo”, Bush dixit y Ravell asiente. William, va a seguir saliendo por televisión.
Alguien se dejó engañar por sus deseos conciliatorios y esa vaína camaradas sólo cuadra a los verdaderos cristianos – se resisten a aceptar que esos tipejos son unos soberbios que se los está llevando el diablo.
La jugada fue mala, como tantas otras de los escuálidos; si William hubiese seguido operando bajo el manto del periodista decente, quizá hubiese logrado pescar algunas conciencias más de las filas del chavismo. Hubiese seguido metiendo el engaño “dobladito”, pero ya no podrá seguir siendo así – sus jefes lo quemaron y de ahora en adelante William será lo que siempre quiso ocultar: un escuálido más.
Gracias a dios el nombre de Aquiles Nazoa, asignado a ese premio ha quedado a salvo, así como su invalorable condición de humorista auténtico, siempre tan alejado del ridículo
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