Me encontraba en Margarita y me dije: “es una posición que respeto”. Sin embargo, al enterarme de que el premiado también trabaja para el gobierno de Estados Unidos, ya su actitud no me pareció un simple desplante. En unas dos ocasiones asistí al programa de Echeverría por considerarlo un periodista equilibrado. Pensaba que era una excepción dentro de Globovisión, sólo para comprobar que el pensamiento único en esa empresa no perdona un momento de equilibrio, mucho menos de locura. Allí se puede hacer cualquier cosa, menos “quijotear”.
Por esos días, George Bush había ordenado aumentar los recursos de la Voz de América para fortalecer sus emisiones hacia Venezuela y Cuba, con el fin de arreciar la campaña contra ambos países. En este contexto, siendo o habiendo sido Echeverría corresponsal de la Voz de América, mal podría aceptar un premio de un ente gubernamental del país que su emisora se propone atacar. En este sentido debemos reconocer su congruencia ideológica.
La incoherencia resalta cuando intenta disfrazar su fidelidad hacia la empresa extranjera oficial a la que sirve, como un acto quijotesco. Echeverría, agraciado además con un derecho de palabra, leyó supuestas violaciones a la libertad de expresión por parte del gobierno venezolano. Ay, Sancho amigo, el funcionario de la Voz de América no ve la viga en el ojo del gobierno foráneo para el que trabaja y evoca al Quijote en un ejercicio de ignorancia o de calculada hipocresía.
“No nos dejan quijotear”, machaca el corresponsal de la Voz de los Estados Unidos. ¿Cómo quijotear sobre los 700 mil iraquíes asesinados por el gobierno invasor al que usted sirve en Venezuela? ¿Cómo pasar por ingenioso hidalgo y no criticar la censura que imponen a los reporteros que cubren aquella guerra? ¿Sabe usted de la periodista que fue a la cárcel por no revelar su fuente? ¿Aceptaría el verdadero Quijote los dólares del imperio que más ha conculcado la libertad en todo el mundo?
Es obvio que si Echeverría leyó El Quijote, lo está confundiendo con el Tío Sam por alguna extraña indigestión literaria o mercantil. Tuve en suerte y privilegio ser amigo hasta su último suspiro de Aníbal Nazoa, epónimo del premio que Echeverría despreciara. Por supuesto que el escupitajo lo recibí como un carajazo innoble. Pero luego, agradecí el rechazo.
La revolución se equivocó al premiar, acaso por falta de información, a un empleado del gobierno de Estados Unidos. Pero el funcionario de la Voz de América, con su rechazo, le dejó una lección indeleble a la joven revolución. En cuanto a la afrenta de Echeverría contra Aníbal Nazoa, la misma no lo alcanza. Los verdaderos Quijotes, como nuestro querido y genial Aníbal, están demasiado distantes de los discípulos de Clark Kent y pregoneros supernumerarios del Tío Sam.