El derecho ciudadano es un arma para las nuevas épocas. Sobre todo, el derecho de proteger nuestra psiquis colectiva de los medios masivos que obnubilan nuestro horizonte. Hoy, cuando se enarbolan nuevos procesos emancipatorios, lo alternativo tiene mucho que ver con la construcción de un modelo civilizatorio diferente al actual. Se busca vislumbrar una racionalidad distinta que, con el visto bueno del corazón, construya un nuevo humanismo.
El encuentro de los que dicen, levanta el paradigma de la comunicación, vista como alternativa, para crear espacios de expresión y correspondencia entre los grupos avanzados que libran discusiones sobre las grandes interrogantes de estos momentos de transición. La lucha, en estos tiempos, también tiene mucho que ver con el hacer.
No estamos solos, lo que aquí pensamos también lo piensan y padecen diferentes grupos en diversos lugares del planeta. La necesidad hace al parto y la coincidencia no es gratuita cuando existe una piel sensible que sigue creyendo en la humanidad. Siempre lo externo ha tenido un peso.
El eco, la resonancia han sido elementos que vienen enriqueciendo las luchas. Por una referencia, podrían llegar a nosotros las más variadas opiniones que retroalimentan una idea en un nuevo plano de los juntos que se unen en búsquedas afines. Al ubicarse los intereses comunes en la afirmación del hombre, a un proyecto de vida contra un proyecto de muerte, las manifestaciones de resistencia y de solidaridad se evidencian.
Bajo estas premisas se busca una síntesis entre lo universal y lo particular. En estos encuentros está intrínseca la capacidad para hacer de lo cotidiano lo trascendente y donde el simbolismo es fundamental para despertar y rescatar una memoria colectiva arrinconada y entumecida por la experiencia neoliberal. El rescate de la memoria histórica nacional es una de las formas estilísticas para refundar, pues la eternidad constituye un rasgo intrínseco de los héroes.
Hay una total revisión del estilo y los métodos de comunicación. Las colectividades toman más en serio a quienes le hablaban de política irreverentemente y con humor que a quienes ponen caras de serios y se visten seriamente para hablar en un lenguaje político que pocos escuchan y en que menos aún creen. El nuevo discurso político revolucionario creíble apela a la poesía y al chiste, a la epístola afectiva, al juego de palabras y a la metáfora. Frente a él, la vieja clase política se encuentra desarmada. Su aprendizaje formal no los capacitó para dialogar con la sociedad sino entre ellos mismos. Los grupos emergentes politizan el lenguaje de la sociedad y sus contenidos simbólicos e históricos ocurriendo una desritualización de la política al burlarse de sus formas consagradas. Comunicacionalmente la revolución deja de ser imaginada bajo los patrones del realismo socialista y deviene en una fiesta carnavalesca, más cerca de la representación popular.
Se ejercita una retórica del pasado para afirmar el presente. Un llamado a fundirse intentando ser los espejos “del Otro”: llegar al corazón y ver que no hay gente especial. Somos hombres y mujeres simples y ordinarios. Se intenta crear el alargado navegar de una inquieta imagen que venga a reflejarse en el multiplicado vuelo de un pensamiento, para irse rebotando hasta posarse en el hálito de lo humano, recordando el agrandado sentimiento de una esperanza que se renueva. Es el hacerse oír de los sueños.
No se trata de reunirnos para hacer un nuevo esquema que tranquilice y que alivie la angustia por la falta de recetas, o una teorización de la utopía para que siga manteniendo su prudente distancia de la realidad que nos angustia. Tampoco construir aparatos y organigramas que nos aseguren a todos un puesto, un cargo o un nombre. Se busca el eco, el de nosotros mismos, la imagen reflejada de lo posible y olvidado: la posibilidad y necesidad de hablar y escuchar. No el eco que se apaga paulatinamente o la fuerza que decrece después de un punto más alto. Es el eco que rompe y continúa. El eco de lo propio pequeño, lo local y lo particular, reverberando en el eco de lo propio grande. Mostrando lo posible, para que otros continúen. El eco que reconozca la existencia del otro y no se encime o intente enmudecerlo. El eco que reproduzca el propio sonido y se abra al sonido del otro. El eco de la voz crítica transformándose y renovándose en otras voces. Un eco que se convierte en muchas voces, en una red de voces, conociéndose igual en su aspiración a escuchar y hacerse escuchar, reconociéndose diferente en las tonalidades y niveles de las voces que la forman. Una red que abra y ayude a resistir la muerte que nos promete el mercado. Una utopía que se abre para incorporar lo mejor que nace y crece. Espejo de voces, el mundo en el que los sonidos puedan ser escuchados separados, reconociendo su especificidad, el mundo en el que los sonidos puedan incluirse en un solo gran sonido. Es descubrir que hay otro mundo, más solidario, más cercano.
Construir relaciones cuya principal característica es que nadie venga a decir cómo hay que hacer. Quizás es crear espacios de encuentro, no de acuerdo. No se trata de hacer un acuerdo para homogeneizar el pensamiento. Cada cual es cada cual. Se reconocen, se entienden, vienen, dan, reciben y se van. Es conectarse porque hay mucha gente sintonizada en la misma frecuencia, pero nadie hasta ahora encendía la radio. La metáfora es de frecuencia, de sintonización, de vibraciones, de ecos. Una dignidad de los juntos que resuene. Vibrando desencadenará vibraciones en otras dignidades. Una resonancia sin estructura, o una estructura horizontal de redes en redes.
Se trata de intentar un reencantamiento de la utopía con rasgos originarios. Es un esfuerzo, una intuición, una voluntad de luchar para cambiar, pero cambiarlo todo de verdad, incluso a nosotros mismos. Nos anima una creencia en el ser humano y en su capacidad de búsqueda infatigable por ser un poco mejor cada día. Reunirnos para reflexionar sobre lo que podría ser una nueva cultura política. Buscando deconstruir el lenguaje tradicional de la izquierda al hablarle al El lado humano que va más allá del maniqueo del bueno y el malo: Avanzar oyendo, potenciando no sólo al colectivo sino también al individuo.
Todo esto tiene que ver con un vínculo básico: se han desdibujado las rancias certezas, las viejas formas de luchas. Son tiempos de grandes preguntas y nos provoca contestar estos exámenes acompañaditos. Recuperar el sentido en común, un hueco para la convivencia y el intercambio de experiencias. Su racionalidad profunda es esparcir el poder para que haga el menor daño; tender puentes y hacerse puentes. Unidad en la diversidad y reconocimiento a la palabra y la acción que son proceso y no fin.
No se trata de hacer doctrinas sino volver realidad esa maravillosa frase de Marx que indica: “La crítica radical es aquella que toma las cosas por su raíz. Y para el hombre su raíz es el hombre mismo”. Cuando todos se reconozcan entre sí como seres humanos que enfrentan un enemigo común. Cuando el reconocimiento del “otro” es una necesidad para uno mismo, cada cual con su historia, cultura y referencias propias. Entonces, necesario será, descubrir estas realidades, darlas a conocer, crear espacios físicos (periódicos, radios, sitios de Internet, lugares y ocasiones de encuentro, etc.) donde éstos puedan encontrarse, salir del olvido y el aislamiento. Una red para recoger y amplificar la denuncia, recibir y difundir informaciones y experiencias, solicitar y dar apoyos, acumular y concentrar las fuerzas para golpear juntos, sin otros vínculos que la honestidad en este intento común. No es necesario conquistar el mundo; es necesario que lo hagamos de nuevo: andando, reuniéndonos, comunicándonos, preguntando, soñando. Eso no es más fácil; es, al contrario, es lo más difícil, porque hacer de nuevo el mundo implica que nos hagamos de nuevo también a nosotros mismos. Pero si seguimos este camino juntos (solos no podemos crearlo) podemos ir forjando, al mismo tiempo, distintos pedazos del mundo que queremos. Luego, ya se verá cómo ensamblamos.
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