La libertad de expresión que tanto dicen defender los medios de comunicación venezolanos no puede desligarse de ninguna manera del derecho de la ciudadanía a estar informada. Una cosa y la otra van de la mano. Pero aquí, donde la gente que simpatiza con el Gobierno tiene que andar clandestina y hablar en voz baja por temor a la agresión y a la exclusión mientras que los otros se expresan a sus anchas y viven denunciando fantasmas, pasa que la prensa informa lo que le conviene decir.
Dos apagones mediáticos se han producido en lo que va de mes, ambos relacionados con la revelación de los planes de magnicidio que estaban fraguando un grupo de militares y civiles. Ya escribimos sobre el primer silencio impuesto ante la grave denuncia. Esta semana ocurrió el segundo. Se incautó un cañón capaz de tumbar un avión en el aire, detuvieron a dos personas y, salvo Panorama, nadie publicó nada en primera página. Debe ser que consideran que es un hecho común, nada noticioso, que alguien tenga un cañón en su casa.
Ante la segunda bazuca hallada en Maripérez reaccionaron con el cuento de siempre: es un show de Chávez para distraer la atención del caso del maletín. Claro, en su concepción bizarra de la información, el fulano maletín es más noticioso que el hecho de que hay planes comprobados contra la vida del Presidente.
Vuelvo a preguntarme si el silencio es frustración porque se develó la conspiración o porque algunos de ellos están involucrados en el penoso asunto.
Lo cierto es que hay más de 33 personas presas. Todas ellas han confesado su participación en el plan. Ahí están las grabaciones que revelan detalles, formas para llevar a cabo el asunto. Ahí están los cañones. Ahí están los celulares de los hombres que tenían el cañón en Maracaibo y en donde están grabados los números telefónicos de las personas que se comunicaban con ellos. Menudo notición hay en esos aparaticos, con la mafia zuliana y su crema y nata involucrada allí.
Ellos se saben descubiertos, pero siguen haciendo creer que es mentira, y al maletín le irán sembrando cada vez más y más infundios para que la bomba no les explote en la cara, como probablemente va a suceder.
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