Hay una diferencia radical entre los periódicos metropolitanos y los de este lado del mundo, que algunos llaman tercero.
Comencé a aprender inglés del modo menos didáctico, tratando de leer la revista Time, con un diccionario. No es que no se pueda, sino que el inglés de esa revista es demasiado rebuscado para un principiante. Pasé más trabajo que Anita La Huerfanita. Me hizo bien de todos modos, pues me puso en condiciones de leer prácticamente cualquier cosa. Es una revista difícil, culta y conservadora, pero no embustera. Jamás me habla de muertos en la refinería El Palito, que luego gozan de buena salud, o de cuadros de Reverón comprados por Jesse Chacón, información desmentida inmediatamente por la misma periodista.
Como dije hace unos días, los individuos no llegan socialmente sino hasta donde su sociedad los deja. Si no hubiese bobos que leen esos periódicos, pues no llegarían a esos exabruptos, como el supuesto piloto presidencial que trasegaba guerrilleros entre Colombia y Venezuela o el falso chofer que “informó” de campos de entrenamiento guerrillero, que luego se desmintió y llegó a admitir que le pagaron para decir eso.
La revista Time o The New York Times o The Washington Post jamás me mienten deliberadamente y cuando mienten es por accidente, se desmienten de inmediato, aplican sanciones al engañador y sus directivos renuncian o son destituidos, como el Director de El Espectador, que dirigió la mencionada información del supuesto piloto. No solo vino a Caracas a disculparse sino que no se había bajado del avión en Bogotá cuando ya estaba despedido.
Ahora resulta que las computadoras que el gobierno colombiano dijo que eran de Raúl Reyes no contenían correos electrónicos. Es decir, que ese gobierno y los medios que le hacen eco estuvieron mintiéndonos deliberadamente. Y ahora Bush, antes de irse, admite que nunca hubo armas de destrucción masiva en Iraq. Perdón, creí que era Margot.
Porque un periódico vende credibilidad, como un frutero frutas. Si un frutero ofrece frutas podridas, la famosa mano invisible lo arruina. Así pasa con una publicación abiertamente embaucadora, pues los lectores la abandonan. Pero, claro, eso lo hacen solo los lectores inteligentes.