Le tengo terror a las montañas rusas. Cuando era una pava me subí en algunas de ellas solo para sufrir como una desgraciada. Mientras hacía la cola me inventaba excusas que no fueran demasiado ridículas para irme lejos de aquel pavoroso aparato, pero siempre había un niñito de ocho años delante de mi que me hacía pensar que mi miedo era muy tonto. Por culpa del niñito terminaba gritando desesperada al borde de una de esas caídas planificadas para que la muerte te pase cerquita pero que no te lleve.
Nunca entendí por qué proliferan ese tipo de atracciones y mucho menos cómo es posible que existan clubs de montañas rusas, cuyos miembros, tras una confesa adicción al pavor, se dedican en cuerpo y nauseas a lanzarse por empinadas bajadas de hierro, a veces colgando patas arriba, a veces colgando patas abajo, siempre con las manos en alto y las caras desfiguradas por la fuerza de gravedad y el terror.
El último alarido en tecnología montaña-rusística son las de realidad virtual: Unos aparatos que parecen salas de cine, donde uno se sienta en una silla que te sacude de un lado al otro mientras, en una pantalla de 360 grados, te proyectan caídas infernales, espirales vomitivas y todo tipo de piruetas imposibles. Uno las siente, las padece, pero no están pasando sino en el mundo virtual.
En Venezuela contamos con algunas pavorosas montañitas de feria de pueblo que por viejas y oxidadas son las más temibles, pero no tenemos esas montañas rusas de última generación. A falta de éstas últimas tenemos a Globovisión que, a punta de sembrar el pánico, ha logrado agrupar un club de globovidentes quienes, cual sus pares montaña ruseros de otros países, terminan haciéndose adictos a la zozobra.
Globovisión Virtual Reality Productions es una empresa que ha perfeccionado el marketing del terror a través de una montaña rusa que debería figurar en el libro Guinness por ser la más larga del mundo.
El recorrido de esta atracción puede durar tanto tiempo como se tenga sintonizado este canal de realidad virtual. Dicha ¿atracción? tiene unas particularidades que la hacen única: Los pasajeros se sientan a espaldas del país, no llevan ningún tipo de cinturón de seguridad, suben por la cuesta eterna del chavismo mientras una seductora voz les narra lo que les espera más adelante:
La primera bajada que no termina de llegar es la más pavorosa porque en ella te quitarán a tus hijos y los mandarán a Cuba para que aprendan a odiarte. Inmediatamente entrarás en el triple tirabuzón de de la quiebra de PDVSA y la subsecuente crisis económica. En una curva cerradísima más adelante te expropiaran tu apartamento de playa y aún cuando no te has repuesto, vendrá una bajadota donde te meterán a tres familias cubanas en tu casa. Subidas, bajadas y más espirales llenas de epidemias, catástrofes de todo tipo, violaciones a los derechos humanos, genocidios, pollos radioactivos de Bielorrusia, confiscación de las tus cuentas bancarias, bombillos espías made in Cuba, hambre, señales divinas de que vamos por el sendero del mal, ¡Tembló! ¿No te lo dije?, rechazo de la comunidad internacional, aislamiento, qué pena con ese señor…
Los más adictos a la zozobra llevan diez años agarrados a su sofá mientras éste se zarandea al ritmo de la voz de Nitu, Leopoldo, Kiko y cuanta pavita linda con cara de vampira puedan contratar.
Es tal la adicción al pavor de los globovidentes que terminan clamando, mientras caen al vacío sin caer, que vengan los marines, que nos invadan, que viva el fósforo blanco que solo mata a negros, que preferimos ser Faluya, por favor, help us please!…
Y pensar que su terror se acabaría apagando el televisor.
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