La clase obrera no baila en la mesa

La mesa de la “unidad democrática” no fue muy democrática con la clase obrera, o más propiamente, con los sindicalistas profesionales que militan en sus filas. Este sector también fue excluido a la hora de repartir candidaturas para la Asamblea Nacional. En los circuitos como en las listas, los trabajadores brillan por su ausencia.

Los repartidores de la mesa –Aveledo, Ramos Allup, Borges- ya se habían despachado a los estudiantes manitos blancas, a pesar del berrinche del mozo Goicoechea y otros mancebos defenestrados. Con los sindicalistas harían otro tanto, sin molestarse siquiera en dar alguna explicación, aunque sea por no dejar o por fingida cortesía. Nada.

La discriminación opositora contra sus propios dirigentes laborales nos trajo a la memoria la vieja película de Elio Pietri, titulada “La clase obrera va al paraíso”. Sólo que en el caso venezolano, a los trabajadores antichavistas no se les dio ni siquiera la opción del purgatorio. Sencilla y tajantemente se les invisibilizó del panorama electoral y se les negó el camino de septiembre. No van al paraíso ni a las elecciones.

Del mundo sindical viene Froilán Barrios. Fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. Luego representó al sector sindical en cuanta cosa se metió la oposición: paro y golpe del 11-A, toma de plaza Altamira, sabotaje petrolero y abstención electoral. Se unió a los espiritistas que intentaron en vano resucitar el cadáver de la CTV. Ahora Froilán protesta porque los dueños de la mesa de la unidad opositora lo dejaron por fuera, al igual que a sus compañeros de clase. ¿Qué pasó allí: lucha o prejuicio de clase? A lo mejor, un poco de ambas cosas.

No es la primera vez que la oposición, en un escenario golpista o electoral, usa primero y desecha después a los sindicalistas. Carlos Ortega y Manuel Cova lo padecieron en abril de 2002. El primero se presumía vicepresidente de la República luego de la pírrica victoria del 11-A, pero sólo consiguió el desprecio sordo del empresario Pedro Carmona Estanga. Los cetevistas no entendían, como dice la canción de Joan Manuel Serrat, que arriba en el barrio se acabó la fiesta. Y cada quien es cada cual.

Ni Carlos Ortega ayer, después del golpe, ni Froilán Barrios hoy, luego de la repartición de circuitos y listas, van para el baile. La clase sindical opositora, en su búsqueda del paraíso, sólo ha encontrado la exclusión. Esta cruda realidad la emparenta con un sector que viene de otra clase social: los niños manos blancas. En la mesa de la unidad democrática no encontraron cabida sindicalistas ni estudiantes.

Septiembre es un mes lejano para gestores sindicales y mancebos. Los partidos de la Cuarta República, a la hora de repartir, no se dejan llevar por sentimentalismos. Es cierto que los dirigentes laborales opositores se la jugaron durante el sabotaje petrolero; también es verdad que los chicos manos blancas incendiaron parques y chaguaramos, pero “ni nosotros se lo pedimos, ni nadie los obligó”, ripostan los viejos políticos que se vienen repartiendo el país desde el pacto de Punto Fijo.

La engreída “sociedad civil” fue enviada de paseo. A los alumnos de las protestas blancas, después de utilizarlos, los mandaron a madurar. Y a la clase sindical no la invitaron a sentarse a la mesa. AD, Un Nuevo Tiempo, Copei, Primero Justicia y Proyecto Venezuela buscan el paraíso con su propia gente, sin pegostes. El que tenga cerebro, que entienda.

earlejh@hotmail.com


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

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