(ENSARTAOS.COM.VE) Rezumando incontenible odio hacia el chavismo, Antonio García Ponce acaba de publicar su último libro “Sangre, Locura y fantasía. La guerrilla de los 60” (de la editorial del titiritero Fausto Masó, Libros Marcados, noviembre 2009), prácticamente otra inmoral y monocorde requisitoria contra el Presidente Chávez.
Alguien podría escribir un abultado diccionario de venezolanos que fueron ultra-izquierdistas y que acabaron adorando a los marines: empezando por Rómulo Betancourt. En la lista a vuelo de pájaro podemos incluir al Pompeyo Márquez, Luben y Teodoro Petkoff, Gloria Cuenca, Ángela Zago, casi toda gente que estuvo en la Dirección del MAS; mucha gente del MIR: Américo Martí, Domingo Alberto Rangel, etc.
Pareciera que don Antonio García Ponce culpa a Chávez de la era de violencia, horrible represión y asesinatos políticos de la década de los sesenta y setenta.
En un arrebato de histérico antichavismo, cuando recordaba la convulsión de los movimientos de izquierda en Venezuela, don Antonio de pronto lanza una serie de escupitajos contra "los descerebrados, nonatos, contrahechos, monstruos de circo, babiecas, bufones... detrás de un teniente sirvientero y mendaz que cambió su aspiración de llegar al Hall de la Fama en Corperstown por subir al Chimborazo y desde allí decir: 'Me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo dominó la tierra con mis plantas; llego al eterno con mis manos'." (p. 157)
Cursi, coño.
Antonio, Servando y Guillermo García Ponce, tres conocidos hermanos comunistas, de la época de los 60, a los que en la Juventud Comunista, seguíamos con admiración y con fervor revolucionario.
GUERRILLA Y VIOLENCIA
Argenis Rodríguez fue el hombre que más conoció la guerrilla venezolana de los 60 y 70, su locura y debacle, las traiciones que allí se tejieron y la catástrofe que llevó a la mayoría de sus integrantes a volverse tipos de derecha. Argenis fue el único escritor que subió a las montañas y se unió al pelotón del Comandante Pablo, Juan Vicente Cabezas.
Don Antonio García Ponce, apenas si nombra a Argenis dos veces en su trabajo y de manera muy escueta y vacilante.
Argenis refiere que “el primer día que se fundaron las guerrillas, las traicionaron”. Es decir, fueron hechas ex profeso para que fuese exterminada lo mejor de la juventud venezolana del siglo XX. Uno de los crímenes más monstruosos de América Latina.
Ríos de sangre corrieron por toda Venezuela, miles de muertos se llevó aquellas matanzas provocadas desde el gobierno en connivencia con líderes que se hacía pasar por izquierdistas; miles de hogares destruidos, miles de seres que acabaron desquiciados en manicomios o destrozados sin remedio deambulando como fantasmas por las ciudades, por los pueblos.
Refiere Argenis: “muchos jóvenes en aquella época fueron incitados a cometer asesinatos en las personas de los policías. Este drama de esos muchachos es un caso desastroso. Los "revolucionarios" como Teodoro Petkoff ordenaron asesinar policías y luego dejaron a sus subordinados a su propia suerte. Ahora esos muchachos se hicieron asesinos, no políticos. ¿De quién era la culpa? De sus jefes "revolucionarios" que en la actualidad estaban legales y olvidados de todo. Esto ya es una traición. Y de las más grandes. ¿Quién confiará de aquí en adelante en los "revolucionarios" venezolanos?”
Añade Argenis que al comienzo de la lucha armada existieron varios grupos que se decían independientes. Demás está decir que esos grupos fracasaron y fueron absorbidos por el MIR y el PCV. Pero en aquellos grupos se cometieron errores garrafales. Y entre ellos mismos se engañaban. No era de extrañar que un grupo mandase a comprar unas armas a través de otro grupo y entonces el intermediario comprara las armas a un precio y se las entregara al primero a otro precio. Aquí ya hay traición. Luego venía la desconfianza y las amenazas de muerte.
Decía Argenis, a principio del los 70: “Yo he sido el único escritor de la América Latina que ha sido guerrillero. Y estos tipos que jamás supieron nada de guerrillas se erigen en jueces. Son izquierdistas para vender libros. Trafican con el izquierdismo. Se dicen revolucionarios y viven en Europa, gordos, apestosos y aburguesados. Mientras tanto los guerrilleros se mueren y éstos por aquí venden revolución como un producto. La venden en forma de libros. El Vargas Llosa, el Cortazar, el García Márquez. Y en Venezuela los comunistas, fundadores de las guerrillas, ahora son diputados, senadores, abogados de los gobernadores y los primeros que salen a condenar cualquier manifestación estudiantil u obrera. Iguales son estos escritores de izquierda. Unos se matan para que "los escritores revolucionarios" vendan los cadáveres.”
En dos de sus libros que aparecieron en España, Argenis desarrolló el tema de la violencia entre 1960-63: “ENTRE LAS BREÑAS y “GRITANDO SU AGONÍA”. Allí narra la corrupción en los medios dirigentes. “Porque ese tiempo fue eso: un tiempo de la violencia y de la corrupción. Pero también de la cobardía, de la deserción y de la traición”, dijo él.
“Porque si yo dijera ahora mismo que las guerrillas en el mismo momento en que fueron fundadas fueron traicionadas, nadie lo creería. Y sin embargo fue así. Un escritor kafkiano vería en ello algo muy natural. Pero un escritor de otro temple vería en ello la quiebra de unos valores. Y si yo, simple narrador, me tomo el trabajo de explicar a la comunidad lo que no se ha explicado, se debe llanamente a que yo fui protagonista, doliente y víctima de esta situación. También se debe a que los que debieran explicar qué fue lo que pasó aquí, no lo han hecho y posiblemente no lo harán nunca por temor a condenarse ellos mismos.”
“Más, la historia está allí y debe ser narrada o analizada para lección de los otros. Y para evitar repetirla, como dijo Santayana. No escapa a nadie que quienes tuvieron más responsabilidad en este caos, prefieren que se olvide todo. Todo nos ha sido perdonado, parecen decirse. Somos legales. Incluso somos diputados. Cumplimos funciones de gobierno. Tenemos el camino abierto. La larga pesadilla en que nos metimos y metimos a los demás ha pasado.”
“Sí, ha pasado, pero podría repetirse. Y esto es lo que queremos evitar. Los protagonistas de aquella historia, como por encanto, se encuentran reunidos en el Capitolio. Comunistas y Acción Democrática se dan la mano en los presentes instantes. La historia comienza...”
Ahora, Antonio García Ponce, con su libro pretende justificar todos aquellos crímenes ejecutados por el Puntofijismo.
Y a fin de cuentas, le decimos a Antonio: ¿no acabaron casi todos aquellos tipos asesinos, violentos, cazurros y malvados, en la derecha?, ¿en el mismo lugar en el que terminó el propio don Antonio, Américo Martín, Luben, Teodoro, Pompeyo...?
Apenas comienza su libro, don Antonio sin venir a cuento, lanza unos alaridos bien descompuestos y persistentes contra Chávez: "no vamos a entrar en polémicas sobre si en verdad han conquistado el poder y si en verdad están implantando el socialismo. Sólo digamos que han llegado a estas alturas por una vía diferente a la armada, sin un partido ni un ejército que fuesen los vencedores y conquistadores del poder, y adheridos, como la garrapata o el muérdago, a un jefe supremo, absoluto, en vez de tomar su energía de la masa popular..."
Definitivamente desquiciado, con las babas de perro bravo que cada día le inocula Globovisión.
En la serie de relatos que aborda sobre muchos de los asesinados de aquella época, don Antonio trata de lanzar la duda de que realmente los izquierdistas que cayeron abaleados en las calles hubiesen sido asesinados por el gobierno.
En este sentido se explaya echando toda clase de dudas y supuestos en el caso del asesinato de Livia Gouverneur. Según Antonio, Livia se auto-asesino accidentalmente, y que fue éste un crimen utilizado por la izquierda para desacreditar al gobierno de Rómulo Betancourt.
En todo su trabajo, Teodoro Petkoff y su hermano Luben, y Pompeyo, resultan unos verdaderos estrategas y héroes.
No menciona en absoluto la consigna que fue lanzada por Teodoro: "matar un policía diario".
No refiere en absoluto don Antonio lo que dijo Luben Petkoff luego del crimen del tren de El Encanto, confesado a Agustín Blanco Muñoz, de que estaba muy bien el haber aniquilado a aquellos guardias nacionales.
Tampoco dice nada don Antonio de aquella posición permanente sostenida durante décadas (60-70) por Pompeyo Márquez con su famoso artículo: “¿RECTIFICAR QUÉ?”
Es decir, que la matazón de jóvenes no debía jamás detenerse.
¿Y a fin de cuentas, no acabaron todos aquellos tipos asesinos, violentos, cazurros y malvados en la derecha, en el mismo bando en que usted terminó, don Antonio?: Américo Martín, Luben, Teodoro, Pompeyo..., insisto.
Todo el mundo sabe que ese crimen de El Encanto fue planificado para eliminarle la inmunidad parlamentaria a los diputados de izquierda, y que en ese crimen trabajaron de manera muy coordinada con el gobierno Luben, Teodoro y Pompeyo.
Y viene ahora don Antonio a decir que fue falsa la acusación de atribuir la autoría y ejecución del hecho a Teodoro Petkoff.
No refiere en absoluto, don Antonio en que el farsante Pompeyo se hubiese tomado fotografías con un fusil, en los jardines de una quinta abandonada para decir luego salir a decir que se encontraba en las guerrillas.
No refiere nada de que Teodoro y Pompeyo jamás hubiesen hecho absolutamente nada, por cobardes, en aquella guerra "revolucionaria" prácticamente lanzada por ellos. Y hay que decir que una buena cuota de responsabilidad le toca en estas locuras al propio Guillermo García Ponce, cosas que todavía no ha aclarado.
Guillermo tenía que saber que Teodoro y Pompeyo trabajaban para la CIA desde principios de la década de los 60.
A todos aquellos izquierdistas de la década de los 60, que de alguna manera hoy apoyan a Chávez, don Antonio los trata con odio y desprecio.
Presenta como juicio de gran valor el de Teodoro, cuando éste sostiene que las rebeliones de Carúpano y Puerto Cabello fueron un disparate. No pone la fecha en que Teodoro sostuvo tal posición dentro del Comité Central del Partido Comunista, porque evidentemente ya ésta Casandra trabajaba subrepticiamente bajo las órdenes de Gonzalo Barrios y Carlos Andrés Pérez.
¿Cómo es posible que Teodoro diga que lo de Carúpano y Puerto Cabello fue un disparate y sin embargo en relación con la huelga general del 19 noviembre 1963, sostenga que "paralizamos a Caracas a plomo limpio"?
Teodoro siempre jugó a la violencia tras bastidores. Nunca asumió en tanto crímenes, responsabilidad alguna, como tampoco tuvo el valor de colocarse al frente, de manera directa, para dirigir aquellos hechos.
Echándole flores con locura al asesino Rómulo Betancourt, don Antonio dice: "lo cierto es que el presidente Rómulo Betancourt se las jugó todas con la determinación que tomó de apresar a los parlamentarios, aunque se llevara en los cachos las disposiciones constitucionales que impedían aquel manotazo. Pero, su olfato le ayudó a comprender la situación, y el apoyo que podía obtener de sus aliados. Nos ha comentado Carlos Canache Mata que durante el velorio de los restos de Betancourt, en 1981, Rafael Caldera contó la siguiente confidencia: a raíz de los levantamientos de Carúpano y Puerto Cabello, Betancurt le expresó el malestar que había en la oficialidad de las Fuerzas Armadas por el curso del movimiento guerrillero y que él estaba estudiando la posibilidad de apresar a los dirigentes del MIR y PCV aunque los protegiese la inmunidad parlamentaria ante el sondeo que se le hacía con miras a obtener su apoyo, Caldera le hizo ver lo inconveniente de la medida y la necesidad de acotar otros extremos. Betancourt desistió de aquel intento. Pero ante la al salto del tren de El Encanto y la prisión incontinenti de los parlamentarios extremistas, confiesa Caldera que Betancur ni siquiera lo llamó. Y él, Caldera, tampoco le reclamó nada. Por otro lado, se dijo que la orden de prisión de lo parlamentario fue fruto de la "evidente presión de los militares"..."
Todo el mundo recuerda en aquella época que Betancourt se hacía el valiente, por todo el apoyo que recibía de Estados Unidos. De otra manera nunca hubiese aplicado tales crímenes, tales actos de represión, tales violaciones a la Constitución y a los derechos humanos. Era muy fácil ser valiente en esas circunstancias, tal como lo eran entonces Somoza, Chapita, Duvalier.
Cosas como éstas nunca se las hubiese permitido el Departamento de Estado norteamericano a Isaías Medina Angarita ni al mismo Pérez Jiménez, por ejemplo.
Pero en todo su libro, don Antonio trata de ridiculizar cuanto se refiera implicar a la CIA, Wall Street o el Departamento de Estado norteamericano en las decisiones que tomara el gobierno de Betancourt.
En sus rabietas y anciano amargado, y tratando de hacer ver que de algún modo Chávez también tuvo la culpa de lo que sucedió en los 60, dice don Antonio que la "prédica izquierdista, con la profusión de los locos que mostraba un fusil FAL y una granada GT1, abonaban la vieja maldición que sufrió el país, que era la de tener como ángel tutelar la bota y la chaqueta del militar." (pág. 86)
Pero donde la locura antichavista de Antonio García Ponce alcanza niveles de patético delirio, es cuando pretende decir que así como Estados Unidos apoyaba al gobierno de Rómulo Betancourt para atacar a la guerrilla, ésta era apoyada y financiada por Fidel Castro.
Como sostener tan canallesca ridiculez.
¿Este anciano qué pudo haber entendido de historia ni de solidaridad entre los pueblos pese a todos los libros marxistas que se leyó en su vida?
¿Acaso que era por una causa noble el apoyo que le daban los imperialistas al gobierno de Betancourt?
Y añade pendejadas como estas: "y esta vocación de meter la cabeza hasta el cuello en los asuntos de nuestra guerrilla [por parte de Cuba].... Era, más bien, cumplir con el destino manifiesto de la revolución cubana para repetir su gesta no sólo en el continente ("¡Dos, tres más Vietnam!"), sino en Etiopía, en Angola, en el cercano oriente, en Argelia, en el Congo, en Guinea Bisseau..."
Todos países pobres, esclavizados, que al que a este imbécil le duele que hayan ido las fuerzas cubanas a luchar contra el imperialismo, contra el colonialismo.
Para este papanatas resultan geniales críticos, analistas profundos y creadores extraordinarios todos aquellos escritores o políticos que detesten a Chávez: Eduardo Liendo es “divino y magnífico”; Jesús Sanoja Hernández es "único", Teodoro Pettkoff “valiente”, Pompeyo Márquez y el criminal mercenario Luben Petkoff “estrategas geniales” (audaces, arriesgados, lindantes con la osadía), el comemierda Demetrio Boersner “reputado internacionalista”…
Dice Antonio García Ponce que en el año 65, Pompeyo, Teodoro y Fredy estaban planificando apoderarse de la dirección del achacoso Partido Comunista, y todo con el propósito de retroceder.
LO QUE PASÓ EN LA FUGA DEL SAN CARLOS
El 7 febrero 1967, se escapan del cuartel San Carlos, Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce y Teodoro Petkoff. El 15 marzo de 1967, el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista ataca furibundamente a Fidel Castro.
Este Buró estaba compuesto por Compuesto por Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce, Alonso Ojeda Olaechea, Pedro Ortega Díaz, Eduardo Gallegos Mancera, Teodoro Petkoff, Germán Lairet... es cuando el pendejo de Miguel Otero Silva exclama: "Los camaradas le han contestado a Fidel poniendo los testículos sobre la mesa"(p. 174).
Vean pues, ustedes, como aquella fuga del San Carlos fue organizada desde las altas esferas del gobierno para planificar la " pacificación" y la gran traición a miles de jóvenes que habían sido lanzados a la guerra de guerrillas.
En aquella pelea de perros, Teodoro Petkoff llama a Douglas Bravo mercachifle y "con una cabeza tan obtusa que al insurgir contra la dirección del partido, bloqueó quién sabe por cuánto tiempo, el proceso que ya era indefinible, de renovación de las viejas estructuras..." (p. 225-226)
Llama la atención que ya desde esa época Fidel Castro comenzara a dudar de la condición revolucionaria de Douglas Bravo. Que sus acciones de algún modo formaban parte de alguna operación de la CIA.
Además, Antonio García Ponce justifica las masacres como de Cantaura, diciendo que eran bajas de guerra o caídos en combate. Para él es mentira que los guerrilleros de Cantaura hubiesen sido asesinados por Luis Herrera Campins. Después trata de hacer comparaciones entre el asesinato de Alberto Lovera y la de Julio Iribarren Borges, tanto como para justificar el crimen del primero.
En fin, todo un trabajo para aquellos que deseen investigar sobre la tragedia, tan monstruosa, como en ocasiones, macabramente cómica, que aquí se vivió, durante toda la década de los sesenta y parte de los 70.