Deseo felicitarlo por la manera en que usted asumió su rol de ciudadano de un Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia, aunque lamentablemente en su carta, cuando apeló a la fórmula constitucional, omitió (presupongo sin intención) el calificativo “democrático”. Así mismo, sobre las opiniones vertidas acerca de su sistema de creencias, fe religiosa y deberes que se desprenden de ellas, simplemente son respetables y tolerables. Pero para fines de la esencia del debate que usted plantea, son francamente innecesarias. Basta con que usted se declare ciudadano venezolano, que luche por la carta de derechos fundamentales que reconoce la Constitución de la república Bolivariana de Venezuela, que desee manifestar su opinión libremente para defender el funcionamiento efectivo de una democracia social y participativa, que reconozca el pluralismo político.
Ante la Ley (Art. 21, num. 1), todas las personas somos iguales, y el ordenamiento jurídico no contempla discriminaciones (ni positivas ni negativas) fundadas en la raza, el sexo, el credo, la condición social o aquellas que, en general, tengan por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos y libertades de toda persona. Sólo para garantizar la igualdad ante la Ley, la Constitución contempla la garantía de condiciones jurídicas y administrativas que permitan adoptar medidas positivas a favor de personas y grupos que puedan ser discriminados, marginados o vulnerables. Este mismo artículo dice claramente: no se reconocen títulos nobiliarios ni distinciones hereditarias. Permítame detenerme en este aparte.
En nuestra Constitución, aquellos privilegios otorgados por pertenecer a aquel orden propio de la nobleza feudal y sus estamentos, son simplemente nulos. El sistema feudal y sus derivaciones coloniales, sus bases económicas, políticas como ideológicas, han perdido completa legalidad y legitimidad. Esto es así, producto de revoluciones políticas y de transformaciones económicas sociales y socioculturales, que permitieron construir un Estado laico. La dialéctica de la ilustración y la modernidad europea, colocaron en lugar de privilegios feudales, una ciudadanía igual y libre. La influencia de la ideología de la modernidad política europea sobre la constitución de los Estados en Nuestra América es innegable.
Me llamó la atención que entre todos los artículos que usted citó de nuestra Constitución Nacional no haga mención al siguiente: “Artículo 59. El Estado garantizará la libertad de religión y de culto. Toda persona tiene derecho a profesar su fe religiosa y cultos y a manifestar sus creencias en privado o en público, mediante la enseñanza u otras prácticas, siempre que no se opongan a la moral, a las buenas costumbres y al orden público. Se garantiza, así mismo, la independencia y la autonomía de las iglesias y confesiones religiosas, sin más limitaciones que las derivadas de esta Constitución y de la ley. El padre y la madre tienen derecho a que sus hijos o hijas reciban la educación religiosa que esté de acuerdo con sus convicciones. Nadie podrá invocar creencias o disciplinas religiosas para eludir el cumplimiento de la ley ni para impedir a otro u otra el ejercicio de sus derechos.”
En este artículo se comprende no solo una noción de libertad de religión y culto, sino que se aborda el asunto del pluralismo religioso y de cultos, así como la prohibición manifiesta de que cualquier religión o culto pueda impedir a los ciudadanos y ciudadanas el ejercicio de sus derechos. Nuestra Constitución no sólo habla de pluralismo político, cuando establece la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político. También aborda el asunto de la diversidad de pensamientos, creencias, opiniones, fe religiosa y cultos.
El asunto del pluralismo político y de la igualdad política tiene una base firme en la comunicación plural, así como en el reconocimiento de una sociedad multiétnica y pluricultural. Usted ha afirmado en sus opiniones, entre otras cosas, que cualquier concepción de socialismo, inspirada en el pensamiento de Marx, es totalitaria, porque quiebra el pluralismo. Su opinión confunde los términos y además maneja definiciones sin rigor histórico y conceptual. Habla de un marxismo imaginario, homogéneo, sin diversidad interna, que es precisamente lo que no ha existido históricamente. Además confunde niveles y planos del análisis: el análisis de la concepción socialista, el análisis del “marxismo”, del régimen político o del Estado en las experiencias del llamado “Socialismo real”, confundiendo deliberadamente (como lo ha hecho la derecha cavernaria) a Marx con Stalin.
Si usted quiere abordar el totalitarismo de izquierda diríjase directamente a la experiencia del Gulag estalinista. Pero no confunda planos y niveles. Usted sabrá que no es lo mismo Pio xII que Juan xxIII. En fin, esta amalgama de nociones muestra una gran confusión y carencia de rigor en el manejo del debate sobre los socialismos históricos y sobre la teoría crítica inspirada en Marx.
Sin embargo, hay acuerdos mínimos en algunas áreas, sobre todo en la defensa de los valores mínimos para el funcionamiento efectivo de una democracia social, participativa, pluralista, de igualdad e inclusión social, necesaria en la construcción de una sociedad justa.
Las concepciones socialistas y el pensamiento de Marx, han contribuido significativamente en la puesta en agenda y en diversas políticas sobre la cuestión obrera y la cuestión social, para superar históricamente el capitalismo como sistema socioeconómico que bloquea la construcción de una sociedad justa y de convivencia pacífica. El poder democrático del pueblo trabajador es fundamental en semejante transformación.
Si usted prefiere precisiones, aborde conceptualmente el debate sobre el totalitarismo en su propia riqueza interna, abordando espinosos asuntos que comprometen a destacados miembros de la propia jerarquía católica, en el apuntalamiento político e ideológico de regímenes como el de Hitler, Mussolini y Franco, y más cercano a Nuestra América, a las terribles experiencias de los regímenes autoritarios que aplicaron la Doctrina de Seguridad Nacional de cuño norteamericano en el Continente. Tanto Ignacio Martín-Baró, Ignacio Ellacuria, Monseñor Romero, tantos otros y otras, quedaron sembrados por el Terrorismo de Estado y los paramilitares que se sustentaron en un guión anticomunista, que utiliza similares confusiones conceptuales.
Estimado ciudadano Urosa, una concepción socialista, democrática y pluralista es parte de los movimientos sociales y populares que recorren las entrañas de Nuestra América. Opino que una democracia social y participativa es el camino para crear las condiciones para avanzar en una agenda contra la miseria y la exclusión social, fortalecida por la organización democrática del poder popular.
El uso político de los miedos, prejuicios y estereotipos es parte del arsenal de las más patéticas campañas anticomunistas. Usted sabrá mejor que yo, si el mensaje de Jesús habla de justicia, comunidad, amor fraterno y bien común. Lo que yo puedo afirmar es que el socialismo y Marx tienen que decir mucho sobre estos mismos términos. Totalitarismo es silenciar estas relaciones de mutua fecundación.
Si se trata de anti-marxismo, no será útil una hermenéutica sobre las sagradas escrituras o sobre la escolástica medieval, sino dirigirse directamente al Mein Kampf de Hitler.
Muchos saludos ciudadano Urosa.
jbiardeau@gmail.com