En lo que pudiera carearse con la biografía de un inconfundible cuatrero, Armando Guerra escribe, en “El código Petkoff”:
“Para muchos, Petkoff es un converso sin parangón. Para otros, no se puede calificar de converso a quien sólo ha militado consigo mismo desde el día en que se reconoció frente a un espejo. Sin embargo, son muchos los adjetivos que lo describen: oportunista, delator, chulo, plagiador, mitómano, ladrón, asesino, machista, egocentrista, prepotente, traidor, cobarde, tramposo, audaz, miedoso, depredador, arribista, trepador... y paremos el glosario de sinónimos de bajeza”.
No resulta poca cosa, digo yo, semejante y degradante glosario para un “intelectual” ad hoc…
Pero lo que sí parece saltar como un salmón, es que en la génesis de toda traición hay dinero en efectivo o pago en especie…
El pago nubla la mente del traidor para que no se atreva a juzgar las consecuencias morales de su acto.
Un traidor pudiera ser un ser que ya se cree un bagazo semi procesado por los ácidos gástricos de una serpiente.
Y en el fondo, además de al desprecio, no deja esto de incitar también a la lástima.
¡Pobre Petkoff!
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