¿Qué fue de aquellos galanes que escribían autógrafos en los pechos de las sifrinas de Altamira?

La mano del general Néstor González González se fatigaba de tanto moldear su firma sobre los ínclitos pechos de las escuálidas que acudían a la Plaza Altamira. Aquel general se consideraba el héroe más arrecho que había parido esta tierra. Y los escuálidos lo amaban, lo fotografiaban, lo besaban.

Hoy nadie sabe de él, y aquellos besos, y aquellas soflamas de libertad y de gloria se perdieron en la nada. Era pura y burda bazofia.

Pero eran muchos los generales y coroneles los que querían disputarse tanta gloria nenas enloquecidas de amor aventurero.

Y corrían cheques.

Y corría sangre.

Como gran amigo de Otto Reich, Gustavo Cisneros propiciaba una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela, y los engrases a peses gordos tenían que hacerse urgente y de manera expedita; fue así domo se le depositaron al almirante Carlos Molina Tamayo y al coronel Pedro Soto, 200.000 dólares.

A este Soto, lo cargaban en hombros miserables como William Dávila Barrios, y hasta planificaron marchar desde Altamira hasta Miraflores y echar abajo el gobierno.

En cuanto Soto comprobó que el dinero le había sido depositado, con gran euforia y rebeldía corrió a un conocido hotel de la capital, para poner en práctica un guión que le fue asignado por el diario El Nacional. Había estado en un foro sobre libertad de prensa, y de allí trató de hacer un espectáculo para que el mundo viera que el “ogro asesino de Chávez” lo quería matar. CÑM, cubrió con lujo de detalles la escena persecutoria, seguida paso a paso por Cisneros. Por la noche Soto, con mucho “coraje” se subió a una tarima en la Plaza Altamira y pidió a gritos que se marchara a palacio. No había suficiente gente para esta arremetida, pero de aquella jarana nacería la idea de organizar una aguerrida marcha al centro mismo del poder chavista en Miraflores. Sólo se marchó hasta la residencia donde se encontraba la Primera Dama, La Casona.

Al enterarse otros altos oficiales que se estaba pagando muy bien para alzarse contra el gobierno, y que vendrían más cheques y ayudas, corrieron a enrolarse como golpistas y solicitaban una reunión con el agregado militar de la embajada norteamericana en Caracas, el teniente coronel James Rogers[1]. Se les prometió que todos tendrían su parte al tiempo que se esperaban los contactos logísticos con la Marina norteamericana (US Navy[2]).

Cuando Cisneros volvía a su tierra a mediados de aquel 2003, todas estas cosas pasaban por su mente, y no podía entender cómo fue que no se llevaron a cabo las órdenes precisas de Otto Reich al embajador Shapiro, para que Pedro Carmona hubiese podido sobrevivir a los primeros encontronazos del chavismo[3].

Lo que veía a su alrededor Cisneros era la chamusquina de la derrota, y la gran operación que la CIA tuvo que organizar para facilitar la fuga de los golpistas y la otra enorme erogación de dólares para comprar magistrados y jueces. Muchos de aquellos golpistas fueron recibidos en Miami por el comerciante de armas Isaac Pérez Recao y la élite cubana, adicta a Cisneros y Robert Alonso.



[1] El agregado militar de los USA implicado en el golpe en Venezuela: US Military Attache Implicate in Venezuela Coup (artículo no firmado), en el The Irish Times del 18 abril 2002.

[2] American Navy Helped Venezuelan Coup par Duncan Campbell, in The Guardian del 29 abril 2002.

[3] US. Cautioned Leader of Plot Against Chávez par Christopher Marquis, in The New York Times del 17 abril 2002.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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