Alguna vez escuché una anécdota atribuida a Luis Beltrán Prieto Figueroa, político y pedagogo de aguda inteligencia y desplantes de antología.
Lo que habría sucedido es que encontrándose éste de visita en Cumaná, a los pies de la estatua ecuestre con que la ciudad rinde homenaje al Gran Mariscal de Ayacucho, le preguntaron su opinión sobre el rumor que habían puesto a correr los adecos de que Luis Piñerúa Ordaz era descendiente del General Sucre.
Prieto, reflexivo, respondió: “No, no lo creo. Hasta donde tengo entendido, Teresita, la hija de Sucre, murió a los dos años de edad. Pero, además, aún creyendo en ese invento electoral, la ausencia de inteligencia de Piñerúa tampoco habla a favor de tal posibilidad porque, como todos saben, el vencedor de Ayacucho era un hombre de una inteligencia preclara... –y agregó con su característico hablar cadencioso- En ese caso, cuando de raciocinio se trata, hasta me atrevería a decir: ¡puede que sea descendiente del caballo!!!”
Para la época Piñerúa era el candidato de Acción Democrática y su candidatura no lograba prender entre el universo de votantes. Los asesores electorales habían agotados todos sus recursos imaginativos: Pitos, musiquitas, consignas sin contenido, etc. Sus costosos y enfebrecidos cerebros se esforzaban en vano: No había manera de ganar la voluntad popular. La maniobra de atribuirle una noble ascendencia al candidato tampoco brindó fruto alguno porque la ausencia de carisma, inteligencia e ideas no puede sustituirla ni el más espléndido árbol genealógico. Mucho menos cuando los supuestos herederos niegan con su acción y sus palabras los valores integracionistas, solidarios e ideales de justicia y soberanía que caracterizaron a los héroes.
Ahora que los asesores de Capriles apelan a este socorrido ardid para intentar idéntico propósito, no puede uno menos que augurar los mismos catastróficos resultados electorales. Y concluir con la ingeniosa ocurrencia del sabio maestro: “Puede que sea descendiente del caballo”.
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