Si la República Bolivariana se respeta –quiérase o no- a ese miserable pecador sin límites de cordura vivencial ni de orientación sacerdotal como lo ha demostrado el ruin padre Palmar, hay que purgarle el alma con mucha devoción con pócimas abundantes de agua bendita -traída de algún lago del infierno- y descontaminarlo con cruces de compasión de blasfemias regresivas y, una vez que lo hayan ungido con parcialidad de adaptarlo a dar de nuevo un Padre Nuestro sin rencores y con perseverancia ecuménica debe ser vestido de Nazareno y, de inmediato enrrolarlo a peregrinar de rodillas por todas las regiones del país en donde dios no se haya asomado todavía y, una vez que se encamine por los senderos de la realidad espiritual: hay que meterlo en una jaula de suplicios y lanzarlo al mar del sufrimiento a ver si existe un tiburón que quiera darle su perdón o contagiarse de ese indolente furibundo.
La iglesia católica venezolana en particular –con sus pocas excepciones- ha llegado a extremos de herejía que de cardenal hacia abajo y monjitas: están apretujados y apretujadas de “rencores malignos endemoniados” que no ocultan a ninguna hora del día y, en la misa como en cualquier acto donde se presenten como personajes invitados no esconden su pesadilla de odiar con fuerza bruta y, es tal su dinamismo que se han distanciado de sus dios católico para seguir el camino del entreguismo al capitalismo en que no esconden sus interéses: dejando a los pobres solos de su piedad y de su compasión y, cuando no están en el púlpito destrozando al hermano se resguardan tras de cualquier medio que les infle su degradación del sentir para compadecerse de su miedo que los transforma en verdaderos lobos humanos.
Es un decir pueblerino –algo como: “muerto o envenenado el perro se acabó la rabia”, pero esto no cabe en el padre Palmar, porque ese camaleón de la anti iglesia católica: debe más bien sudar de penas imperecederas hasta que otro perro hambriento se lo coma en la eternidad de su padecer de rabia malvada por desatar su furia salvaje de primitivismo hacia el ilustre rector de la Universidad Católica Santa Rosa como lo fue Martín Zapata, quien jamás, como hombre de principios que fue acepte, un desconsiderando inhumano que no ilumine de armonía a una alma perdida en el espacio como lo ha sido y es el ofensivo e indigno padre Palmar quien regocijado por la muerte de éste escribió en Twitter con alevosía: “Que allá arriba lo reciban con la misma alegría que de aquí lo enviamos” –el padre Palmar como representante de la feligresía católica festejando la muerte de un prójimo.
Es de pensar que el Vaticano como la Santa Sede que se ha visto envuelta de escándalos tras escándalos y para curarse en salud de su fe católica: tendrá que renovarse de comprensión y solidaridad mundial necesita, en su seno de rebullicios angelicales y, renovación de santos viejos por nuevos que le den bienaventuranza de razones santas a ese ente que anda en decadencia espiritual y, es tal su baja inflamación de creencia que si el arzobispo Roberto Lückert es acogido en su ámbito como un santo más en espera, debe éste obligatoriamente como su primer milagro de reacomodo fecundo: poner al padre Palmar a twittear sin descanso desde un “Rodeo” donde debe estar y, cada frase de supervivencia debiera pedir con acelerada justeza: cien años de redención para el eminente profesor que en vida fuera Martín Zapata, que lo hará reposar en paz por haberle ganado el cargo que ostentó como rector a los jerarcas de la iglesia venezolana sin levantar su voz y solamente mantener a dios como su guía y, darle rienda suelta a la imaginación de sus ideas por el bienestar común sin apartarse de la justicia social de sus alumnos y de su pueblo.
Hasta él –Martín Zapata- el regocijo de ya no oír tanta injuria de sus detractores que como vende patria se disfrazan de padres católicos y la cobardía de una sotana los pierde en el subterfugio de las ofensas denigrantes que más temprano que tarde pasarán al olvido como si jamás hubieran nacido. Y el padre Palmar, hace tiempo que anda buscando lo que no se le ha perdido y, ojala que nunca lo encuentre por su bien.
Solamente pedimos: que dios se los coma en vida.
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