La primera vez que recibí pago por un trabajo fue por planchar un pantalón. Estaba chiquita y mis hermanos solían pedirme que les planchara la ropa (era humanamente imposible que mi madre le planchara la ropa a todos esos gálfaros). Hasta que uno de mis hermanos, Pedro, me hizo entender que no tenía por qué plancharle la ropa a mis “hermanos varones”. Tendría unos diez años. El cuento es que uno me dijo: “¿Y si te pago me lo planchas?”. Dije que sí, y a escondidas de Pedro planchaba y cobraba. Supongo que en mi razonamiento infantil con cobrar se cambiaba todo. Ahora tengo 48 años, lo cual hace que mi militancia en el feminismo sea la más larga de mi vida y que haya sufrido la “explotación de la mujer por el hombre” (como la mayoría de mis congéneres) desde temprana edad. Pero ojo no sólo “no planchándole” los pantalones a los hermanos se es feminista. Y no sólo planchándolos se es machista.
Lo cierto es que desde chiquita he replicado el discurso feminista con distintos grados de “vehemencia”. En distintos escenarios y en distintas circunstancias de mi vida. Estuve casada y no fue en el matrimonio donde más sentí el machismo. Donde más he sentido el machismo ha sido en el campo laboral. Es allí donde los hombres se ven más amenazados y es allí donde el capital ha penetrado más con su poder. Muchos no se dan cuenta ni siquiera que son machistas en ese terreno. El machismo allí es más “natural”. El atropello a las mujeres en los trabajos se oculta con la “eficiencia”. Tal vez no se planchen pantalones pero se planchan dignidades. Aún hay trabajos donde al hombre se le paga más por hombre que por sabio.
La semana pasada el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela se reunió con las mujeres para evaluar logros y planificar avances y se declaró, otra vez, feminista. Curiosamente, ningún dirigente socialista, después de él, lo ha hecho. No hay razones, salvo el machismo, que lo expliquen.
Desde la inclusión en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela del lenguaje de género, comenzó una batalla, sin tregua, para que la mujer sea respetada más allá de los discursos y las imposturas revolucionarias.
Ahora, en estos días de decisiones, valga contestar esta pregunta: ¿Un hombre o una mujer de derecha pueden ser feministas? No, si se es de derecha y feminista, es que se está confundido en la vida. El feminismo y la derecha no son compatibles, son excluyentes. Y lo mismo cuenta para las minorías que piden ser reconocidas: homosexuales, bisexuales, transgéneros, amantes de la sexodiversidad o rebeldes sin causa.
Y es que la derecha no es liberal, ni progresista, ni de avanzada. La derecha es retrasada. No hay que confundirse. Su discurso hacia el sector femenino se reduce a convocar pantaletazos y a ofrecer “chocolate nuevo”. La mujer es un objeto decorativo y si algunas defienden sus derechos, los derechistas consideran que es un simple “entretenimiento”. Socialismo versus capitalismo. Feminismo versus machismo. La elección es obvia. Sigamos…
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