No es tarea fácil asumir una candidatura condenada de antemano a la derrota. Sobre todo cuando se carece de una proposición noble de país que brindara, por lo menos, el consuelo de que se hace ese sacrificio para difundir ideas y proposiciones que, cual buenas semillas, en un futuro, se traduzcan en cosecha provechosa. Quizás, por eso, consciente de su lastimosa situación, sus palabras están tan llenas de frustración y de odio al momento de informar de su decisión de participar en las elecciones presidenciales del venidero 14 de abril.
Vanamente, después de haber estado en campaña permanente desde hace más de un año, incluso en detrimento de sus funciones de gobernador, intenta convencernos ahora de que estas elecciones le toman por sorpresa y llega al colmo de atribuir esa actividad proselitista, su conducta desde la campaña anterior, descaradamente, a Nicolás Maduro quien -como todo el mundo sabe-, hasta diciembre, ni siquiera se había planteado remotamente ser candidato y, además, el país ha sido testigo de su apuesta y sus desvelos por la recuperación de la salud del Presidente Chávez.
Decir que se le ha mentido al país sobre la salud del Presidente, con el objetivo de consolidar una candidatura presidencial, no sólo es una acusación infame contra dirigentes de la Revolución Bolivariana sino que además ofende a la propia familia del Presidente, a dignatarios de gobiernos amigos y a las altas autoridades de la institucionalidad democrática del país.
Capriles Radonski no aspira con estas palabras obtener simpatías o apoyos en sectores del chavismo. Sabe que eso no es posible ni apelando a frases solidarias y comprensivas. Esas palabras están dirigidas a lo más atrasado del pensamiento político de la reacción. Aspira a nuclear a su alrededor el odio, la obcecación y las posturas políticas más primitivas. Cree que con eso puede ganar las elecciones y construir un país.
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