19/03/13.-El señor Ibsen Martínez no siente nada al expresar que hubo una “merienda de negros”. No se siente apenado, dice, por incurrir en una incorrección política, él tan honesto, no es capaz de escribir con melindres. Al cultísimo Ibsen la expresión le parece “ilustradora y simpatiquísima”
Incorrección política, tal como lo define Humberto Eco, no comete; porque sólo se equivoca el que no sabe, el que no conoce; y él conoce, y él sabe, pero no siente. No es capaz de colocarse en la piel de los otros para saber qué siente ese otro al ser referido de manera denigrante. De forma tal que él, Ibsen Martínez, piensa que su forma de expresarse sobre los demás es la correcta, es la que está llena de sentido y significación y él tiene derecho de hacerlo a su manera. Pienso que sí le cabe derecho, lástima que sea un derecho retorcido, perverso e individualista.
Que él no sea capaz de escribir con melindres podría suponer una verdad superior para un escritor. Lo que sucede es que Ibsen confunde planos, él es como es y su ser no le permite consideración ni respeto hacia los demás. No lo hace, no porque no quiera, sino porque no puede. Si usted analiza dos párrafos de lo que escribe esta persona, se da cuenta inmediatamente de quién es esta persona, de cómo siente, de cómo se relaciona, de cómo se planta ante los otros. Lo que escribe lo refleja, lo ubica, lo describe lo disecciona. Él no puede hacer nada para separar estos dos planos porque son uno sólo. Así siente, así se expresa; así se expresa, así siente. Y eso es muy bueno para él porque se considera Uno, sólido, razonable, meritorio. Crítico de él mismo y de su forma de pensar no lo es, no puede; él siempre tiene la razón y si no la tiene se la otorga por derecho de escritor, entonces dice que no se anda con eufemismos ni melindres, tiene derecho a utilizar sus expresiones, dice verdad, está al lado de Dios. Como me gustaría verlo en el Bronx llamando nigger a un negro de esos que andan por las calles. Qué bueno sería escucharlo en Caucagua o en Chuao gritar su racismo predilecto.
Pero aquí estamos en Venezuela, y ellos son capaces, desde su atalaya periodística, de decir cualquier cosa y nosotros tenemos cuero duro para soportarlos, especialmente ahora, después de catorce años, porque hemos comprendido que no pueden cambiar, que en el cambio se le iría la vida, y les queremos vivos.
Nótese como Ibsen habla con añoranza del pasado remoto de la época de la Independencia, casi llora por los derechos perdidos de María Antonia. Claro, son los derechos mantuanos que ellos creían que tenían, han debido comprender que de eso no tienen nada; pero no cambian. Ni con sarcasmo puede hablar, ni con ironía, no puede. Debe ser directo y creer que fustiga y ofende. Sabe que algunos bichos de esos de quien él deplora podemos leerle y nos quiere hacer sentir mal, apenados, desgraciados, compungidos. Qué lejos está de la realidad, no sabe, no nos conoce.
El señor Ibsen no vio a la gente que despidió al comandante, no les observó. No notó la belleza de las expresiones, la sinceridad de los rostros, el sentimiento bizarro de un pueblo. O tal vez sí lo vio y le da rabia, no lo soporta, no quiere verlo. Qué le vamos a hacer.
A nosotros nos da igual que él crea que fue una merienda de negros, o que somos locos, o ambas cosas a la vez. Da mucha lástima que una persona que se cree un intelectual de casta superior pueda sentir y pensar de la manera que él piensa. Pero no va a cambiar y se tendrá que morir con su odio y desprecio porque por una parte no seremos derrotados, cómo él tímidamente pide porque sabe que es un mensaje sin destino. Y por otra parte nosotros los de entonces ya no somos los mismos, y de llegar los que como él piensan, siquiera a ver de lejos el poder, tendrían que vernos a todos, y sabe usted señor Ibsen qué harían: ¡saldrían espantados! , y no porque seamos feos, que feos y desdentados y patas en el suelo somos; sino porque de ese pueblo escondido y reprimido, de esa gente masacrada por redadas y asustada a fuerza de hacerla sentir inferior y sin derechos, de esa gente sin futuro y sin posibilidad de aprender y sólo estar destinados a ser analfabetas brutos y monos, como les encanta decir a ustedes los bellos y cultos, de esa gente señor Martínez no queda ni rastro. Todos comprendimos que tenemos Patria, algo que va más allá de un país y un pedazo de tierra, una Patria para amar y por la cual luchar. Los que se quedaron viudos y sin futuro fueron ustedes por estar añorando un país que No Volverá y esperando a los que No Volverán.
Chávez, mi comandante, mi amigo, descansa en esa Bella Flor De Los Cuatro Elementos. Que el viento heraldo te lleve nuestros deseos, y te haga llegar este mensaje de un coro de millones; voces en canto de un Pueblo digno, tu Pueblo: ¡No Volverán!. ¡No Volverán!
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