El hombre llegó con los ojos desorbitados y no por tanta lectura de la noche anterior, sino por falta de sueño, pues cada que vez que lograba dormirse, se despertaba gritando: ¡Nicolás, Nicolás..!.
El grupo que esperaba oírlo era la mayoría de los mismos que lo acompañan en sus giras, caminatas o marchas. Ahí estaban esperando el discurso de su líder, con la mirada hacia el cielo, como implorando que no cometiera errores y que fuera capaz de hilvanar frases para estremecer a los presentes. En eso estaban cuando el hombre de los ojos desorbitados, se lanzó su alocución:
“Pueblo de Venezuela, cómo te quiero. Mira Nicolás tú debes saber que este gobierno es responsable, y por eso no debe eximirse de su responsabilidad… Ah, otra cosa compañeros, deben entender que aquí hay un solo color que es el tricolor”. Alguien lo quiso interrumpir, y el líder le hizo señas que se quedara tranquilo, que lo dejara hablar; entonces, prosiguió:
“Ahora en esta campaña, tengo mejor conocimiento del país, pues en la anterior campaña, lo recorrí tres veces, y por eso recuerdo cuando estuve en un lugar del llano llamado “Coquivacoa”, y además que comí en otra parte una empanada que tenía la carne por dentro, y de verdad que estaba superdivina. Más tarde nos llegamos hasta el propio río Orinoco y allá en Ciudad Bolívar, no pudimos comer “Suapara”, para masticarnos la cabeza.
En fin, compañeros, hoy sabemos que Nicolás no es Chávez, ni Chávez es Nicolás, de ahí que estamos en este acto “mollejero”, como dicen los maracuchos, a quienes le envío unos saludos y que gocen de sus pegajosas taitas. “Gaitas”, le soplaron. “Les dije que no me interrumpieran y me dejaran tranquilo hablar, por eso termino estas palabras y me voy a descansar en mi jacuzzi”, dijo el susodicho.
Los presentes aplaudieron, más por obligación que por el mensaje. Mientras una persona que casualmente se acercó por ahí a oír al hombre de los ojos desorbitados, dijo: “Menos mal que este hombre no canta, ni mucho menos escribe, porque si no, quién aguantará esto”.
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