El reciente viaje del Presidente Nicolás Maduro a la República Popular de China ha suscitado, en los actores políticos del país, una ilustrativa polémica en la que resaltan dos concepciones antagónicas, por supuesto, sobre las relaciones económicas internacionales y la valoración del sentimiento patrio.
Para el Presidente Maduro y, junto con él, para todos los venezolanos que lo acompañan en el esfuerzo de consolidación del proceso de transformación social emprendido por nuestro pueblo, los resultados de este viaje son altamente positivos pues, además, de contribuir a estrechar la alianza estratégica que había enhebrado el Comandante Chávez con el emergente coloso del sureste asiático sirvió, también, para renovar y establecer nuevos acuerdos de inversión financiera, de transferencia tecnológica, de construcción de miles de viviendas, de desarrollo agrícola e industrial, de la industria automotriz y de mejoramiento de la logística militar y para la seguridad en las distintas ciudades del país.
Es decir, todo un compendio de convenios, que a ojos vistos, para nada comprometen la soberanía nacional, pues, están basadas en una relación de respeto mutuo y en el concepto de ganar-ganar; ambas partes se benefician en una relación en la que China aporta financiamiento, tecnología y experticia gerencial y Venezuela hace uso certero de su fortaleza energética para honrar oportunamente los compromisos contraídos.
Potencia emergente
China, hoy por hoy, es una realidad incontrastable de desarrollo humano, social, cultural, económico, agrícola, industrial, tecnológico, militar, de capacidad de planificación a corto, mediano y largo plazo. En apenas 64 años de revolución, dirigida por el Partido Comunista Chino, ha logrado avanzar a saltos gigantescos, alcanzando una transformación de tal magnitud que le permitió salir del estado de pobreza, atraso y postración al que la tenían sometida las potencias imperialistas de siempre. Hoy se asoma ante el mundo como una gran potencia emergente, no con ánimos e ímpetus imperiales, sino como la contraparte al decadente capitalismo que tiene en los EEUU su más envilecida representación.
Mientras China mantiene desde hace más de 30 años un sostenido crecimiento económico de alrededor un 10% anual, lo cual se ha traducido en un desarrollo integral expansivo para su población que ya sobrepasa los 1400 millones de personas, sustentado en un asombroso desarrollo de sus fuerzas productivas internas y en una sabia conducción política, que le ha permitido relacionarse, en los mejores términos, con los más diversos países, sabiendo respetar la sagrada soberanía de cada Estado, no intentando imponerle a nadie su particular y exitoso sistema económico y político, sin invadir países, sino más bien respetando la especificidad de cada quien.
Es sobre esos principios, que nuestro país se ha relacionado con el gobierno y pueblo chino; estableciendo una relación de respeto a la soberanía patria tal cual como lo supieron relievar, cada uno en su momento, Bolívar y Chávez.
Prefieren gringolandia
El señor Capriles y quienes le sirven de comparsa, han salido presurosos a criticar nuestros acuerdos con China, según ellos está en riesgo la soberanía de Venezuela, la que ellos mismos y de manera desvergonzada no supieron defender durante décadas frente a la voracidad imperialista estadounidense.
El ave de rapiña yanqui, con largueza, ha venido explotando y oprimiendo a los pueblos del mundo, sin la mayor consideración ni respeto a su soberanía, transculturizándolos y sometiéndolos a través de la política “del garrote y la zanahoria”, para muestra reciente allí están los genocidios cometidos en Afganistán, Irak, Libia y en el que estuvieron y están a punto de cometer en Siria, sembrando muerte, hambre y desolación. Y allí está como señal acusadora todos los desmanes cometidos, por los gringos, en nuestro continente, siempre, como premonitoriamente nos dijo Bolívar, en nombre de la libertad, si la libertad para sus negocios, para la expoliación y para el sometimiento de los pueblos hermanos nuestroamericanos.
Pero esta ignominiosa situación nunca la ha protestado, ni criticado, ni denunciado los Caprileros, ni nunca lo harán, porque ellos forman parte de ese sector de la sociedad, acólitos del imperialismo, que le sirven a éste y como compensación reciben los mendrugos del manjar que les permite llevar una vida sabrosona, regalada y realizar sus viajecitos, periódicamente, a gringolandia a regodearse en sus fantasías y a reproducir los antivalores que signan la dispar sociedad estadounidense, de esa a la que el laureado cineasta Oliver Stone acaba de calificar como podrida.
Capriles protesta la alianza con el país asiático, no le gusta China pero no por defender la soberanía del país sino porque pretende perpetuar la doblez con el imperio y con ello, naturalmente, garantizar sus intereses de clase y la de algunos asomaos que aunque adolecen de estirpe aristocrática hacen gala de un rastracuerismo que no lo brinca un vena`o, siendo, sin duda, los conversos, los más detestables de la jauría.