A veces uno llegó a pensar que el gobierno bolivariano no se tomaba con suficiente seriedad el tema de la delincuencia desatada. Por supuesto, el problema de la inseguridad no nació en 1999 con la llegada de Hugo Chávez a la Presidencia. Recuerdo que en los tiempos de Rafael Caldera los medios, periodistas y opinadores que nunca le perdonaron al viejo líder de la derecha venezolana su discurso en febrero de 1992 en el Congreso de la República, ni su electorera vinculación con parte de la izquierda venezolana en 1993, se dieron a la tarea de contar cadáveres en la morgue para alimentar el morbo de sus páginas amarillas.
A decir verdad hemos llegado hasta tener algún ministro responsable del asunto que se llegó a comportar como un charlatán y parecía decirnos que el tema era de curanderos y no gente de especializada en el mismo. A Dios gracias, el Presidente Chávez sabía mover sus piezas y el ministro fue a parar con sus charlatanerías a otro lugar, a lo mejor metiendo la pata con la misma facilidad, pero sin resultados tan lamentables para el país; pues, todavía la homofobia no es asunto de Estado.
Con el paso del tiempo hemos visto un serio interés en el gobierno por ponerle coto a ese manadero de sangre en las calles, a ese vivir en una especie de sálvese quien pueda que tantos muertos y desgracias nos ha dejado; pero el asunto no es fácil. A lo mejor, en nuestra humilde opinión, se perdió demasiado tiempo en darle respuesta a los escándalos armados por la prensa con la criminalidad, que en apaciguar la criminalidad para no darle tanta materia prima a la prensa.
Repito, el asunto no es tan fácil, sino el crimen organizado no tuviese al gobierno mexicano en jaque mate; pues México está a pata de mingo de los Estados Unidos y de los asesores que acostumbran a enviar los gringos para que controlen lo malo y lo bueno. El tema es que en los últimos tiempos el gobierno bolivariano se ha puesto los pantalones largos ante la criminalidad desatada. Va a los barrios, se estaciona en las calles principales de las urbes, involucra a artistas de la farándula, deportistas, cultores y cultores, a curas (donde consigue a esos sacerdotes de pueblo que valen la pena), educadores, consejos comunales y otros colectivos, sin dejar de lado el rolo, la peinilla y la pistola, pues los delincuentes nada tienen que ver con el Hombre Nuevo soñado por el Che Guevara, así que les sale sentir la cara mala del Estado.
Como el esfuerzo del gobierno se palpa, es real; como la alta criminalidad no es asunto sólo de Venezuela; como en los barrios no todo es delincuencia, sino que hay una mayoría que trabaja, estudia, hace cultura y deporte, se organiza y lucha; como todo el mundo entiende que eso de tener un "gobierno que estimula la delincuencia" es una mentirijilla mediática bien fea para embaucar pendejos, lo de afirmar que "nunca más volverán a Venezuela" es una soberana estupidez que ni siquiera se merece el término de "apátrida", pues este calificativo es serio y connota una postura en la vida, mientras que lo otro es una soberana payasada concebible sólo en... , bueno, mejor no escribirlo.