Post guarimba 2014

El brazo armado de la contrarrevolución, compuesto por organizaciones paramilitares colombianas y de otras latitudes, el que está haciendo desmanes en la guerra de guarimbas impuesta en algunas oscuros rincones de Venezuela (llámese Plaza Altamira o Los Ruices, por ejemplo), pareciera estar llamando a una taima, es decir, prestos a pedir cacao ante el agotamiento de sus fuentes financieras, el desfase con acontecimientos geoestratégicos internacionales y la inminente derrota política de sus mentores. Sus últimos y pequeños focos ultra violentos, parecieran extinguirse entre las brumosas cenizas de sus barricadas. Según esta consideración, los últimos dos asesinatos cometidos en el este de Caracas (zonas de clase media), el de un sargento 2° de la Guardia Nacional Bolivariana, Acner Isaac López Lyon y el mototaxista, José Gregorio Amaris Cantillo (sicariados por un mismo franco tirador), parecieran innecesarios, fútiles. Ejecutados por grupúsculos fuera de control como esos que quedan rezagados en los campos de batalla, tras firmarse tratados de paz (Conferencia Nacional de Paz convocada por El Presidente Maduro), sin obedecer a ninguna estructura de mando, ni a sus centros de poder políticos y militares, los mismos que han sido vencidos en todos los terrenos de confrontación: electoral, diplomático, político, incluso en el económico, no así en el mediático-cibernético. Pero no, estos asesinatos obedecen a una sincronía de la estrategia de acción nacional, en sus distintas fases de escalada, con las acciones a nivel mundial, dependientes de decisiones imperiales.

Por lo pronto, detengamos en lo que se mueve en la superficie, a lo interno, escenario que pareciera satisfacer las necesidades analíticas de uno de los bandos (para luego abordar la coyuntura internacional), en la percepción de los y las ciudadanas de a pie, del sector que se autodefine como opositor, en cuanto a cómo ve el curso de las guarimbas.

Dada la manifiesta polarización que divide al país en una confrontación de dos visiones existencialmente antagónicas, y que define primariamente la lucha de clases (inevitable cuando estas existen), y por consiguiente, para su resolución, una revolución en marcha (la Bolivariana en este caso), es casi imposible valorar en su justa dimensión los acontecimientos, pues cada bando cree contar entre sus pertrechos, con la verdad y la razón. La interpretación subjetiva, la que se impone ante el desconocimiento del adversario (surgimiento de rasgos fascistas), de cuanto sucede, incluso la particular nomenclatura para definir hechos y cosas, significa para cada sector, lo opuesto. La inflación inducida, la especulación, el acaparamiento, la escasez, el contrabando de extracción, el bachaqueo, el dólar paralelo, el ataque a la moneda nacional, todo esto resumido en la “guerra económica” denunciada por el chavismo, es para la contrarrevolución, el producto del fracaso del modelo económico socialista. Los pacíficos jóvenes manifestantes, expresando su descontento en las calles, son para la revolución, no más que bandas fascistas sembrando el terror entre la población, degollando mototaxistas, asesinando guardias nacionales y ciudadanos comunes.

Todo esto no hace más que alejarnos de la posibilidad de ponderar las condiciones objetivas de la realidad, pero quién tiene el poder de determinar cuáles son las condiciones objetivas de la realidad, sin deshacerse por lo menos, de la acción de calificar como sospechoso todo lo que venga del bando contrario. Esto es una realidad; y es tan real como las diferencias que separan al capitalismo (hijo de las entrañas del oscurantismo), del socialismo del siglo 21, que es en definitiva, lo que está de fondo. Esto no se resuelve con protocolos reconciliatorios, ni arriando banderas ideológicas de ninguno de los dos lados. La paz solo reinará cuando el bando sometido por la fuerza determinante del pueblo, reconozca el triunfo del otro (la justicia, el estado de derecho) y se someta a la coexistencia edificadora, y esto, a riesgo de parecer cándido, no necesariamente exige la clásica salida de la guerra, ella es solo la opción del hombre viejo, que a la postre, lo que hace es postergar las reales soluciones de los males de la humanidad para que las lleve a cabo “el nuevo ser” (El hombre nuevo). Exige la voluntad suprema de acceder a nuevos estadios de comprensión, a nuevos tipos de relación de los nuevos tiempos, los que están a punto de asaltarnos. Es menester dejar atrás la fatídica ética, que por un lado combate las oscuranas pretensiones que sentencian: “el fin justifica los medios” y por otro absuelve de toda culpa, a quienes lo practican a nuestro favor.

La Revolución Bolivariana, en la magnanimidad del Comandante Supremo, y ahora con la sabia conducción del Presidente Maduro, trazó una ruta de paz para arribar a una nación admirada en el universo, más por sus dotes humanísticas, que por sus riquezas materiales; con la convicción de que otro mundo de justicia, con la mayor suma de felicidad, es posible, y esto solo lo podremos entender los hombres y la mujeres que nos adentremos en los portentos creativos de nuevo cuño, en la audacia intelectual de una revolución capaz de abrir nuevos senderos que espanten lejos la maldición de la guerra, es decir, en un sistema de ideas socialistas, bolivarianas, chavistas, humanistas, destinadas a alumbrar el mundo que está por nacer en este novísimo siglo.


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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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