El llamado del presidente Nicolás Maduro al diálogo por la paz y la convivencia en el país ha ganado terreno a la violencia. La gente de bien que piensa distinto a quienes dirigen el proceso revolucionario ha ido hasta los espacios de encuentro con sus propuestas y disposición a trabajar por la buena marcha del país, sin que ello implique renunciar a sus principios ideológicos; con lo cual se han deslindado de los violentos criminales y sus dirigentes, que no tienen ningún proyecto de país y en consecuencia tampoco propuesta que llevar a una mesa de discusión, por la sencilla razón que no son sujetos con principios ideológicos, sino ciegos instrumentos de destrucción de los enemigos de la patria que les están utilizando como tontos útiles para alcanzar sus objetivos, que no son otros que arrebatarle al pueblo lo que con esfuerzos ha logrado en más de quinientos años de resistencia a la bota imperial y la complicidad de una burguesía apátrida y parasitaria que odia y desprecia a la colectividad humilde, en la cual solo ve una fuente de sirvientes para tenerlos a su servicio, con mínima remuneración.
Desgraciadamente dentro de ese grupo de disociados psicóticos, hay jóvenes que han caído en esa suerte de locura colectiva, producto del ataque mediático dirigido a la sique de los más débiles que por ignorancia desconocen los cambios que se han dado en nuestro país, desde la segunda mitad del Siglo XX a la fecha y , que en consecuencia ni siquiera están en capacidad de a través del análisis diferenciar entre un sistema autoritario y una democracia activa protagónica y participativa, donde los derechos humanos están por encima de toda subjetividad, con rango constitucional, que obliga al Estado a respetarlos y preservarlos aún a costa de vidas de funcionarios, como ha ocurrido en esta coyuntura, donde el gobierno bolivariano, por respeto a ese principio, no ha utilizado la violencia legítima para aplastar a los focos de mercenarios que desde hace un mes vienen provocando escenarios de desestabilización, en contra de las mayorías del pueblo. La determinante mayoría de los venezolanos, con estoicismo y atendiendo a las directrices del Consejo Cívico – Militar de la Revolución Bolivariana, ha soportado el secuestro a que ha sido sometida por la bandas armadas que desde el 23 de enero se han declarado en guerra contra la institucionalidad de la República Bolivariana de Venezuela. Esta ínfima minoría, se empeña en desconocer la legitimidad de la voluntad del pueblo y a puna de pistola someterlo para que se adhiera a sus designios. Locura única en la historia.
En cualquier país del universo que no sea Venezuela, con su gobierno revolucionario, esos focos de violencia ya habrían sido sofocados con la violencia legítima de la que dispone el Estado, para preservar sus instituciones. En la IV República, con los gobiernos de AD y COPEI, esta barbarie no hubiese alcanzado ni siquiera la primera etapa, porque todos sus actores habrían quedado tendidos en las calles y sus mentores estarían bien presos y desaparecidos los más connotados. Sus líderes estarían para el gobierno “fuera del país” y buscados por terroristas, o lo que es igual, recluidos en un TO (Teatro de Operaciones) bajo la custodia de oficiales formados en la Escuela de las Américas en Panamá y de cuyas garras difícilmente escaparían con vida.
Rómulo Betancourt, mediante providencia presidencial declaró a todos los militantes de izquierda, como “terroristas” y por el solo hecho de mencionar en una nota de prensa a Fabricio Ojeda, “Comandante Roberto” Argimiro Gabaldón, “Comandante Carache”,Juan Vicente Cabeza “Comandante Pablo” o cualesquiera otra individualidad u organización, que se pudiera asociar con el movimiento guerrillero, el periodista autor, se exponía a ir a la cárcel, mediante juicio militar por hacer propaganda de guerra. Peor, si por alguna circunstancia lograba entrevistar a uno de estos personajes. Allí le quedaba el “derechito”, de que hablaba en su canto, el Panita, Alí Primera. Derechito para La Planta, derechito para el Cuartel San Carlos, o derechito a la la Isla del Burro, en el lago de Valencia, tenebrosas cárceles destinadas a encerrar la disidencia sin derecho a la defensa, ni a ser juzgado por sus jueces naturales. Esa era la libertad política, de prensa y expresión en la IV República. Por eso causa pena ajena, cuando escuchamos a imberbes, analfabetas políticos, calificando de dictadura a este gobierno, donde más que libertad, se está rayando en el libertinaje.
En los gobiernos de AD y COPEI, el diálogo era únicamente con la oligarquía parasitaria, la cúpula corrupta de la iglesia, cuyos purpurados bendecían las armas y las balas, que iban a ser utilizadas en contra del pueblo, por aquella fuerza de ocupación que eran entonces las llamadas Fuerzas Armadas Nacionales, con sus consorcios para la explotación y la especulación del pueblo. El diálogo y las mesas de trabajo, entre aquella suerte de engendros infernales, eran para el reparto del botín, entre las élites de la burguesía, que conformaban también la élite política y empresarial, con el generalato corrupto, la cúpula de la iglesia y las transnacionales. Estas últimas eran las que ponían las reglas del juego y disponían el mendrugo que correspondía a cada uno de sus vasallos.
Por eso quienes están jugando hoy a los héroes, pueden dar gracias, que se están enfrentando a la Revolución Bolivariana y no a sus alabados y añorados regímenes de la IV República, porque seguramente más adelante todos podrán contar, lo que ocurrió aquí con el diálogo, la violencia y la paciencia de un pueblo.