Estamos claros en cuanto a que la revolución bolivariana se encuentra en una crucial disyuntiva que amerita de respuestas efectivas para mantener la trayectoria exitosa que, hasta ahora, le ha permitido proseguir en la conducción del país durante 16 años, elevando las condiciones de vida del pueblo y estableciendo las bases para la transformación estructural de la sociedad venezolana.
Quienes adversan el proceso bolivariano, en los últimos tiempos, sobre todo después de la desaparición física de su líder histórico, el Comandante Chávez, han desatado una desatinada reacción con el propósito de debilitarlo, en la creencia que con la gestión del Presidente Maduro se configura, por fin, el eslabón débil que haría posible el ansiado truncamiento del proceso revolucionario.
Es así como han apelado, de manera destemplada y desaforada, a instrumentar diversos tipos de acciones, desde, el drenaje de arrechera impulsado por Capriles hasta la atolondrada Salida guarimbérica auspiciada por Leopoldo López, María Machado y Antonio Ledezma, con el lamentable saldo de decenas de muertos, centenares de heridos y grandes daños al patrimonio nacional y a la emocionalidad colectiva; iniciativas estas, que, si bien, de carácter político han estado sustentadas en un sustrato de naturaleza económica: la implacable guerra económica con la que han embestido en contra del pueblo venezolano y del gobierno bolivariano, aduciendo, claro está, que sus expresiones concretas (escasez y acaparamiento de productos, especulación desmedida de precios, inflación inducida, fuga de capitales, contrabando de extracción y bachaqueo, etc.,) son consecuencias directas del fracaso del modelo económico bolivariano, el mismísimo que ha permitido la inclusión social y convertido en ciudadanos a millones de venezolanos condenados a la marginalidad durante el exclusivo régimen cuartorrepublicano.
La burguesía con su incondicional y extensiva plataforma mediática siempre encontrará la forma de evadir su responsabilidad en la instrumentación y, más aún, en la ejecución de esos planes subversivos; esa conducta es parte de su auténtica naturaleza: evadir la responsabilidad de sus acciones a menos que logren coronar sus propósitos, mientras tanto, astuta y cobardemente se escudarán en los acólitos y manumisos que mantienen en los partidos políticos y ONGs de la derecha opositora.
Se ha sostenido, y compartimos esa apreciación, que lo político es el factor que marca la pauta en la presente coyuntura venezolana, en la que el control político del Estado y del gobierno es el elemento decisivo para determinar la orientación que se le va a dar a la renta petrolera, que es en última instancia lo que está en juego: si al Estado, aún cuando en esencia sigue siendo capitalista, lo dirigen los bolivarianos, como está planteado ahora, la renta petrolera es destinada para el usufructo y felicidad del pueblo y para potenciar el desarrollo del país, en cambio, si estuviese controlado por la derecha opositora, como sucedía en el pasado, la renta estaría al servicio de las insaciables arcas imperialistas y de la burguesía apátrida, siendo sólo las migajas las que le llegarían al pueblo.
Pero es indudable que la confrontación existente en el país es expresión de la lucha de clases, que es la única lucha verdadera, que se manifiesta o se encubre de diversas formas dependiendo de las particularidades tácticas que se presenten en un momento determinado.
En el momento actual, la burguesía y el imperialismo conjugan diversas formas de lucha, por un lado, sus instrumentos políticos se alistan para participar en las venideras elecciones parlamentarias, dentro de la idea de ganar la mayoría de la Asamblea Nacional, para, desde allí, desde esa trinchera institucional, boicotear al Gobierno Bolivariano y montar un Golpe Parlamentario; pero, por otro lado, desarrollan una intensa guerra económica destinada a soliviantar las bases sociales de la revolución y a crear un ambiente de sosiego e incertidumbre colectiva, propiciador de situaciones subversivas proclives para desencadenar su derrumbamiento. Todo ello revestido de una permanente confrontación ideológica estimulada y desarrollada, fundamentalmente, a través de los medios de comunicación que tienen a su disposición y del entramado de organizaciones de la llamada sociedad civil que permanentemente enarbolan y refuerzan los valores individualistas y egoístas propios del sistema de vida capitalista.
Pero, es evidente, que, el campo burgués no es homogéneo, en su seno hay contradicciones, signadas, no sólo por la asunción de roles, en la que cada quien tiene una función que cumplir en el sainete que tienen montado; está claro que hay coincidencia plena en el objetivo estratégico que es el derrumbamiento del proceso bolivariano, las diferencias están en el cómo y en el tiempo en que tal objetivo debe concretarse. En el plano político, unos ponen el acento en la acumulación de fuerzas por la vía electoral, en la que han sido derrotados en 18 de 19 contiendas y otros, los más desaforados, insisten en la confrontación guarimbérica de calle, en la que también han salido derrotados, aunque parece que se les olvida, a lo largo de 16 años de proceso bolivariano. En el plano económico, la dirección de la burguesía se mueve de manera más campante desarrollando su plan desestabilizador contando para ello, lamentablemente, con el apoyo de funcionarios gubernamentales desaprensivos que por su afán de lucro se dejan tentar por el demonio de la corrupción.
Este año 2015, como todos los anteriores y los que están por venir, será un escenario de confrontaciones y de disyuntiva, en el que el pueblo venezolano que es la contraparte en esta lucha social tiene que apelar a su inteligencia dirigencial y a la fuerza moral y política acumulada con Chávez para dar al traste, una vez más, con las pretensiones de sus más enconados adversarios: el imperialismo y la burguesía apátrida.