La derecha española calculó mal la partida. El anunciado por la gran prensa como "el verdugo de Podemos" resultó un fiasco descomunal. No llegó ni a delator creíble.
Segundos de gloria
Lo primero que hizo la derecha española, en relación a la visita de Julio Montoya a España, fue exagerar la importancia de este diputado. Le atribuyó un liderazgo clave dentro de la oposición venezolana, ponderó como valioso su "prestigio" y "seriedad" y, por si fuera poco, le atribuyó la posesión de documentos demoledores que demostrarían de manera irrefutable el financiamiento que habría hecho el gobierno venezolano a Podemos, la organización política de izquierda que amenaza con hacerse poder en el país ibérico.
Periódicos, programas de radio, tertulias de televisión y líderes políticos españoles anunciaban esperanzados la visita del promovido diputado. Saboreaban con antelación el banquete de revelaciones exclusivas, de señalamientos comprometedores y de evidencias indubitables del plan chavista de extender la Revolución Bolivariana al seno mismo de la sociedad española.
Se asignó a periodistas para fuesen al Aeropuerto de Barajas y recogiesen las primeras declaraciones del "valiente" diputado, aclamado, a que dudarlo, por las "masas" agradecidas de venezolanos acogidos en Madrid y por españoles temerosos del comunismo.
Haciendo el ridículo
Al traspasar Julio Montoya la puerta de salida de los pasajeros, comienza una torturante cadena de decepciones para la derecha española. Nadie le espera. Ni partidarios de la oposición venezolana ni españoles deseosos de colgar a los dirigentes de Podemos. Tampoco hay declaraciones excepcionales. Ninguna noticia bomba. Sólo lugares comunes. Ningún relato heroico sobre la salida de Venezuela ni una denuncia sobre la vulneración de algún derecho o la reseña de algún abuso del gobierno por impedir que el diputado saliera del país con su "valioso cargamento". Peor aún, admite, "esos papeles ya están aquí". Llegaron antes que él, en un procedimiento ordinario de envío de correspondencia.
El paseo por los diferentes programas de televisión y las entrevistas dadas a la gran prensa van a reiterar esta impresión frustrante y acentuarán la impronta de fraude que supone la visita. Los papeles no dicen nada nuevo. Todo lo ha machacado la derecha española, fruto de su propia cosecha e invención y con el mismo sustento: Ninguna prueba.
¿Y los papeles? Los fulanos papeles mostrados por Montoya no tienen apariencia de veracidad. Hasta el reaccionario diario El Mundo ha tenido que admitirlo: "no vienen firmados ni llevan logo alguno". Es decir, documentos anónimos que atribuye a Monederos, a la Fundación Francisco de Miranda o hasta a algún organismo del Estado, pudiendo eventualmente ser elaborado por cualquiera.
Pero, donde Montoya se explaya hasta el ridículo es en el vano intento de exagerar la influencia de los dirigentes de Podemos en la Revolución Bolivariana. Dice que Chávez y Maduro hacían lo que recomendaban Monederos, Iglesias y Errejón; dice que la oposición venezolana estuvo equivocada al atribuirle ese papel a los cubanos, cuando los verdaderos artífices de lo que se hacía en Venezuela eran las maquiavélicas cabezas de Podemos. Le atribuye tantas responsabilidades y tantos trabajos concretos a Juan Carlos Monederos –asesorías en el ALBA, en la CANTV, en Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, en la Secretaría de la Presidencia, en la Misión Vivienda, en campañas específicas, etc.- que inevitablemente terminaron por convencer a los españoles de que si algo se puede concluir de esos señalamientos es que Monedero fue mal pagado por su trabajo y bien haría el gobierno venezolano en compensar esa sobre explotación dándole una compensación extra a trabajador tan infatigable y eficiente.
El broche final es el acabóse. De acuerdo a lo dicho por Montoya, las continuas derrotas electorales de la oposición venezolana se deben al diseño de una campaña de "criminalización de la oposición" propuesta por dirigentes de Podemos. De acuerdo a esto, la oposición no se hundió a sí misma, por iniciativa propia, mediante su participación en el Golpe de Estado de 2002, en la promoción de la huelga patronal "hasta que Chávez se vaya", en el llamado a desconocer al gobierno, en el apoyo a los militares en rebelión en la Plaza de Altamira, en el paro petrolero, en la caotización del país con guarimbas y sabotajes y en el involucramiento en cuanta conspiración se ponga en marcha, todo ello en contra del país y de las grandes mayorías. Si algún asesoramiento cabe en hacerse antidemocrático debió tenerlo la oposición que ha agotado todas las formas posibles de criminalizarse y su conducta política es una colección incomparable de torpezas que creó un abismo de distancias con el pueblo.
Se perdieron esos reales
La frustración es absoluta. No es que perdió los papeles o el gobierno venezolano se los quitó al Diputado Montoya. Es que nunca los tuvo en sus manos porque, sencillamente, no existen documentos que demuestren el financiamiento del gobierno venezolano a ninguna organización política española.
Y no es que la derecha no supiese esa realidad. Sabe muy bien que no hay nada que demuestre semejante infamia. Pero, aspiraba a armar un buen espectáculo, un gran alboroto que sembrara dudas en los votantes y que alimentara diligencias judiciales para prolongar el asunto hasta después de las elecciones. Pues, al final, cuando salga a la luz la verdad, ya se habrían elegido los ganadores.
Esperaban, eso sí, que la destreza del flamante diputado fuese persuasiva y ayudara en esa misión. Pero ocurre que el "listillo" diputado Montoya, quien orgulloso de su calvicie presume de no tener un pelo de tonto, tampoco tiene un pelo de inteligente. Y de honestidad, ¡menos!