El pueblo venezolano todavía se encuentra conmocionado por el suceso monstruoso, acontecido hace pocos días, en el cual se le quitó la vida a la ciudadana Liana Hergueta, en una acción realizada con absoluta frialdad y alevosía (violación, muerte y desmembramiento del cuerpo), por tres desalmados psicópatas (dos, autores materiales, José Pérez Venta y Samuel Angulo y otro, autor intelectual, Carlos Trejo); que ya están detenidos, convictos y confesos.
Este hecho que, por supuesto, proyecta su impronta negativa en nuestra sociedad, afectando la sensibilidad y emocionalidad de los connacionales, evidencia, al mismo tiempo, el empleo de métodos criminales, que no tienen correspondencia con la histórica delictiva venezolana, dejando traslucir el perverso componente de la cotidianidad criminal paramilitar colombiano importado hacia nuestro país.
Letal parapolítica
Por la condición de países fronterizos el intercambio entre Venezuela y Colombia es muy intenso, en la que la interacción humana y social, históricamente, siempre ha sido muy activa; pues, por allí se nos ha colado, también, el vector paramilitar con todas sus nefastas consecuencias, de entre ellas, si acaso, la más letal, la de la parapolítica.
Como es sabido, el paramilitarismo es un fenómeno que se hizo presente en el vecino país, de manera incipiente, en agrupaciones armadas dispersas, hacia la década de los años setenta del siglo pasado, como respuesta defensiva de los terratenientes colombianos ante el temor que les producía la presencia creciente de las guerrillas revolucionarias en el campo, pero, al cabo de poco tiempo, se fueron imponiendo por la vía del terror indiscriminado, controlando territorios cada vez más amplios, aliándose con los narcotraficantes en el negocio de las drogas y alcanzando, en consecuencia, cierto nivel de autonomía que les permitió erigirse en un factor de cierta relevancia, conformarse en un ejército irregular, las publicitadas Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, entablar una alianza con sectores del Estado colombiano, particularmente, con Álvaro Uribe Vélez, con el cual contribuyen, decisivamente, para su ascenso al poder y se colocan al servicio de la estrategia imperialista para el desarrollo del Plan Colombia y la confrontación a la insurgencia revolucionaria. Llegaron a tener tal incidencia, que para la primera década del siglo XXI, alcanzaron a tener una presencia notoria en varias instituciones del Estado y en la sociedad colombiana, en general, por ejemplo, afectos de los paramilitares, para el año 2010, alcanzaron a controlar 250 Alcaldías y el 35% del Congreso Nacional; de esta estrecha vinculación de los paramilitares con sectores políticos fue como surgió el contubernio de lo que se conoce, en Colombia, como la parapolítica.
Luego, con la reacción de sectores de la sociedad colombiana, opuestos a Uribe, ganados para adecentar la realidad política y social de ese país, se impuso la necesidad de la desmovilización de los paramilitares, desarrollándose un proceso por demás controversial aún no concluido que hizo posible que algunos núcleos de paramilitares se acogieran a la pacificación, pero, que, otros, se conformaran en las llamadas Bandas Criminales y continuaran con sus terroríficas prácticas de masacres colectivas, fosas comunes, asesinatos selectivos y desplazamientos forzados en diferentes zonas de Colombia, en especial, hacia las fronterizas con nuestro país.
Migración maleada
Este proceso, planteado en términos sucintos, es lo que explica, en parte, la migración del pueblo colombiano hacia otros países en busca de la paz y el sosiego que no consiguen en el suyo. En Venezuela se estipula que hay más de seis millones migrantes colombianos, gran parte de ellos, gente buena, sana y trabajadora, pero, también, unos cuantos maleados, descompuestos e impregnados de la práctica delictual paramilitar.
La oposición venezolana, incapaz de concebir y desarrollar una política coherente y alternativa al Proyecto de País diseñado por Chávez, de allí los fracasos acumulados a lo largo de 16 años del período bolivariano, cae con mucha frecuencia en la desesperación y es por ello que en diversas oportunidades han apelado al recurso de sus conexiones con Uribe Vélez, para utilizar a grupos de paramilitares colombianos en acciones, por demás, deleznables e irracionales que a la larga lo que les ha generado es el rechazo y el repudio del pueblo venezolano.
Recuento paramilitar
En un rápido recuento, podemos precisar, entre otros, el grotesco caso de la finca Daktari, ubicada en los límites entre los Municipios Baruta y El Hatillo, en donde, el 9 de mayo de 2004, fueron detenidos 153 paramilitares colombianos que habían sido acantonados allí para realizar, uniformados como soldados del ejército venezolano, una acción comando sobre Miraflores, destinada a asesinar al Presidente Chávez. En ese momento era Henrique Capriles, Alcalde de Baruta, y las policías municipales tenían como función darle protección a los paramilitares mientras se preparaba la operación.
El vil asesinato del Fiscal Danilo Anderson, el 18 de noviembre de 2004, cuando lo volaron haciendo explotar el vehículo en que se desplazaba. El explosivo C4 utilizado por los hermanos Guevara, autores materiales del crimen, fue comprado a los paramilitares.
El ruin asesinato del joven y talentoso diputado Robert Serra y de su compañera María Herrera, cometido el Iº de octubre de 2014, en su casa de habitación, fue, igualmente, un acto de neto corte paramilitar.
La oposición en estos, como en otros casos, ante las evidencias que la involucran lo que hace es minimizar y banalizar los hechos.
A los asesinos de la señora Hergueta, militantes confesos de Primero Justicia, Voluntad Popular y Alianza Bravo Pueblo, amigos, según fotos y testimonios, de Capriles, Leopoldo López, María Machado, Lilian Tintori, Ledezma, Richard Blanco, Smolanski, etc., quieren presentarlos como "patriotas cooperantes". ¡Qué cachaza! Es una auténtica y decadente paraoposición. Insistiremos en el tema.